CINE › ALEJANDRA MARINO Y ROXANA BLANCO HABLAN DE LA PELICULA EL SEXO DE LAS MADRES
La directora y una de las protagonistas –la otra es Victoria Carreras– coinciden en que no conocen a ninguna mujer que no haya padecido situaciones de violencia de algún tipo, que es la temática que aborda la película estrenada ayer.
› Por María Luz Carmona
A lo largo de la historia, las mujeres han ganado espacios de poder. Y que han conquistado derechos –desde el sufragio femenino hasta la ley contra la trata de personas, por nombrar sólo algunos– es una realidad indiscutible. Pero que aún falta un largo camino por recorrer también lo es: este grupo social sigue padeciendo diferentes formas de violencia. Para continuar generando interrogantes y hacer visible la problemática surgió El sexo de las madres, una película con guión y dirección de Alejandra Marino que se estrenó ayer en los cines Gaumont, Artecinema, Monumental y Cinemark Puerto Madero. Sin embargo, no es el objetivo de Marino hablar sólo de las violencias que atraviesan la vida de las dos protagonistas (Victoria Carreras y Roxana Blanco), sino mostrar “las marcas que esas agresiones dejaron en los cuerpos de ellas”, según define. “Uno de los quiebres que les toca vivir es una violación y luego un aborto, y esto produce una transformación en ambas. Y una distancia, pero no un distanciamiento, porque los códigos entre las dos siguen existiendo”, cuenta la guionista rosarina, que dirigió además dos films: el drama Franzie y el documental Las muchachas, sobre las mujeres que acompañaron a Eva Perón en la fundación que llevó su nombre y la formación del Partido Peronista Femenino.
El estreno de El sexo... llega en un momento político y social muy particular ya que, entre otras cosas, coincidió con una marcha que tuvo lugar ayer en el Congreso y que fue convocada por diferentes organizaciones sociales y de derechos humanos para exigir una ley de aborto legal, seguro y gratuito. ¿Casualidad? “La película cae en este momento porque el azar juega a favor del arte”, entiende Marino. El film cuenta la historia de dos amigas de la vida, Ana y Laura, que han atravesado momentos difíciles en su adolescencia. Al crecer, cada una sigue un camino diferente, una en Buenos Aires como obstetra, la otra en un pueblo de Tucumán, donde pasaron su infancia y juventud. Luego de un llamado telefónico de Laura, ellas se reencontrarán. Y deberán afrontar un presente marcado por un hecho que las selló a fuego en aquellos viejos tiempos. El elenco se completa con Tahiel Arévalo, Carolina Rodríguez Carreras, Manina Aguirre, Juan Carlos Di Lullo, Carolina Jiménez, Ashley Matheus y Candela Matías.
–La película trata sobre las diferentes formas de violencia hacia las mujeres. ¿Por qué le interesó hablar de eso?
Alejandra Marino: –El tema de la violencia está inspirado, de alguna manera, en mi historia real. La película también tiene que ver con una historia de amistad entre estas dos mujeres que son muy particulares, pero a la vez todas podemos identificarnos con ellas. El sentimiento de amistad que se forma durante la adolescencia entre las mujeres, en la que compartimos muchas cosas y se viven muchos quiebres, es muy fuerte.
Roxana Blanco: –Habla sobre distintos tipos de violencia, como la del mandato sobre qué es ser mujer y madre. Y cómo hay que serlo. Esos son tipos de violencia, también. Ellas son madres políticamente incorrectas desde el punto de vista de los mandatos.
A. M.: –También hay una situación de violencia cuando una de las protagonistas dice: “El juez no me devuelve a mis hijos y yo ya me desintoxiqué. Ellos hablan de los menores, pero los menores son mis hijos”. Pero la película no es sólo sobre eso, sino sobre cómo eso entra en la vida de las mujeres y en la de los hijos de estas mujeres.
–No sólo transita situaciones de violencia concretas y palpables, como lo es un abuso sexual, sino que tocan otros tipos de agresiones, que son simbólicas y casi no se perciben porque están naturalizadas. La vida de estas dos mujeres está atravesada por la violencia...
A. M.: –Da la sensación de que son dos chicas que abrieron la puerta para ir a jugar. Y en ese abrir la puerta les pasan una cantidad de cosas. Es asombroso que cuando se está trabajando con un guión, en general, una comenta lo que está escribiendo y a veces lo da para que lo lean, y no hay mujer con la que haya hablado que no haya padecido algún tipo de violencia. Los hombres resuelven esas situaciones de otra manera. La manera de resolver las situaciones que ellas tienen es propia del mundo de las mujeres. Sin embargo, no es sólo una película de mujeres, hay un hijo varón que se hace cargo de ciertas cosas y aporta algo muy masculino a la resolución de la película.
R. B.: –También se hace presente lo no dicho, que tiene que ver con esa violencia invisible. El personaje de Victoria Carreras es una ex adicta y ahí se pone en juego el peligro de lo no dicho en una familia o en una amistad. Y se pone en juego la violencia que genera una verdad no dicha. Todos lo saben y todos lo quieren decir, y es liberador decirlo.
A. M.: –En ellas hay una violencia aprehendida que es el no decir, el ocultar. No se ocultan cosas entre ellas, pero sí a los demás. Hay algo que en un punto comienza a aparecer y es esa verdad que genera tempestades. No es fácil decirle al otro ciertas cosas que se estaban ocultando. Para ellas es difícil decirlo después de muchos años.
–¿Por qué decidió poner en escena su historia personal?
A. M.: –Porque cuando uno pinta, hace cine o hace algo que tiene que ver con el arte, siempre hay pedazos de uno que va poniendo. El disparador también fue el caso de Romina Tejerina, que a mí me lleva de nuevo a esa parte de mi historia. A veces se cuestiona lo que le pasó a ella. Cuando se hace presente esa verdad oculta que fue el embarazo que mantuvo durante nueve meses, ocurre una aberración. Entonces ella pasa años en la cárcel y el violador anda por la calle. Nunca vi una situación tan atroz como ésa. Esa situación me toca algo que me impulsa a tratar de escribir una película que tiene que ver con las consecuencias de la violencia en el cuerpo de la mujer. Y en lo no dicho, en lo que no queda juzgado. En el cine argentino nos nutrimos de toda esta realidad, nuestra realidad.
–¿Le resultó reparador hacer este trabajo?
A. M.: –Es una herida que siempre queda, en la manera de vivir esa herida es lo que cambia. Obviamente que cambia más con la terapia, con los años, con la vida que una elige y puede tener. Trabajar en el cine y el teatro sana. El arte sana.
–Desde distintas políticas de Estado se está trabajando sobre la problemática de la violencia de género: existe una ley que protege a las mujeres de la violencia doméstica, una ley de trata y una de aborto no punible. ¿Cree que se está avanzando es ese sentido?
A. M.: –Creo que sí, pero es muy difícil, porque la violencia está naturalizada desde la música y la televisión. No hay mujer que no haya sufrido algún tipo de violencia. Pero también hemos avanzado: tenemos la ley de identidad de género, la de matrimonio igualitario. Son cosas que nos quedan de acá para el futuro. Es como la ley de sufragio de las mujeres, son cosas que quedan para siempre. O la ley de aborto no punible en Uruguay: ¡andá a volver atrás eso! Nosotros no podemos soslayar los cambios que hay hoy en Latinoamérica. Creo, particularmente, que en la Argentina el hecho de que haya tantas mujeres ocupando espacios de poder está bueno. Es bueno que haya mayor igualdad.
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