Jue 22.11.2012
espectaculos

CINE › FANGO, DE JOSé CELESTINO CAMPUSANO, EN EL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA

Juego de violencias, broncas y tensiones

La nueva película del director de Vikingo, presente en la Competencia Argentina, se encamina a una fatalidad de sangre. En el concurso internacional se lucieron Domestic, del rumano Adrian Sitaru, y Student, del kazajo Darezhan Ormibayev.

› Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

Después de amenazarlo, la chica saca una faca y encara al tipo de largo pelo canoso, arremetiendo como un barrabrava. El tipo se saca la campera y se la enrolla alrededor del brazo, como un gaucho del siglo XIX. Luego intenta mantenerla a raya con lo que tiene a mano. Objetos no le faltan, porque el duelo tiene lugar en un gigantesco corralón al aire libre del sur del conurbano. Le tira con una silla, ahí encuentra una pala y con ella la corre, logrando ahuyentarla. “Mirá que te voy a ir a buscar, esto no va a quedar acá”, le dice más o menos la chica (la cita no es literal). Como sucedía en Vil romance, Fango, la nueva película del quilmeño José Celestino Campusano, se encamina a una fatalidad de sangre. Lógica consecuencia del juego de violencias, broncas, amenazas y tensiones que tienen lugar a lo largo de una hora y media, en esa zona limítrofe entre la ciudad y el campo (¿entre la civilización y la barbarie?), territorio cinematográfico que Campusano viene pisando desde aquélla. Que también había tenido su presentación en Mar del Plata, cuatro años atrás. Luego vino Vikingo y ahora es el turno de Fango, que participa de la Competencia Argentina del Ficdmp.

Es puro efecto dominó. Un tipo engaña a la esposa con la mujer de otro. Como no hay forma de hacerlo entrar en razones, la chica recurre a su prima, explicándole que la situación la llevó a perder a un hijo. Mujer de acción y ex tumbera, si algo pone loca a la prima –que de niña fue abusada– es que le hagan daño a un chico. “Me gustan los animales y los niños”, le dice a su ex novia. “A los adultos hay que matarlos a todos.” La encara a la otra, la otra no da bolilla, se la lleva a su casa y la ata a la cama. Ante la ausencia, el marido recurre al “poronga” del barrio, la secuestradora a un patovica para frenar al “poronga” y mientras tanto empiezan a circular de mano en mano esas pistolas caseras que ya aparecían en Vil romance. Si por ésta circulaba una love story homosexual (pero bien de machos), aquí corre en paralelo la formación de un grupo de tango-thrash (sic), que unos heavies veteranos arman para una próxima presentación, en un boliche de la zona. Sumada a la clase de personajes y disrupciones propias del realizador. Un tipo con el rostro todo reconstruido, matoncitos bardeadores, lesbianas celosas, nabos de clase media que se copan con el folklore “de proyección”, la desdentada y loca mujer de un bandoneonista, la secuestradora que se curte a la secuestrada, y así. Otra que síndrome de Estocolmo.

Como Campusano pinta la aldea por la que anda, Fango vuelve a tener, como los films anteriores, un efecto de autenticidad absolutamente único. Los pesaditos de Fango hablan como los de cualquier rincón del conurbano, los decorados y la “ferretería” casera son imposibles de inventar si no se los conoce de primera mano, los heavies son tan bluseros como sólo en Argentina pueden serlo, y las erupciones de violencia, tan bestialmente de entrecasa como lo son en la calle. Cinebruto se llama la productora de Campusano y en bruto vuelve a filmar José Celestino, con unos planos tan rústicos como deben ser, y mucho corte directo. Aunque si hace falta recurrir a los más sofisticados fundidos encadenados se echa mano de ellos, como en la secuencia final. Como sucedía en el cine de Armando Bo, a la hora de los diálogos toda esa carga de verdad se convierte en lo contrario. Los diálogos de los protagonistas, específicamente. Demasiado escritos para ser dichos por actores no profesionales, éstos no pueden hacer otra cosa que recitarlos. Mala suerte: que el cine de Campusano no es perfecto ya se sabe. Como también se sabe que de él sólo puede esperarse lo inesperado. Y lo inesperado vuelve a hacer su aparición en Fango, del modo más cinebruto que pueda imaginarse.

Ayer tuvo lugar, en Mar del Plata, un acontecimiento único: el estreno internacional de una película no argentina. Se trata de Domestic, del rumano Adrian Sitaru, de quien en el Bafici se habían conocido Hooked y Best Intentions. Y quien tomó la inusual decisión de dar a conocer su nuevo film en este alejado rincón del mundo. Con Sitaru y el actor protagónico presentes en las funciones, Domestic es la tercera película de Competencia Internacional que transcurre en un único interior. En el caso de la turca Lal gece es el monoambiente del novio, en el de la china Memories Look at Me, la casa de los padres de la realizadora y aquí, un edificio de propiedad horizontal de Bucarest. El título alude tanto a ello como al papel clave que los animales domésticos tienen en la película. Hay un perro callejero que se metió en el edificio y con el que los consorcistas no saben qué hacer; una gallina que una señora trae para la cena, pero nadie quiere degollar; un conejo que un padre le regala al hijo, para avisarle luego que se lo van a comer en Navidad, y el gato de una nena, que huye tras su fallecimiento. Esa circunstancia trágica está apenas aludida, en un contexto de comedia absurda que nunca deja de ser realista, y donde la observación de escenas enteras en planos fijos –marca de fábrica del reciente cine rumano– vuelve a imponerse. Detrás de la comedia (o dentro, más bien) circulan sordideces, como ésa de traer encantadores animalitos a casa, para después comérselos. Domestic está habitada por adultos que no saben bien cómo ser tales.

También en Competencia Internacional se presentó Student, del kazajo Darezhan Ormibayev, de quien dicen que Godard dijo que es un genio. Genial no le pareció la película al cronista, aunque sí muy respetable. Versión libre de Crimen y castigo, en Student Raskolnikov es Alí, un solitario estudiante (¿de cine, de economía, de ambas cosas?), con muy poco dinero y unas cuantas deudas. Tal vez por eso, y sobreestimulado por el elogio del triunfo de los fuertes que hace alguno de sus profesores de facultad (aunque en la primera escena se lo ve trabajando en un set de cine o publicidad), Alí decide asesinar a un modestísimo comerciante, para quedarse con los pocos billetes de la caja chica. Pero como en Dostoievski, el crimen se complica y la culpa se agranda. Con actores hieráticos y de aspecto algo robótico, con planos frontales y cortes directos, el estilo de Ormibayev remite claramente al cine de Robert Bresson. Pero es algo así como un Bresson político, y en ese punto afloran ciertos subrayados de sentido, que obligan a relativizar al siempre absoluto Godard.

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