Mié 21.11.2012
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CINE › UNA TENDENCIA QUE SE MANIFIESTA EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA

Documentales en primera persona

Huellas, ópera prima de Miguel Colombo que se presenta en la Competencia Argentina, va en busca de un antiguo misterio familiar que se presume abyecto y termina encontrando otro peor. Buscando al huemul, de Juan Diego Kantor, es un interesante documental de viajes.

› Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

Hay toda una vertiente de documentales que podría denominarse “del siniestro familiar”, remontándose a la perturbadora Capturing the Friedmans (2003) y reconociendo como legítimos descendientes a la argentina Familia tipo (2009) y la muy reciente Sabina, estrenada en Buenos Aires unas semanas atrás. Son documentales en primera persona, en los que el realizador o realizadora remontan el cauce de la memoria, sospechando la existencia de algún secreto oscuro que su propia familia guarda y descubriendo eso, o más. Huellas, ópera prima de Miguel Colombo que se presenta en la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se inscribe resueltamente en esta línea, yendo en busca de un antiguo misterio que se presume abyecto y encontrando otro. Y después uno peor. Sin embargo, el film es luminoso, un poco porque Colombo tiene la fineza de no redundar en oscuridades que no necesitan de subrayados y otro poco porque el viaje lo lleva primero hasta la Liguria y luego hasta la más cruda intemperie del noroeste argentino, donde el sol pega casi como en el infierno. Confirmando la tendencia de un año cinematográfico que tuvo a Tierra de los padres, Papirosen y El etnógrafo como sus más altos exponentes, el film de Colombo es el tercer gran documental que presenta esta edición del Ficmdp, después de El Impenetrable y Calles de la memoria.

Hay algo en la historia de Ludovico, el abuelo materno, que no termina de convencer a su nieto Miguel. Ludovico emigró a la Argentina junto a su esposa después de la guerra, instalándose en el noroeste, donde además de seguir dando pasto a su pasión por las armas se dedicó a la explotación de una mina. Lo que no convence al nieto es lo de antes de la guerra: Vico habría empezado combatiendo en el ejército fascista, pero habría terminado como resistente y partisano. ¿Tal vez el abuelo mintió, quizá fue nazi incluso, o es posible que haya sido partisano, pero no de izquierda sino monárquico? Film de viajes, Huellas confirma que las películas que mejor narran una historia no son, desde hace rato, las de ficción, sino los documentales. En este caso, no sólo por la serenidad de tono y la sofisticación visual que supone que el secreto más intolerable se cuente frente a un fuego –cuyas llamas terminan por dorar la pantalla entera–, sino sobre todo por el modo en que Colombo dosifica primero los datos básicos del misterio, luego las sucesivas capas de la cebolla que la película pela. Y que llegan hasta una forma apenas mediada de abuso familiar, convirtiendo lo que parecía una variación del “Tema del traidor y del héroe” en una de, como se dijo, Capturing the Friedmans. Un cerrado aplauso coronó la función de prensa de Huellas, confirmando que hay aquí una de las películas fuertes de la Competencia Argentina.

Documental de viaje es también Buscando al huemul, de Juan Diego Kantor, donde un descendiente de mapuches emprende una búsqueda que de antemano se sabe con pocas posibilidades de éxito: se trata de hallar al cérvido del título, ya casi enteramente extinguido. Como los propios mapuches, asociación que cae de madura. En el marco de imponentes paisajes del extremo sur, Buscando al huemul no tiene la intensidad dramática de Huellas, pero lo cierto es que no la busca: se trata de lo que suele llamarse “documental de observación” que, a la inversa de los que se narran en primera persona, no tiende al compromiso emocional, sino a “borrar” la presencia de cámara y realizador. Frente a tanto documental, La corporación, de Fabián Forte, apuesta a la ficción pura. La de un ejecutivo (Osmar Núñez) que no resulta estar casado, como todo hace suponer, con la bella Luz (Moro Anghileri), sino... Para no pinchar el globo de una película enteramente basada en la existencia de una realidad paralela que se va develando muy de a poco, limitémonos a decir que La corporación es una suerte de Auto Truman Show. Film básicamente de guión, el de Fabián Forte es uno de esos que parecen terminados antes de empezar a rodarse. Pero maneja sus secretos con la habilidad necesaria como para que el espectador nunca sepa del todo de qué va la cosa. Y eso nunca es malo.

Por el lado de la Competencia Internacional, lo más destacado de estos días es, sin duda, el film chino Memories Look at Me, ópera prima de ficción de la realizadora Song Fang, que también lo escribió y lo protagoniza. Producida por el eminente Jia Zhang-ke (el de Plataforma y The World), Memories... consiste en la visita que Song hace a casa de sus padres (sus propios padres), luego de un tiempo sin verlos. Salvo una brevísima salida al exterior, la película entera transcurre dentro de la casa. Es lógico: de lo que se trata es de los afectos familiares (por allí aparecerán también en algún momento el hermano, la cuñada y la sobrina) y, sobre todo, de los femeninos. Con el padre médico no siempre en casa (cuando está, suele dormirse en el sillón: tiene más de 70), Song habla y habla con su madre, mientras se cortan las uñas, acarician un viejo vestido de la abuela o se acarician entre sí. Por emotivas que resulten, las conversaciones son serenas, pausadas y en voz queda, haciendo del film entero una suerte de larga caricia triste. Triste, porque el regreso a casa dispara en Song (el personaje y la realizadora) una llamativa inquietud por el paso del tiempo, la enfermedad y la muerte. Temas que se tratan a la manera oriental: con alguna lágrima semiescondida, una sonrisa respetuosa y la mayor de las gentilezas.

Nativo de Recife, Kleber Mendonça Filho ejerció largos años como crítico de cine, además de dirigir un festival que se celebra en esa ciudad. Luego de un puñado de cortos y un documental, O som aô redor es su primer film de ficción. No lo parece: hay una claridad de objetivos, una homogeneidad de tono y actuaciones, una firmeza en la puesta en escena, una ambición narrativa y unos logros que no son los de un debutante. Mendonça Filho hace un recorte del barrio residencial de Setúbal y se centra en momentos de las vidas de algunos de sus vecinos, en un período tan acotado como el territorio en que transcurre. Hay una señora con un marido roncador y una obsesión por los ladridos del perro de al lado; un vendedor inmobiliario entre dandy y ligeramente decadente, su primo, que se dedica a robar pasacasetes; su abuelo terrateniente, rentista de la mayoría de las propiedades del lugar, vecinos preocupados por la “inseguridad” y agentes de vigilancia que andan ofreciendo sus servicios. Un largo plano secuencia inicial de ingreso, llevado por una chica en patines, la utilización del formato scope, la intención de pintar la propia aldea, el modo distanciado con que se lo hace y el tono terso y sostenido recuerdan a algunos films de Paul Thomas Anderson. Magnolia, sobre todo. Aunque sin sobretonos bíblicos. También esa misma voluntad de mostrar un iceberg de tensiones tan sofocadas que hasta los estallidos son en sordina.

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