CINE › FLORES DEL MAL, OPERA PRIMA DEL HUNGARO DAVID DUSA
Situado en París, el de Dusa es a la vez una historia de amor adolescente y un film político, una comedia juvenil y un melodrama en tiempo presente, un relato clásico y uno que, con la mayor modernidad, se abre en todas direcciones.
› Por Horacio Bernades
El es musulmán, ella no. Lo raro es que la iraní es ella, no él, que es francés. Francés de segunda o tercera generación: por algo se llama Rachid. La inversión del lugar común, los cruces étnicos y culturales, hacen de Flores del mal un film mestizo. No sólo en términos identitarios. Opera prima del joven realizador húngaro David Dusa, Flores del mal mezcla tonos, lenguajes, medios, formas y formatos. La mezcla, el mestizaje, son parte de la historia personal de Dusa, que nació en Budapest, vivió en Suecia y en Sudáfrica y estudió cine en Gotemburgo y París. Exhibida en Cannes y en la sección Cine del Futuro de la edición 2011 del Bafici, situada en París y hablada en francés, Flores del mal es a la vez una historia de amor adolescente y un film político, una comedia juvenil y un melodrama en tiempo presente, un relato clásico y uno que, con la mayor modernidad, se abre en todas direcciones, acogiendo los estímulos más diversos. Con el estreno de Flores del mal quedan oficialmente integradas a la cartelera porteña dos nuevas salas de exhibición cinematográfica, ubicadas en el bajo plaza del Centro Cultural General San Martín (ver aparte).
Rachid se despierta a la mañana, navega en su compu, se cambia para ir al trabajo y de pronto comienza a retorcerse con los más simpásticos (espásticos y simpáticos) pasos de breakdance (¿se seguirá llamando así o se le dará otro nombre ahora?). No sólo eso: hace todo el recorrido, de su casa al trabajo (trabaja de botones en un hotel) entre saltos, cabriolas, acrobacias y bailoteos. Eso que se llama parkour, pero aplicado a la vida cotidiana. Rachid es una esponja: sale al balcón, ve el embotellamiento de la autopista (vive pegado a ella, como podría ocurrirle en Buenos Aires a algún vecino de la calle San Juan), va a la compu y googlea la palabra “embotellamiento”. “Grandes embotellamientos en Irán”, dice una de las referencias. Es junio de 2009, en el país de los ayatolás acaban de celebrarse elecciones presidenciales y el pueblo entero está en la calle, protestando contra lo que consideran fraude electoral y manifestando en verdad, por primera vez en semejante número, contra el gobierno integrista.
Como el Principito de Saint-Exupéry, Rachid parecería no saber nada de antes: todo lo aprende ahora. Cuando se cruza en un pasillo del hotel con una chica cubierta con su hiyab, y ella dice de dónde viene, Rachid comenta: “Ah, el país de los embotellamientos”. Los papás de Anahita, seguramente burgueses, laicos y progresistas, alejaron a la hija no de los embotellamientos, sino de los incidentes callejeros, desensillándola en París hasta que aclare. Para Anahita, no hay en París nada más valioso que una buena conexión (“güifí”, dicho en francés), que le permita seguir por YouTube los enfrentamientos entre manifestantes y policías y mantener vía Twitter el contacto con parientes, amigos y compañeros de universidad, enterándose de que los uniformados acaban de entrar a palazos allí. El extraplanetario Rachid no sabe lo que es Twitter y su fe musulmana no le permite tomar vino. Pero sí viajar (dice haber estado hasta en la China), navegar por la web (desde que conoce a Anahita se la pasa escribiendo “Irán” en el buscador de Wikipedia) y subir a la red sus videos de bailes, que son verdaderamente buenos (los bailes; los videos son una simple camarita encendida).
Flores del mal tal vez sea un cruce entre Melody y This Is Not a Film, la película que Jafar Panahi grabó en el período de su prisión domiciliaria. Filmada en digital con una cámara cassavetiana (móvil, inquieta, eventualmente temblorosa) y apropiándose de material de YouTube, algunos elementos de Flores del mal pueden hacer algún “ruido”. Rachid no parece un gran viajero ni tampoco el huérfano callejero que se supone que es. La actriz Alice Belaïdi responde cabalmente al viejo truco de la chica linda y algunas referencias cuajan más que otras. Que Anahita cite el hedonismo libatorio de Omar Khayyam basta para recordar que hay un Irán sin rezos, chadores o Corán. Que le haga leer a Rachid en voz alta a Baudelaire, en cambio, será narrativamente útil como signo de puente cultural, pero la poesía de Baudelaire no parece tener mucha relación con su mundo o el de Rachid. Sin embargo, la dinámica visual, el mestizaje, la libertad narrativa, el modo en que las escenas respiran, el carácter esponjoso del relato (que no es sólo de Rachid) hacen de Flores del mal lo que más importa: un film que, a diferencia de quienes caen en las calles de Teherán, está vivo.
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