CINE › DURO DE MATAR: UN BUEN DíA PARA MORIR, CON BRUCE WILLIS
A diferencia de otros duros que dejan ver el paso del tiempo, Willis va tras la acción, llegando incluso a cruzar un océano para alcanzarla. Persecuciones memorables y tiros a granel marcan el pulso de un film en el que los rusos vuelven a ser los malos.
› Por Ezequiel Boetti
El aluvión de estrenos internacionales generado por la temporada de premios es una fija de la cartelera estival porteña. Se entiende, entonces, que a lo largo de las últimas semanas llegaran siete de las nueve candidatas (Amour llegará el jueves que viene y Argo lo había hecho en octubre). Tampoco es novedoso el lanzamiento de algunos buenos films nacionales a los que les toca en suerte la competencia contra esa fiebre dorada, tal es el caso de las recomendables Cracks de nácar o El fruto. Lo que quizá sí sea nuevo para estas épocas del año es la seguidilla de films cocinados al calor del fenómeno Los indestructibles. Esto es: películas que hacen de la autoconciencia de los avatares del paso del tiempo un factor central en la construcción de sus personajes protagónicos, tal como ocurre con Arnold Schwarzenegger en El último desafío o la tríada conformada por Al Pacino, Alan Arkin y Christopher Walken en Tres tipos duros. A este último grupo podría sumarse el John McClane de Duro de matar: un buen día para morir.
Pero es sabido que el policía de Nueva York actúa bastante lejos de los procedimientos tradicionales, y en este caso no es la excepción. Así, si el comisario interpretado por el gobernator aceptaba la irreversibilidad del óxido recluyéndose en un pequeño pueblo fronterizo para terminar mostrando que aún estaba en forma y el grupete de amigos naturalizaba los achaques físicos y la dependencia de pastillas y dispositivos médicos, el pelado no sólo no le rehúye a la acción sino que va tras ella, llegando incluso a cruzar un océano para alcanzarla. Y cuando lo hace vendrán las repartijas de tiros, los saltos de aquí para allá, los resbalones por cuanta superficie más o menos plana encuentre y, especialidad de la casa desde la notable cuarta entrega, algún que otro helicóptero derribado con métodos no del todo convencionales.
Dirigida por el irlandés John Moore, cuyos antecedentes incluyen la mediocre Detrás de las líneas enemigas, la remake de La profecía y la fallida trasposición del videojuego Max Payne, Duro de matar: un buen día para morir comienza con una secuencia de noticieros apócrifos que ubican las coordenadas del film. Allí se cuenta que un tal Komarov (Sebastian Koch, conocido por La vida de los otros) se sentará en el banquillo para comparecer en un juzgado ruso y que un ministro está involucrado en el asunto. Corte a McClane afinando la puntería en un campo de tiro mientras espera información sobre su hijo, del que no tiene noticias desde hace meses. “¿Morgue u hospital?”, preguntará ante la cara de malas nuevas del interlocutor. “Peor”, le responde. El primogénito cayó preso en Moscú. Pero se sabe que este hombre está acostumbrado a la praxis, así que se tomará un avión para ver qué puede hacer al respecto. Menuda será su sorpresa cuando se entere de que el otrora pequeño Jack es un agente encubierto de la CIA que debe proteger a Komarov de... ¿de quién? Las respuestas, en la pantalla grande.
A partir de esa novedad, la dupla empieza un largo recorrido por esa ciudad en una secuencia de persecución notable, seguramente uno de los momentos más hiperquinéticos de la pantalla grande cosecha 2013. Moore, que entiende que para McClane no existe nada imposible, construye una película episódica con forma de postas de pruebas físicas de dificultad creciente: de usar el acoplado de un camión mosquito para bajar de un puente, atravesar ventanas sin cortarse, desarmar él solito a una decena de sicarios armados hasta los dientes, pasando por decenas de piruetas imposibles. Pero esa centralización muestra su contracara cuando el irlandés olvida que Duro de matar no es una de James Bond (saga referenciada desde el título original) e intente justificar la hipercacción con una premisa que incluye mujeres tan hermosas como malas, rus@s de caricatura hablando en un inglés ríspido y pomposo e inocentes que, claro está, finalmente no lo son. Hasta que aparece nuevamente McClane. Y ahí sí, que vuelva la fiesta.
6-DURO DE MATAR 5: UN BUEN DIA PARA MORIR
A Good Day to Die Hard,
Estados Unidos, 2013.
Dirección: John Moore.
Guión: Skip Woods y Roderick Thorp.
Intérpretes: Bruce Willis, Jai Courtney y Sebastian Koch.
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