CINE › HORAS DE DEFINICION EN EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIAN
La edición de este año no se distinguió por una competencia demasiado destacada, al punto de que las películas vistas en Horizontes Latinos superaron esa media. Costa-Gavras decepcionó con Le Capital, visión demasiado lineal de la crisis económica.
› Por Horacio Bernades
Desde San Sebastián
Todavía no se anunciaron las Conchas y Días de pesca, la película de Carlos Sorín, ya ganó un premio. Se trata del premio Signis, que todos los años otorga esa organización ecuménica, presente en todos los festivales de primera línea. Esta noche, a la hora de los premios oficiales, Sorín podría hacer cartón lleno: hasta ahora, las cuatro veces que se presentó en San Sebastián, siempre ganó algo. La Competencia Internacional de San Sebastián se cerró con una muy poco graciosa (o inspirada, o sugerente) sátira política del veteranísimo Costa-Gavras y un policial existencial del sueco Lasse Hallström. Además de la película de Sorín, otras candidatas lógicas a los premios mayores de la 60ª edición de San Sebastián son la libanesa El atentado, la francesa Dans la maison, la estadounidense Arbitrage y la española Blancanieves que, aunque no le gustó nada a este cronista, tiene rendidos a los locales. Ah, y no debe descartarse a Rhino’s Season, del iraní Bahman Ghobadi. Una película lo suficientemente demagógica, kitsch y golpebajera como para despedir un fuerte olor a Concha.
Los realizadores prestigiosos pero de altri tempi son un clásico de San Sebastián, y en esta oportunidad cupo ese honor a Constantin Costa-Gavras, con Le capital. El realizador de Z y Estado de sitio nunca se caracterizó por su humor o sutileza, y de ambas le faltan toneladas a un film que narra el irresistible ascenso de un segundón a la dirección de un banco europeo. A diferencia de Arbitrage, que tiene la suficiente inteligencia para hacer de su protagonista (un personaje muy semejante a éste) un tipo por momentos seductor, y en otros digno de empatía, el de Le capital es la más esquemática representación posible de lo que el título de la película indica. “¿Dejaremos que esta clase de tipos nos lleven al abismo?”, termina preguntando el protagonista, mirando a los ojos al espectador, por si el bobo de la butaca no se dio cuenta de que de lo que la película hablaba era de la actual crisis financiera. Con la serie Millennium a la cabeza, el policial nórdico es uno de los booms literarios del momento. Filmando en Estados Unidos hace décadas, el sueco Lasse Hallström vuelve a su país con El hipnotista, basada en la novela homónima de Lars Kepler. Allá lejos y hace tiempo, cuando todavía no había cruzado el Atlántico, Hallström filmó una pequeña perlita, llamada Mi vida como perro. De aire tan bergmaniano como suele serlo la variante nórdica del género, El hipnotista es un drama de relaciones disfrazado de policial, donde no hay familia que se salve. Bien filmada y prolijamente narrada, no da la talla de “película de festival”. Pero son varias las películas de Competencia Oficial que no la dieron, así que tampoco es que desentone tanto.
La colombiana La sirga y la uruguaya La demora confirmaron el nivel superior que la sección Horizontes Latinos mantuvo por sobre la Competencia Oficial durante todo el festival. Opera prima del colombiano William Vega y participante de la última edición de la Quincena de Realizadores de Cannes, la primera de ellas transcurre en el extremo norte del país, en medio de la selva. Un hombre empalado en el primer plano de la película, la referencia a un poblado prendido fuego y unos fusiles a bordo de una canoa son todo lo que se necesita para entender la situación de la protagonista, que huyendo de la masacre busca refugio en casa de un pariente, en una aldea vecina. El hijo del dueño de casa vuelve para advertir a su padre y a la nueva huésped de que se vayan pronto, porque sabe que corren peligro. El realizador no embellece la pobreza ni usa la violencia como palanca dramática. Filma a los personajes de acuerdo con su propio tempo, con depurado manejo de las elipsis narrativas.
Tercera película del uruguayo Rodrigo Plá y primera que dirige en su país –las anteriores fueron en México–, La demora es sin duda la mejor. La primera, La zona, era una alegoría demasiado rígida. La segunda, Desierto adentro, un pesado drama histórico. Protagonizada por Roxana Blanco (a quien el cronista “argentinizó” en una crónica previa; se aprovecha para devolverle la nacionalidad) y un admirable Carlos Vallarino, La demora es un pequeño y ajustadísimo film de cámara, alrededor de las penurias de una costurera cincuentona y tercerizada, que debe hacerse cargo de tres hijos y un padre senil. Con una cámara siempre próxima a los personajes, la película parece servida para el miserabilismo, y sin embargo jamás se permite caer en él.
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