Mié 19.09.2012
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CINE › CéSAR LUCENA, SU FILM SAMUEL Y EL SISTEMA DE TRABAJO DE CINE ATOMO

Filmar sólo con lo mínimo

En el Festival Internacional Unasur Cine, el realizador presentó una película que indaga en la historia de un sanador. En la Competencia también pudo verse Porfirio, del colombiano Alejandro Landes, que deja flotando más de un interrogante polémico.

› Por Oscar Ranzani

Desde San Juan

Cine Atomo es un movimiento que fundó Alberto Arvelo, uno de los cineastas más importantes de Venezuela. Tienen ciertas premisas en su concepción del cine para no depender exclusivamente de los subsidios del Estado. Si bien no son estrictas, funcionan como una especie de filosofía del grupo antes que como manifiesto. El director no tiene asistente, los actores tienen que conseguir ellos mismos el vestuario y maquillarse, mientras que el director de fotografía tampoco tiene asistente, sino que él mismo utiliza la cámara e ilumina: cine de bajo presupuesto con equipos chicos. Sólo con tres personas, Arvelo dirigió el film Habana Havana. Cuando César Lucena estudiaba guión con Arvelo se sintió atraído por esta forma de trabajar y decidió unirse a Cine Atomo para realizar su ópera prima, Samuel, que se exhibió en el Festival Internacional Unasur Cine, que se lleva a cabo en esta ciudad hasta el sábado.

Antes de comentar el film, conviene contar parte de la historia en la que Lucena se inspiró para construir su ficción. Edgard Cayce fue un ciudadano estadounidense nacido en 1877, en Hopkinsville, quien descubrió a los 21 años que tenía un poder. Cuando estaba bajo los efectos de la hipnosis, era capaz de recetar tratamientos “médicos”. No era algo milagroso, que tocaba a alguien y lo curaba, sino más bien que se “convertía” en médico, estando inconsciente. “Y sucedieron cosas extraordinarias como, por ejemplo, que él era fotógrafo y tuvo que dejar de hacer su trabajo para atender los llamados y telegramas que le enviaba desde todo Estados Unidos la gente que quería sanarse. El tuvo un hijo, pero se murió muy pequeño y no lo pudo salvar”, cuenta Lucena en diálogo con Página/12.

Samuel se basa en esa historia para construir una propia: la de una joven pareja que tiene dificultades para concebir y buscando una solución al problema de la infertilidad conoce a un médico de un pueblo cercano que cura bajo el efecto de la hipnosis. Pero cuando intenta hipnotizar a Alma, la mujer, el que termina en ese estado es Samuel, su marido. Y cuando está bajo el efecto de la hipnosis, Samuel experimenta una transformación interior que le da la suficiente capacidad como para resolver su problema y ayudar a los demás.

“Igual que en la anécdota de Cayce, cuando Samuel está bajo el efecto de la hipnosis es capaz de ver qué enfermedad tiene la persona y si tiene alguna salvación, algún modo de curarse, y da un tratamiento. No muestro en la película el tratamiento ni el diálogo que él tiene, pero se sugiere”, explica Lucena. “Si lo hubiera hecho solamente basándome en la cultura de mi país hubiera sido una cosa de realismo mágico, irracional. Hubiese sido simplemente un curandero que mediante milagros salva a la gente. Y todo eso me parecía muy ingenuo, como falto de sustancia.” En cambio, Lucena prefirió trabajar con la idea racional más ligada a la psicología, en el sentido de que puede haber alguien “que tenga una facultad para hacer algo extraordinario, pero todo lógicamente”, subraya el cineasta, quien se sintió más a gusto con esta elección por su pasado de estudiante de física. Y en el fondo, Samuel es una película sobre los obstáculos que tiene que vencer el ser humano para ayudarse a sí mismo y, a la vez, a los demás. “Se trata de encontrarse uno mismo, a pesar de que uno piense que no puede ayudar a nadie y que no merece tampoco ayudar a nadie”, concluye Lucena sobre el sentido del film.

Otro de los largometrajes que se vio en la competencia es Porfirio, coproducción de cinco países (Colombia, Argentina, España, Uruguay y Francia), dirigida por el colombiano, nacido en Brasil, Alejandro Landes. Este film –de lo mejor en competencia hasta el momento– surgió de un titular de un diario que le hizo ruido a Landes: “Hombre discapacitado en pañales secuestra aeronave rumbo a Bogotá”. El 12 de septiembre de 2005, Porfirio Ramírez Aldana, de 50 años, secuestró un avión que se dirigía a Bogotá, aferrado a dos granadas. El motivo de esta amenaza –que en el fondo era desesperación– era que el gobierno se hiciera cargo de una vez por todas de la indemnización que tenía que otorgarle el Estado colombiano porque sus piernas quedaron paralizadas desde 1991, al recibir dos balas perdidas de un tiroteo de la policía. “El aeropirata” –como se lo conoció mediáticamente– tuvo una condena de varios años de arresto domiciliario.

Varios méritos tiene el film de Landes que participó en la Quincena de los Realizadores de Cannes y de próximo estreno en Buenos Aires. Uno de los aciertos es que el cineasta logró plasmar una ficción contundente y, a la vez, visceral que muestra el padecimiento de un hombre que ha quedado privado de moverse en la cotidianidad del día a día, hasta en los detalles más mínimos. Y en las situaciones más extremas también. Si a eso se le suma que Landes no se tentó de hacer un documental con el personaje real, el mérito es doble porque es el propio Porfirio Ramírez Aldana el que actúa de sí mismo. Si bien Porfirio tiene una impronta documental, Landes logró construir una ficción que tiene mucha crudeza, ya que al protagonista se lo ve en situaciones muy íntimas que van desde el momento en que defeca –ayudado por su hijo– a cuando tiene relaciones sexuales con su pareja. Y también se ven los límites físicos que implica la discapacidad. Algo que puede fomentar el debate es si Landes no se excede con la manera en que expone a Porfirio ante las cámaras. ¿No es acaso un límite ético no exponer a la persona que padece constantemente problemas dificultosos, producto de lo vivido, a “vivirlos nuevamente” a través de la interpretación en una película? Es una respuesta que deberá formular cada espectador que tenga la oportunidad de ver el film.

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