Jue 29.11.2012
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CINE › DANIELE INCALCATERRA Y FAUSTA QUATTRINI PRESENTAN SU PELíCULA EL IMPENETRABLE

“Nos fuimos metiendo en una tierra sin ley”

Los realizadores de Tierra de Avellaneda pretendieron devolver una propiedad familiar en el Chaco paraguayo a los pobladores originarios y se encontraron con una realidad peligrosa. “Nos vimos rodeados de terratenientes privados”, cuentan.

› Por Ezequiel Boetti

Por Ezequiel Boetti

Ante la falta de originalidad, la seguridad de lo ya dicho y probado: como bien se señaló en estas páginas durante la presentación de El Impenetrable en la Competencia Internacional del reciente Festival de Mar del Plata, el del italiano radicado en la Argentina Daniele Incalcaterra y la suiza Fausta Quattrini es un documental en el que parecen confluir diferentes vertientes del género. Narrada como una de road-movie de aventuras en primera persona, pero sin olvidar las tensiones sociales, políticas y económicas de la coyuntura inherentes a gran parte de los films cuya materia prima es el plano de lo real, la ganadora de los Premios del Público y Signis del evento costero llegará hoy a la cartelera porteña. “Es una pequeña historia personal que se abre sobre la historia universal”, resume el realizador de Tierra de Avellaneda, quien junto a su compañera habló con Página/12 durante su paso por La Feliz.

Un breve racconto del derrotero cinematográfico de la dupla valida la frase del italiano. Vinculado directamente con Alfredo Stroessner, papá Incalcaterra hizo un negocio tan redondo como poco claro al quedarse con un lote de cinco mil hectáreas en el Chaco paraguayo, que jamás ocuparía ni él ni sus hijos. Ahora –el “ahora” inicial de la película es 2010–- los hermanos deciden que es tiempo de hacer justicia con ese legado. Justicia tan poética como legalista, ya que pretenden devolver esas tierras a los propietarios originales, las comunidades guaraníes. “Sobre esa base escribimos un proyecto. El problema es que cuando empezamos el rodaje notamos que la situación era totalmente distinta de como la imaginábamos”, recuerda el documentalista. “Cuando llegamos nos vimos rodeados de privados”, complementa Quattrini. Así, lo que originalmente era un retrato sobre lo inhóspito de la zona chaqueña mutó en otro en el que la deforestación por parte de los terratenientes sojeros y vacunos es la protagonista. “No tenía idea de las complejidades con las que me iba a encontrar”, se sincera él.

–En varias entrevistas, Incalcaterra dijo que la mayoría de sus proyectos nacen de motivaciones de personajes. Teniendo en cuenta el contenido personal de la historia podría pensarse que esa idea queda muy patente aquí. ¿Es así?

Daniele Incalcaterra: –Digamos que El Impenetrable está muy cerca a mi cuestión familiar. Pero las películas que hacemos suelen estar ligadas a los lugares en los que vivimos y a las experiencias nacidas del contacto cotidiano con la gente.

Fausta Quattrini: –Es que al fin y al cabo es una cuestión de coherencia con uno mismo. Si vos estás buscando respuestas a preguntas como quién sos o hacia dónde vas, y después de cuatro años de trabajo acompañando a una comunidad indígena en la Patagonia para mi film La Nación Mapuche y de apoyar su lucha para la recuperación del territorio te das cuenta de que tenés una porción enorme de tierra en el medio de un territorio indígena, se generaría un problema si no hiciéramos nada. Estaríamos yendo a contramano de lo que hicimos en los últimos años. Entonces es una búsqueda para solucionar ese desencuentro con uno mismo.

–¿Tenían idea de todas las complejidades que iban a encontrarse allá?

D. I.: –No, para nada. Incluso diría que casi todas las secuencias que se ven en la película son directas porque ocurren en el mismo momento en el que se filman, sin arreglo previo ni nada. Fui enterándome de los distintos problemas de la propiedad a medida que iba grabando. Lo que sí hicimos después fue buscar distintas personas para que explicaran lo que se acababa de ver. Pero las escenas de campo no se repitieron, fue un “cine directo”.

F. Q.: –Sabíamos que el Estado era una entidad totalmente ausente y que el Chaco paraguayo es una región de conquista, pero no que ese proceso de colonización se estaba dando a tal velocidad. Cuando llegamos nos encontrarnos rodeados de privados. Tampoco sabíamos lo del doble título, que fue una de las tantas sorpresas que surgieron durante el rodaje.

–Da la sensación de que la idea de cine directo que mencionan fue una apuesta arriesgada, ya que si la cuestión hubiera sido más simple, la película sería muy distinta. O inclusive, quizás, El Impenetrable ni siquiera existiría.

D. I.: –Así es. La llave con que la película tomó sentido es cuando asumí el rol de propietario. Ponerme enfrente de la cámara en ese rol permitió que pudiera presentarme como vecino y dejar al cineasta en segundo plano. La gente de allá se relacionaba mucho más con un propietario que con un director. Después de las primeras escenas, nos dimos cuenta de que teníamos que cambiar el eje original y seguir esa historia.

–Pero la cámara está muy presente, tanto desde una dimensión subjetiva como física. ¿En qué medida creen que ella condicionó el resultado final del proceso burocrático?

D. I.: –Quizá la cámara favoreció agilizar algunas cuestiones, pero no todas. Sí creo que nos ayudó como defensa porque nos metimos en un territorio sin ley y la cámara fue nuestra arma de protección. La gente de allá se acuerda de nosotros por ser “los que filmábamos”.

–La película muestra distintos empleados o peones que poco tienen que ver con el asunto legal de las tierras. ¿En algún momento pensaron en no dejarlos tan expuestos?

D. I.: –Aquellos que aparecen en la película aceptaron ser filmados. Pienso que la película no maltrata a nadie. Incluso a los otros propietarios se los muestra tal como son. Nuestro cine no pasa por plantear personajes negativos o positivos. El hombre es mucho más complejo. Mostrar a un hombre como Favero, que tiene como 600 mil hectáreas, con esa complejidad, es mucho más interesante porque normalmente los poderosos no se dejan filmar. Yo nunca pedí firmar permisos o autorizaciones, simplemente contamos con la aprobación y confianza.

–Además del aspecto personal, también está muy presente lo político y lo social. ¿Cómo definirían a El Impenetrable?

D. I.: –Es una pequeña historia personal que se abre sobre la historia universal, o al menos la americana. Lo que pasa hoy en Paraguay es lo mismo que pasó en Estados Unidos unos siglos atrás o en la Argentina hace menos tiempo. Todo este continente, desde el norte hasta el sur, desde Alaska hasta la Patagonia, nació por la conquista de los territorios ancestrales de los pueblos originarios. Eso se transforma en una lucha de tierras que en esta película se nota con más énfasis porque Paraguay es uno de los países que se abrieron más tarde a la democracia. Por ejemplo, el dos por ciento de los habitantes son dueños del ochenta por ciento de la tierra, y el resto, los campesinos, se tienen que arreglar con lo que queda. Entonces se generan muchísimas tensiones sobre un medio de vida que está escaseando.

–¿Cómo manejó el balance entre lo informativo y la tensión dramática?

D. I.: –Eso es una cuestión de edición, pero salvo dos o tres escenas, el resto se filmó cronológicamente. Diría que el drama se alimentaba al mismo tiempo que crecía la historia. Si bien el de Lugo era un gobierno progresista y había algunos funcionarios de acuerdo con la creación de la reserva, los sesenta años de gobierno del Partido Colorado marcaron con mucha fuerza a la burocracia paraguaya. No bastaba con tener a un par de ministros de acuerdo, porque detrás había muchos funcionarios en contra.

–Usted recién menciona a Lugo, y es interesante pensar cómo la película adquirió otra significación después de lo sucedido con su mandato.

D. I.: –Es que Lugo cayó por ese problema. El había dicho que iba a devolverles la tierra a los campesinos y a los pueblos originarios, pero cuando asumió no pudo darles ni una sola hectárea. Si bien podría haber hecho una mejor política, él quería interferir en los intereses económicos de los grandes grupos económicos, así que lo apartaron.

–Pero al menos en el particular de la película, el asunto se permite un final feliz.

D. I.: –Sí, hasta cierto punto. Esa situación ya no es tan feliz. Hoy soy una persona no grata en esa región porque la idea de hacer una reserva va en contra de todo lo que está pasando en ese lugar, así que tengo a todos los grandes propietarios, al gobierno y a otros poderes ocultos que no quieren que Arcadia exista detrás. Mi idea es juntar fondos para una segunda película que muestre la toma de posesión de esa reserva con todo lo que eso implica. Quiero llamarla Una nueva utopía, pero como todas las utopías, nunca sabemos si va a existir.

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