CINE › JULIA MURAT HABLA DE SU PELíCULA HISTORIAS QUE SOLO EXISTEN AL SER RECORDADAS
En su película, que se estrena mañana en Buenos Aires, la realizadora brasileña contrapone la quietud del ficcional Jotuomba con la llegada de una joven fotógrafa, que provocará varios cambios en los pequeños y grandes rituales pueblerinos.
› Por Oscar Ranzani
Jotuomba, un pueblo fantasma del norte de Brasil, es el lugar ficcional elegido por la cineasta brasileña Julia Murat para el desarrollo de su ópera prima Historias que solo existen al ser recordadas, que se estrena mañana en la cartelera porteña. El sitio tiene ciertas similitudes con el lugar real, salvo que en Forte Coimbra –el real– hay electricidad y niños y en el de la historia de Murat brillan por su ausencia. En el pueblo fantasma solo hay gente que está terminando su vida. Entre ellos, Madalena, una anciana que se dedica todos los días a amasar pan y a circular durante las mañanas por unas vías de tren abandonadas para llevar una canasta al almacén de Antonio. Así como la vida de Madalena resulta monótona y sin grandes emociones, también es así la de sus vecinos, toda gente que se codea con la muerte de un modo especial. Pero esa rutina se ve interrumpida cuando a la casa de Madalena llega Rita, una joven fotógrafa que le pide lugar por unos días. Si bien en un principio Madalena se resiste, al final termina aceptando. Con esta presencia, cambia también la reacción de los vecinos, que terminan dejando de lado la reticencia para integrar a Rita a los rituales pueblerinos. Y la fotógrafa establecerá con ellos una relación que terminará desnudando algunos misterios.
“En 1999 yo trabajaba como asistente de dirección en Brava Gente Brasileira, film dirigido por mi madre, Lucía Murat, en Forte Coimbra, Pantanal. Allí conocí un pueblo cuyo cementerio había cerrado: los muertos eran enterrados en el cementerio más próximo, a siete horas de barco. En ese momento, decidí escribir una historia sobre un pueblo cuyo cementerio estaba cerrado”, cuenta Murat a Página/12, vía mail. “La imagen quedó en mi memoria y años después comencé a escribir el guión”, agrega la cineasta, cuyo film circuló por respetados festivales del mundo, como los de Venecia, Toronto, San Sebastián y Rotterdam, entre otros. El guión fue seleccionado para los seminarios de la Fundación Carolina, en Madrid, donde Murat conoció a Julia Solomonoff, quien terminó siendo la productora argentina del largometraje. Como resultado del recorrido por las muestras cinematográficas, Historias que solo existen al ser recordadas obtuvo quince premios. De modo que es un film que no solo funciona puertas para adentro. Así lo explica Murat: “Creo que la película trabaja con temas universales: la muerte, la tradición, el abandono; por eso hay una facilidad para que personas de distinto sitios y culturas se relacionen con la historia (pero debo confesar que no esperaba que sería tan bien recibida por el público). Además, el film dialoga con una cinematografía contemporánea que está participando de los festivales hoy en día, como las de Carlos Reygadas, Jia Zhang Ke, Kore–eda...”
–¿Cuánto cree que Historias que solo existen al ser recordadas tiene de universal y cuánto de localista?
–Creo que la historia es universal, y la ambientación es específica del Valle de Paraiba, donde sucede la historia. Toda la trayectoria del personaje podría pasar en cualquier sitio abandonado en el mundo, pero hay puntos que son históricos de esta región: la decadencia de las haciendas de café, la presencia de la inmigración extranjera, el fin del tren de pasajeros en 1976 (fecha que en la película marca la última muerte).
–¿El ritmo lento de la trama funciona como una metáfora de que el tiempo parece detenido en el pueblo?
–Sí. Pero también como una metáfora del encuentro de culturas: nosotros, los espectadores, como el personaje de Rita, llegamos a Jotuomba (o a la película) en otro ritmo y somos obligados entrar en el ritmo de ella, o al menos a relacionarnos con ella.
–¿Los ancianos viven la rutina pueblerina con resignación o ya están habituados a que no pase nada?
–No me gusta la palabra resignación. Viven la vida que tienen a su disposición, con las cuestiones que les son puestas. Cuando hay un elemento nuevo, como el personaje de Rita, reaccionan a este elemento. Primeramente con miedo y después con apertura.
–La vida de la anciana Madalena cambia a partir de la irrupción en escena de la fotógrafa Rita. ¿Cómo buscó reflejar el cruce y la relación entre distintas generaciones?
–Lo que más me interesaba en este cruce no era la diferencia entre las dos, sino la proximidad. Por más distantes que sean sus vidas (edad, ciudad de origen –pueblo perdido/gran ciudad–) tiempo (una vive del pasado, la otra es una chica de hoy), son dos personas que tienen muchas cosas en común: la melancolía, la falta de alguien o algo, la tarea cotidiana (fotografía y pan), el ritual de su tarea en la oscuridad.
–¿Cree que el film combina el realismo mágico con la narración documental?
–Sí. Creo que la ambientación de la película y la trama misma son de una historia de realismo mágico: el cementerio cerrado, la imposibilidad de la muerte. Pero los diálogos, en su mayoría, fueron tomados de una investigación documental (horas de grabaciones de diálogos de la gente de la región, que fueron desgrabadas e incorporadas al guión), y el estilo de la película, la mise en scène y los encuadres, son fruto de una película “documental”.
–¿De qué modo buscó reflejar el sentido de la tradición en la historia situada en un pueblo donde sus habitantes tienen determinados rituales?
–Existen los rituales, pero también están las obligaciones con la sociedad. Los roles. La organización del pueblo presupone que cada habitante haga algo para la sociedad: Madalena hace el pan, Antonio el café; el cura, la misa; otro hace las verduras; otro, el azúcar. Incluso Carlos, que no hace nada más que beber cachaça todos los días, tiene la función de ser el “vagabundo”, el que no tiene responsabilidad. En este sentido, la historia es escrita como modo de pensar la tradición en los días de hoy: ¿Qué hacemos nosotros, jóvenes, ante la tradición? ¿Hacemos el pan? ¿O seguimos nuestras vidas?
–¿Cuál es su idea sobre la muerte y cómo buscó reflejarla en esta historia?
–Yo siempre quise hablar de la muerte como una posibilidad de liberación, el derecho de las personas a elegir cómo y cuándo irse.
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