Lunes, 21 de enero de 2013 | Hoy
CINE › OPINIóN
Por David Blaustein *
Cuenta una leyenda que un argentino de apellido Mujica, que andaba a la aventura en México, logró una entrevista con el general Carranza, a quien le ofreció matar a Pancho Villa a cambio de dinero y algunos negocios. Carranza, sin creer mucho en el Gaucho Mujica, le dio una pistola, algo de dinero y un salvoconducto para que fuera a cumplir con lo ofrecido.
Mujica alcanzó a la División del Norte y se presentó ante el general Villa, a quien le ofreció matar a Carranza a cambio de dinero y negocios; Villa, acostumbrado a matar a sus propios muertos, lo desairó y lo corrió de su presencia, pero permitió que se quedara en la División del Norte. Tiempo después, el Gaucho Mujica observaba a Villa con la intención de matarlo; sin embargo, cuando decidió llevar a cabo el homicidio. Villa lo sorprendió y lo mandó fusilar. Esto se convierte en el pretexto que Carranza espera para relevarlo del mando de la División del Norte, por lo que Carlos Jáuregui le sugiere a Villa que le informe del hecho a Carranza, de tal modo que parezca que no lo está desobedeciendo y que la muerte del Gaucho fue circunstancial, por lo que Francisco Villa redacta un extenso telegrama, narrando la intención de Mujica de matarlo, que remata con la frase: “En vista de los hechos, provisionalmente lo he pasado (al Gaucho Mujica) por las armas, a reserva de lo que usted resuelva sobre el particular...”
Durante un tiempo esta historia rodó por la cabeza de cineastas argentinos y mexicanos con la intención de armar una coproducción.
No es vasta la relación entre Argentina y México como para pensar los temas que pudieran interesar al público y obtener fuentes de financiamiento de terceros.
Para colmo, en las décadas del ’30 y del ‘40 ambos países competían por los mercados de habla hispana, situación que se terminó cuando los norteamericanos, sospechando de las presuntas simpatías del peronismo por el Eje, cortaron la exportación de material cinematográfico a la Argentina con las sabidas consecuencias.
En épocas de la última dictadura militar, en una entrevista que un periodista mexicano le hacía a Luis Brandoni, ninguno de los dos podía evocar más que los nombres de Jorge Negrete, Pedro Infante o María Félix y del otro lado Luis Sandrini, Libertad Lamarque y Hugo del Carril como ejemplos de cine de ambos países. Era como si luego de Lázaro Cárdenas y Perón no hubiese historia cinematográfica entre ambas naciones salvo aquellos muy puntuales dirigidos a obtener ganancias rápidas de temas superficiales.
En esos mismos años, Jorge Sánchez y José Rodríguez López, jóvenes cineastas mexicanos, fundaron Zafra Cine Difusión, una distribuidora de cine latinoamericano que se convertiría en una notable experiencia en la difusión de las películas independientes y políticas de nuestro continente. A los nombres de cineastas como Paul Leduc, Patricio Guzmán, Miguel Littin, León Hirzman, Walter Tournier, se unirían los de los argentinos Raymundo Gleyzer, Humberto Ríos, Jorge Denti. Y también cineastas chicanos, guatemaltecos, salvadoreños, nicaragüenses.
Eso era Zafra. Un arca de Noé, una Babel de lo mejor de las imágenes de América latina. De esa experiencia Jorge me invitó a participar. Y por ello estaré eternamente agradecido.
Zafra fue central en la distribución de nuestro cine antidictatorial: Las tres A son las tres armas, Esta voz entre muchas, País verde y herido. Pero cuando triunfó la revolución sandinista fue un eslabón imprescindible en la difusión de la serie El compa Clodomiro, que Jorge Denti, Nerio Barberis, Liliana Mazure, Silvia Corral y Martín Salinas produjeran como material solidario de difusión para la causa. Y también en la producción de Malvinas, historia de traiciones, el documental que argentinos y mexicanos realizaran en 1983 y que aún hoy sigue siendo ejemplo de dignidad y calidad.
Sánchez y Zafra me dieron la posibilidad de regresar a la Argentina con una Semana de Cine Independiente Mexicano. Y luego de recorrer el continente con una Semana de Cine independiente norteamericano. De todo eso soy hijo. De esa mirada continental. De vernos como un todo. Cuando nos volvimos de México pasaron años antes de reencontrarnos con Jorge. Diez años fue un promedio en que nos acostumbramos al nuevo país, a curarnos las heridas. A decidir que esto era mejor que aquello. Y cuando con Corral, Mazure y Martín Mujica hicimos La deuda (un documental muy bueno sobre la deuda externa, muy poco difundido) volvimos a La Habana y México.
Pero siempre hubo entre México y Argentina una relación más de competencia que de cooperación. País con brutal presencia precolombina, mestizo y campesino con poca clase media. “Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados unidos”, como reza el dicho. Y nosotros siempre pensando temas tratando de unir lo complejo.
Durante estos treinta años Jorge también produjo cine. Littin, Leduc, Arturo Ripstein, Carlos Saura, María Novaro. Y la revolución centroamericana. Cuando Jorge Sánchez se hizo cargo del Festival Internacional de Cine de Guadalajara supo combinar calidad artística y mercado. Y mucha América latina. Y Argentina por supuesto. Muchos recuerdan aún una cena en la casa del distribuidor Bernardo Zupnik donde vendía su festival y planteaba la necesidad de juntar ambas industrias.
Cuando se fue del festival, parte de eso se perdió. Y Liliana Mazure, hoy presidenta del Incaa, tuvo la voluntad política y la inteligencia de armar Ventana Sur en Buenos Aires. Aquella América latina que tanto supimos envidiar a cubanos y mexicanos, pudimos disfrutarla ahora en nuestra querida patria.
Hoy Jorge Sánchez ha sido nombrado director general del Imcine. Volvió el PRI al gobierno. Y Sánchez, como él mismo dijo, “lo hará lo mejor que pueda”. Argentina y México están hoy un poco más cerca. Y los argenmex estamos muy contentos.
* Cineasta, director y productor.
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