Jueves, 17 de enero de 2013 | Hoy
CINE › RICARDO DARIN, HERNAN GOLDFRID Y TESIS SOBRE UN HOMICIDIO
Basado en una novela de Diego Paszkowski, el film, que se estrena hoy, presenta a un abogado dedicado a la docencia y con un sentido de la justicia no exento de soberbia, que terminará enfrentado a un caso que lo llevará hasta el límite de la obsesión.
Por Oscar Ranzani
La televisión fue el paso previo al mundo del cine en la carrera de Hernán Goldfrid: fue asistente de dirección de Damián Szifron en ese exitazo titulado Los simuladores. Sin embargo, su ópera prima en la pantalla grande, hace cuatro años, no fue un policial sino una comedia de equivocaciones: Música en espera, con protagónicos de artistas talentosos como Norma Aleandro, Diego Peretti y Natalia Oreiro. Pero a Goldfrid siempre le picó el bichito del policial. “Es un género que siempre me entusiasmó, que siempre sentí muchas ganas de probar y de explorar”, confiesa el cineasta. Hasta que, junto a Patricio Vega –guionista de Música en espera–, leyeron la novela Tesis sobre un homicidio, del escritor argentino Diego Paszkowski. Goldfrid vio en ese texto una posible película. Así, Vega como guionista y Goldfrid como director son el equipo mentor de Tesis sobre un homicidio, largometraje inspirado en esa novela y protagonizado por Ricardo Darín. El actor también participa en la entrevista con Página/12, en el fragor del sonado intercambio con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner que produjeron sus declaraciones a la revista Brando. Dado que el tema fue ampliamente seguido por la sección Política de este diario, y que volvió a ser expuesto en la conferencia de prensa realizada esta semana en la que Darín buscó aclarar los tantos y dijo sentirse usado por ciertos modos editoriales, el actor pide que la charla se circunscriba, con cierta lógica, al principal tema de estas páginas: el estreno y la esencia de la película.
En Tesis... Darín compone a Roberto Bermúdez, un abogado reconocido que hace tiempo no ejerce su profesión y que se dedica a dictar un seminario de Derecho Penal en la universidad. Divorciado y con una vida compleja, Bermúdez siempre ha hecho gala de su soberbia. En el seminario integrado por pocos alumnos participa Gonzalo (Alberto Ammann), un joven que demuestra talento en la materia. Gonzalo es hijo de Felipe Ruiz Cordera, un diplomático que fue amigo de Bermúdez hace tiempo. Pero ese contacto no le impide a Bermúdez ver en Gonzalo a una suerte de competidor que atenta contra su conocimiento y orgullo. Durante una de las noches del seminario, un crimen conmociona a todos los que están en la Facultad de Derecho: una joven llamada Valeria Di Natale fue asesinada y su cadáver aparece en el estacionamiento de la casa de estudios. A partir de pequeños detalles, Bermúdez intuye que el asesino es Gonzalo y decide poner en acción toda su capacidad sobre criminalística para iniciar una investigación personal que permita corroborar su tesis.
Goldfrid confiesa que lo más cinematográfico de la novela fue, sobre todo, “el mundo, la sensación de suspenso que se podía generar a partir de la obsesión de un personaje”. El cineasta se identificó con el personaje y también comenzó a “empatizar y a entender la lógica de su pensamiento y por qué podía llegar a meterse obsesivamente en la necesidad de saber la verdad”. Eso le parecía que era un puntapié inicial muy cinematográfico. “Cuando una idea se convierte en imágenes en la cabeza de uno, enseguida la quiere empezar a convertir en cine”, admite.
–Teniendo en cuenta que el cine no es literatura filmada, ¿cuáles son las principales similitudes y diferencias entre la novela y la película?
Hernán Goldfrid: –Yo siempre quise pensarla en cine y eso quiere decir en imágenes, en sonidos, en personajes, en lugares, en un vestuario, en locaciones. Utilizando como motor la trama, empezamos con Patricio a encararla, a convertirla en un guión. El empezó a trabajar y hacer la adaptación a un guión cinematográfico. A partir de tener un guión muy sólido y que me gustaba muchísimo, empecé a explorar ese mundo. Me metí en la Facultad de Derecho, empecé a sacar fotos, a tratar de ver a la gente que transitaba por la universidad, ver cómo eran los profesores. También empecé a comunicarme y relacionarme con peritos forenses, con policías de escenas del crimen. Traté de sumergirme en ese mundo. Fue como hacerle una autopsia a la película.
–Ricardo, ¿leyó la novela o la obra original lo distrae del guión?
Ricardo Darín: –No, no leí la novela. La voy a leer después, porque ya me pasó al revés y quedás como muy atrapado. Es muy difícil competir con la literatura. Como en este caso Hernán tenía un proyecto y se apoyó en lo que vio cinematográficamente de la novela para llevarlo adelante, es un ángulo de percepción distinto. Pero cuando te enamorás de una novela y pretendés llevarla al cine, muchas veces competir con la literatura es muy difícil. Así que yo he optado por el camino contrario. Por empezar, me llegó primero el guión que la novela. Entonces, me dediqué sólo al guión, y me enamoré de ese guión.
–¿Qué le atrapó del texto y del personaje?
R. D.: –Del personaje, muchas cosas, no sólo una. Me gustó que tuviera mi edad. Me cuesta mucho hacer personajes de catorce o quince años... (risas). Me gustó esa cosa de tipo cascoteado y que, a pesar de los golpes de la vida, no entregue su visión sino que la defienda férreamente, pensando que las cosas se deben hacer de una forma y no de otra. Eso me gusta no sólo en los personajes sino también cuando lo reconozco en personas de carne y hueso. Uno dice: “¡Qué cabezón! ¡Qué testarudo el tipo!”, pero me gusta y me produce cierta admiración. También me gustó mucho cómo estaba diseñado el cuento cinematográfico, el encuentro con Hernán y cómo él me contaba lo que quería hacer. Algo que los actores agradecemos mucho es cuando nos encontramos con el director y nos dice: “Yo quiero hacer esto, esto y esto, y quiero ir por aquí y por allá”. Es un placer, porque sentirnos dirigidos y contenidos son de las cosas que más necesitamos.
–En un policial con tantos detalles, ¿el actor no se marea si no se filma en orden cronológico?
R. D.: –Los actores se pueden marear. Yo no (risas). ¡Qué soberbio el tipo! No, quiero decir: es fácil marearse, pero ese nivel de complicación es “entretenido”, entre comillas. Me gusta eso, me divierte, me apasiona estar parado en el centro de la escena y tener cierto control sobre lo que está ocurriendo alrededor, a pesar de no estar filmando en forma cronológica. O sea, ese es el peligro. No es muy peligroso hacer cine, salvo que te tengas que tirar sin cuerda de seguridad desde un cuarto piso. Después está todo muy contenido, todos nos quieren, nos miman. Hasta te reservan un espacio para que estaciones el coche cuando llegás. El riesgo es perderte en el laberinto de las continuidades.
–El enigma de por qué Bermúdez se obsesiona con la criminalidad de su alumno Gonzalo es el cimiento de la trama, ¿no?
H. G.: –El cimiento tiene que ver con la personalidad de Bermúdez. No tiene que ver solamente con este punto fundamental en su vida, sino con una necesidad suya de comprobar ciertas cosas personales. Eso lo puede llegar a transportar a esa obsesión con la que se mete. Obviamente, el puntapié inicial tiene que ver con esta necesidad de probar la verdad, pero quizás, a lo largo de toda su vida y toda su historia, Bermúdez siempre sintió esa necesidad. Esa es una de las piezas fundamentales de ese camino.
–¿Bermúdez se siente seguro en su profesión? Porque cuando aparece este alumno, Gonzalo, necesita competir.
H. G.: –Sin lugar a dudas, Bermúdez está muy seguro de sí mismo. Por esa seguridad es que puede llegar a meterse con tanta obsesión. Por sobre todas las cosas, él cree mucho en sí mismo y tiene anticuerpos para con cualquiera que no pueda creer en él. Intenta demostrarle al mundo y también a su pequeño mundo que sus ideas son la verdad, que él tiene razón.
R. D.: –Una seguridad rayana en la soberbia: ese olfato para la competencia que generalmente alimenta e ilumina esas personalidades competitivas ambiciosas, en el sentido de que no dejan pasar un detalle si descubren que les están mojando la oreja.
–¿Y esa soberbia entra en colisión con la de Gonzalo?
R. D.: –Sí, por supuesto que entra en colisión, es una pulseada y una lucha de intelectos. Pero no nos olvidemos que el que provoca esa lucha no es Bermúdez. Es como las películas de antes, cuando veíamos las del Far West. Estaba Billy The Kid, el pistolero más rápido de la comarca, y le aparecían unos chabones en las distintas puertas del salón que se abrían y la cocarda era bajarlo a Billy The Kid, porque de ahí en más pasaba uno a ser el más rápido de la comarca. Muchos lo perdieron en el intento. Yo espero que Bermúdez sobreviva a estas audacias (risas).
–¿Esa necesidad de competir se ve estimulada por una vieja rivalidad con el padre de Gonzalo, del que Bermúdez fue amigo en una época pasada?
H. G.: –En la vida de Bermúdez pasaron muchos personajes. Por sobre todas las cosas, necesita probarse cosas a sí mismo. Entonces, va más allá de trascender su propio mundo junto con otras personas. El necesita probarse las cosas a sí mismo, justamente por esta soberbia y por esta seguridad que tiene.
R. D.: –Tenemos que decir que es una seguridad golpeada. Bermúdez es un tipo que ha recibido un cascoteo grosso. La historia de la película decide no detenerse demasiado en contarnos cuál es ese cascoteo que recibió pero deja claro que existió, que ha salido herido. Pero ahí es donde descubrimos con Hernán que reside la audacia de Bermúdez. Yo lo veo a Bermúdez en terapia intensiva, conectado con suero, y que se arranca todos los piolines y sale corriendo a buscar algo que de pronto descubrió y que tiene que constatar.
–¿Qué le interesa más a Bermúdez: la búsqueda de justicia o su verdad?
R. D.: –Están directamente relacionadas una con la otra. El, en su soberbia, cree que está mucho más cerca de lo que es la justicia, entendida como tal, que el resto de los mortales. Está muy cerca una de la otra. Yo creo que le importa la justicia, pero también cree que los mecanismos para administrar justicia son arcaicos, que en realidad están mirando otra cosa, que se distraen y no prestan atención a lo que verdaderamente hay que prestar atención.
–¿Esa mirada sobre el funcionamiento de la Justicia que tiene el personaje es también la mirada que tiene la película?
H. G.: –Sí. La película se obsesiona con poder descubrir la verdad. Uno, como espectador, se identifica tanto con Bermúdez porque ante un caso similar uno necesita saber la verdad, y necesita fundamentalmente poder probar si todos estos indicios que hacen conjeturar algo son realmente el producto de una verdad. De alguna manera, la película tiene una teoría que continúa la teoría de Bermúdez.
–¿Y cómo entiende la ley su oponente, Gonzalo?
H. G.: –La teoría de Gonzalo es muy diestra. Quizás, el tema es si son verdad sus métodos para probarlo. Pero, más allá de eso, sus pensamientos son nobles y diestros.
R. D.: –Y muy incisivos, y muy audaces. Arriesga teorías, conceptos y visiones muy provocadoras. Para un tipo como Bermúdez, no puede pasar inadvertido, se enrosca con él. La encanta esa pulseada intelectual o racional y se sumerge en un juego que plantea este chico.
–¿En ese proceso de investigación, Bermúdez entra en contacto con una realidad que es, de algún modo, inesperada?
R. D.: –Sí, él viene caminando por un sendero y, de pronto, por cuestiones personales, se ve obligado a poner el foco de atención en otro lado y automáticamente eso, por sus características personales, se transforma en una obsesión. Es un tipo que no lo va a tomar a la ligera. Se va a fundir en eso que cree. Se va a inmolar en eso que cree. Eso es lo que nos hace sentir, de alguna manera, que el personaje tiene características heroicas, aunque no las tenga. Va a tratar de llegar hasta el final.
–¿La muerte de la chica humaniza, de algún modo, a Bermúdez, que tiene una profesión en la que debe ser frío?
R. D.: –No creo que sea eso lo que lo humanice. Esa es la parte más técnico-profesional del asunto. Es como cuando hablamos de los médicos. Cuando vamos a un médico, necesitamos contención y que nos diga que está todo bien. Y cuando nos encontramos con un tipo frío que nos dice la verdad, medio que lo puteamos, pero la verdad es que es lo que debe hacer. Ese señor debe lidiar con el peso que tiene: que en sus manos resida la decisión de la vida y la muerte de los demás. Esto es un poco lo mismo. Bermúdez debe ser frío, a pesar de que él es medio calentón. Pero debe ser frío en cuanto a su análisis. Cuando le aparece un contendiente de las características del personaje de Alberto Ammann, Gonzalo, eso no hace más que exacerbarlo. Quizás es la aparición providencial en el momento justo de su vida en donde empieza cierta declinación. Medir sus fuerzas con un chico de veintipico de años, con ese nivel intelectual que demuestra, con esa predisposición hacia la acidez y a la mirada tan particular, no hace más que calentarle los motores a Bermúdez. Y ponerlo a prueba. Para Bermúdez, todo es una puesta a prueba, todo es un desafío. Es un tipo que no va a tener una vejez muy tranquila (risas).
–A su vez, en ese recorrido de su investigación, ¿se encuentra con zonas oscuras de su propia personalidad?
H. G.: –La emocionalidad es algo que está emergiendo en Bermúdez a lo largo de toda esta aventura, y cada vez más. Eso quiere decir que si empieza la historia con cierta frialdad, cierto cinismo y cierta manera de ver el mundo, a lo largo de toda esta historia empieza a emerger toda la emocionalidad. Y él empieza a rever su propia vida desde otro punto de vista. Empieza a ver el mundo que lo rodea desde otro lugar. Y eso sí seguramente lo transporta a lugares que podemos llamar oscuros, o por lo menos inexplorados por él.
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