Miércoles, 14 de noviembre de 2012 | Hoy
CINE › NERIO BARBERIS, EX INTEGRANTE DEL GRUPO CINE DE LA BASE
El mítico film Los traidores, de Raymundo Gleyzer, cerrará hoy la edición de la muestra realizada por la agrupación Documentalistas Argentinos (DOCA). “La lucha por la democratización de los sindicatos sigue teniendo una absoluta vigencia”, sostiene Barberis.
Por Oscar Ranzani
Si se analiza el cine político argentino de los ’60-’70 hay dos iniciativas que emergen claramente: el Grupo Cine Liberación, integrado por Fernando “Pino” Solanas, Octavio Getino y Gerardo Vallejo, y el Grupo Cine de la Base, liderado por el cineasta desaparecido Raymundo Gleyzer. De todas las películas que este director realizó, hubo una sola de ficción: Los traidores (1972, actualizada en 1973). Para quienes no lo recuerdan, el film narra la historia ficcional de Roberto Barrera, un militante sindicalista del peronismo de los ’60 que, en busca de conseguir poder, se corrompe. A tal punto que es capaz de traicionar sus ideales y también a sus seguidores. Así lo demuestra cuando finge su secuestro con el objetivo de que este engaño le reditúe ganar las inminentes elecciones de su sindicato. Una copia remasterizada de Los traidores podrá verse hoy, a las 21, en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635), como parte de la programación de la muestra que está realizando la agrupación Documentalistas Argentinos (DOCA). Luego de una serie de proyecciones de cortos sobre el militante asesinado Mariano Ferreyra, el film de Gleyzer cerrará esta edición con la proyección y la mesa-debate “La vigencia de Los traidores: de la Triple A a Mariano Ferreyra”, que brindará el argentino Nerio Barberis, ex integrante del Cine de la Base, especializado en sonido.
Radicado en México, Barberis viajó a la Argentina especialmente invitado por DOCA. En diálogo con Página/12, recuerda que el Cine de la Base surgió, en principio, “como una gran necesidad para la distribución de Los traidores”. Cuenta Barberis que, una vez que Gleyzer terminó esta película, el grupo se encontró con la necesidad de saber qué se podía hacer con la cinta. “No había interés en que fuera a las pantallas. La ideología del grupo era que teníamos que llevar ese cine a las bases, a la gente que no podía pagar la entrada de cine. Nos interesaba que el mensaje antiburocrático que transmitía la película pudiera ser comunicado y entendido por la gente de base”, relata Barberis. Entonces, en una primera etapa, Cine de la Base fue “un grupo de distribución, antes que de producción, y luego empezamos a producir”.
–Como creían que el cine podía transformar la realidad, ¿antes que entretener la función del Cine de la Base era concientizar?
–Bueno, este tema de transformar la realidad es relativo. O sea, nosotros pensábamos que la realidad se transformaba de otra forma, con un proceso más profundo y más revolucionario. Estoy hablando de los ’70. Y lo nuestro acompañaba esta posibilidad de transformación de la realidad: era un elemento de propaganda y de concientización muy grande. No subestimábamos el panfleto fílmico ni la obra cinematográfica clásica. O sea, usábamos cualquier formato porque todos eran viables para poder generar lo que a nosotros más nos importaba en las proyecciones: el debate posterior. Era un debate de orden político, de discusión con la gente, y ante cualquier sector político.
–¿Y cómo recuerda aquella época en que las proyecciones eran llevadas a la base?
–Era una experiencia espectacular. Piense que éramos todos niños pequeños burgueses de izquierda, aunque quizá sea gracioso caracterizarnos así. Eramos intelectuales ligados a una clase particular. Pero la confrontación con la base, que era la clase obrera, la gente de las villas, los pobres de la ciudad, eso lo leíamos en los libros. Llevar el proyector de la mano a esos lugares nos confrontaba con la gente tal como era: con sus preguntas, sus necesidades, sus sueños de felicidad. La gente no quería tomar el poder: quería vivir mejor. Y vivir mejor se asociaba a tomar el poder. Esa era la intención. Pero hablar con la gente de verdad fue un aprendizaje único y transformador.
–¿Los traidores fue hecha en la clandestinidad?
–Fue hecha en una situación de semiclandestinidad, digamos. No se sabía bien cómo era la película que Raymundo estaba haciendo porque también se cuidaba, ya que no quería que le pasara nada. Salvo ya las últimas secuencias que se filmaron en el ’73, cuando ya no había problemas de persecución política.
–¿Por qué Los traidores fue el único largometraje de ficción del Cine de la Base? ¿Qué fue lo que pudo expresar mejor en ese formato?
–Algo que desde la izquierda nos da mucho para hablar: la condición artística, el valor narrativo de la ficción, la compenetración del público con una ficción con la cual podía identificarse. La ficción es un hecho espectacular y maravilloso igual que el documental, pero consigue otros lugares de comunicación. Entonces, Raymundo ensayó la ficción con riesgos, porque Los traidores tiene la secuencia del cementerio, que es onírica y surrealista, y que mucha gente decía: “Los obreros no lo van a entender”, por ese “paternalismo” de que “hay que hacer cosas torpes para que la gente las entienda”. Sin embargo, la gente entendía perfectamente eso. Cuestionaba, de golpe, otras cosas, como posiciones políticas de la película, como la muerte de Barrera. Muchas veces la gente preguntaba: “¿Qué tengo que hacer: matar al burócrata?”. Nosotros decíamos: “No, no, no. El sindicato se gana trabajando por abajo y construyendo las alternativas de lucha interna”. Este es un hecho que cuenta lo que pasó con este personaje. Y eso generaba un debate muy enriquecedor. Y la ficción podía permitir eso.
–¿Coincide con que Los traidores promueve un debate sobre la ética y una reflexión sobre las contradicciones en el sindicalismo?
–Exactamente las dos cosas, porque un dirigente natural (como era el personaje) pierde la ética y se transforma en un burócrata. Pierde la ética, los principios fundamentales ideológicos que lo convocaron a defender a su clase, a su sector, y los abandona por intereses de poder, de dinero. Es algo que todavía no está resuelto en este país ni en muchos otros.
–La película también parece plantear que cuanto más arriba alguien está en la escala de poder, más dispuesto tiene que estar a negociar su grado de impureza. ¿Usted lo ve así?
–No, lo que pasa es que cuanto más alto es el nivel de poder, más complejo es el ejercicio de ese poder, porque no es una cosa lineal ni angelical. Las contradicciones y las luchas de los grupos y de los distintos sectores es algo muy complejo. Implica tener principios de gran solidez, poder negociar con fuerzas que uno no puede combatir o destruir. Hay que tener capacidad de negociación, pero hay que tener conducta y principios para que eso no lo desvíe a la corrupción.
–¿Cómo analiza la vigencia de Los traidores en un contexto muy diferente del de los ’70?
–Independientemente del fenómeno de la violencia que, obviamente, queda descartado como una opción a tomar, creo que sigue teniendo una absoluta vigencia la lucha por la democratización de los sindicatos. Lo digo sin ningún tipo de bandería política. Esto es algo que tienen que enfrentar el peronismo y los sectores de izquierda no peronistas. Este es un país donde la división entre derecha e izquierda es transversal y parte todos los grupos por la mitad. Por lo cual yo pienso que en el peronismo está la gente de la derecha y la de la izquierda, y en la izquierda está la gente de la derecha y la de la izquierda. Creo que la voluntad de democratizar sus sindicatos pasa por todos lados, por todas las fuerzas. Y seguimos heredando un sistema sindical burocratizado, donde muchos de los dirigentes son empresarios. Por eso, podemos ver hoy Los traidores y sentir que es una obra vigente.
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