Jueves, 25 de mayo de 2006 | Hoy
CINE › “LA BUSQUEDA”, OTRO PASO EN FALSO DE WENDERS
Por H. B.
¿Hace cuánto que Wim Wenders no hace una buena película? Quienes hayan visto el documental Lisbonne Story, que es de mediados de los ’90, podrán nombrar ésa. El resto deberá retroceder una década más atrás y elegir, según el gusto, entre Paris, Texas, el doc Tokyo-Ga o la hoy quizá kitsch Las alas del deseo. Intentando levantar cabeza después de la pesadez de The End of Violence (1997), la catástrofe de The Million Dollar Hotel (2000) y el elemental didactismo de Land of Plenty (2004), hacia fines del 2004 Wenders buscó pisar terreno firme otra vez. Para eso convocó a Sam Shepard, coguionista y compadre de Paris, Texas, y viajó de nuevo con él al Oeste. La hoja de ruta consistía en confrontar una vez más tradición y contemporaneidad, urbe y desierto, soledad y lazos familiares, gregarismo y neurosis. Con los mismos elementos con los que hace más de veinte años había escalado esa cima llamada Paris, Texas, ahora Wenders confecciona La búsqueda (Don’t Come Knocking, en el original), que bien podría considerarse una sima.
Quien haya leído algún relato de Crónicas de motel no tardará en advertir que hay en La búsqueda tanto Shepard como Wenders. El propio Sam hace aquí una versión venida abajo de sí mismo, el veterano actor de westerns Howard Spence, que supo ser una estrella antes de que el alcohol, las drogas y los escándalos lo derrumbaran. Ahora acaba de escapar de un rodaje en pleno Monument Valley (como director de la película aparece George Kennedy, uno de los últimos iconos del género) y enfila a través del desierto y en su descapotable rumbo a... casa de mamá, a quien no ve desde hace décadas. Típica cita de Wenders al Hollywood de ayer, la mamá es Eva Marie Saint, a quien el coprotagónico de Intriga internacional convierte en monumento viviente. Con la mamá vienen en tropel todos los lazos familiares de los que Spence había sabido huir: un viejo amor (Jessica Lange, esposa de Sam Shepard, en una suerte de broma interna), el hijo de éste, cantante country (Gabriel Mann), cuyo padre bien podría ser Howard, y de paso una chica (Sarah Polley), que anda llevando las cenizas de su madre y tal vez sea también hija de Spence.
Que Wenders y Shepard imaginen a una estrella de westerns hoy –cuando hace como treinta años que esas películas dejaron de producirse– es el acto fallido que revela que el reloj se le paró hace mucho al realizador de En el curso del tiempo, y no sabe cómo darle cuerda de nuevo. Que las mejores escenas de La búsqueda sean las dos o tres en las que Wenders calca a la perfección la gramática del western, no hace más que confirmarlo. El resto es una mezcla de Edipos del tango mudados al Oeste, nostalgismo tanguero también, defensa culposa de la familia, autorridiculización involuntaria, radical incomprensión del mundo de los jóvenes y esa clase de envejecimiento al que algunos le siguen dando el nombre de cinefilia, como si ésta consistiera en un simple y triste endiosamiento del pasado.
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