Vie 28.12.2012
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CINE › HOLLYWOOD VUELVE AL ATAQUE CON EL CINE DE TERROR PROTAGONIZADO POR ARAñAS

Ocho patas para la destrucción final

Este año, Camel Spiders actualizó la invasión imaginada en Arachnophobia, con arañas que llegaban desde Irak; en 2013 será el turno de Spiders 3D, con resabios de la Guerra Fría. Lo cierto es que la saga de bichos peligrosos nunca tiene fin.

› Por Javier Aguirre

Son venenosas, peludas, repulsivas, trepadoras, tienen ocho patas y encima de todo... ¡podrían resultar prosoviéticas o aliadas de los grupos extremistas del mundo árabe! Parece que Hollywood ha necesitado recurrir a una pátina de fundamentos seudopolíticos a la hora de reavivar el horror por las arañas, según se desprende de producciones actuales como Camel Spiders (estrenada este año en cines estadounidenses) o Spiders 3D (a estrenarse en 2013). La primera, haciendo foco en las crónicas sobre artrópodos gigantes que fueron difundidas por los marines que anduvieron depredando por Medio Oriente; la segunda, reeditando el horror ya vintage de la Guerra Fría para imaginar un fallido experimento espacial soviético que redunda en arañas gigantes que atacan Nueva York.

Como si, a esta altura de los acontecimientos humanos, y luego de que el cine se haya ocupado durante casi un siglo de asustar con tiburones, cetáceos, pirañas, pulpos, ofidios, cánidos, félidos, hormigas, simios, cocodrilos, sanguijuelas, murciélagos o jabalíes; ahora la fauna por sí misma ya no resultará suficiente para aterrorizar. E hiciera falta adjudicarles a los animalitos temibles en cuestión ciertos vínculos inconfesables con oscuros poderes humanos. Y antinorteamericanos, claro. Ya no alcanza con las despolitizadas, apolíticas, desmovilizadas y apáticas arañas de antaño, como las de Arachnophobia (1990, de Frank Marshall, el mismo director de ¡Viven!), las de la comedia-thriller juvenil Eight Legged Freaks (2002, con Scarlett Johansson entre las víctimas del horror arácnido) o las funcionales al heroísmo mutante y con calzas de un tal Peter Parker. Ahora estos demonios de ocho miembros pueden provenir de los científicos belicistas y flojos de presupuesto de la Unión Soviética final (véase aparte). O bien pueden ser hostiles alimañas de los desiertos de Irak, que se ocultan en la arena para amedrentar a las siempre impresionables tropas estadounidenses de ocupación.

El caso de las “arañas-camello versus los marines” se convirtió en una especie de mito urbano estadounidense de cambio de milenio, que dio pie a que el gurú del terror a bajo costo, Roger Corman, se pusiera al frente de la producción de Camel Spiders, con la dirección de un veterano del horror animal clase B: Jim Wynorski (el lector lo suficientemente freak, sino nerd, tal vez lo recuerde de duetos y duelos parazoológicos como Piranhaconda, Dinocroc vs. Supergator o Komodo vs. Cobra). El mito oral –y digital– de las gigantescas arañas de Irak camina sobre un mecanismo conocido: así como los navegantes europeos durante siglos sorprendieron a sus amigos con hiperbólicas habladurías sobre la peligrosidad de las colosales bestias –animales y humanas– que se cruzaban durante sus conquistas coloniales en América, Asia, Africa y Oceanía, ahora las recientes, repetidas excursiones militares de la Casa Blanca por Medio Oriente dieron forma a una nueva leyenda arácnida. El drama de los marines sin repelente. Una tradición oral que consigna avistamientos –en lenguaje castrense, reported speech– de arañas gigantes, de hasta 30 centímetros de... ¿diámetro? capaces de saltar sobre camellos y soldados, con el fin de paralizarlos mediante sus aguijones venenosos y hacerles luego vaya a saber qué, en la espeluznante intimidad de los desiertos iraquí o afgano.

Pero casi todo en Camel Spiders resulta esperable y, en términos de espanto, no suma mucho para cualquiera que haya visto Arachnophobia ya hace 22 años: un clan asesino de grandes artrópodos foráneos que llega a los Estados Unidos (en este caso, a bordo de un ex combatiente en el Golfo) y se apodera con sigilo de una vivienda de suburbio, matando a sus ocupantes humanos en el ínterin. Y si en Arachnophobia los arácnidos provenían de la jungla sudamericana –más precisamente, de la Venezuela prechavista–, en Camel Spiders el origen árabe-mesopotámico de la subespecie invasora hace más hostil y más actual la amenaza. Es que para un espectador pochoclófago pocas cosas han de sonar más terroríficas que el ataque de arañas iraquíes (que, a la vez, resultarán fácilmente aplastables a ojotazos).

Spiders 3D y Camel Spiders también comparten el elemento mensurador como detonador en sus estructuras narrativas. En ambos casos, el crescendo de la curva dramática va en paralelo con el crescendo fisiológico de los arácnidos que aparecen en cámara: primero son grandes como un zapato, y mientras corren los minutos y las escenas, alcanzan el tamaño de un gato, de un doberman o de un auto, hasta terminar siendo tan grandes como las más xenófobas fantasías sobre el peligro que supone lo extranjero. Inclusive las arañas extranjeras.

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