CINE › GUERRA MUNDIAL Z, DE MARC FOSTER, PROTAGONIZADA POR BRAD PITT
La nueva película del insípido director de Quantum of Solace juega la carta de la viralidad. Un día como cualquier otro, la gente empieza a comer gente. El problema es que Guerra mundial Z evita mostrar, a toda costa, cómo lo hacen.
› Por Horacio Bernades
Has recorrido, muchacho, un largo camino. Desde que George Romero te resucitó, a fines de los ’60 y en los albañales del cine, hasta ahora, en que te has vuelto –quién te viera y quién te ve...– una de las estrellas de la cultura contemporánea. No sé qué tienes, querido zombi, pero te has hecho irresistible. Has sabido asumir todas las formas posibles, como si fueras un recipiente vacío (tan vacío como tu rostro), en el que volcamos lo que queremos. Fíjate si no: has combatido al ejército (en Día de los muertos), a los poderosos (en Tierra de los muertos), a los fachos y discriminadores (en La reencarnación de los muertos). Pululan películas en las que se te ve muy serio (las Resident Evil), tomándote el pelo a ti mismo (Zombieland, Shaun of the Dead) o enamorado, incluso (Mi novio es un zombi). Una de las series más exitosas del cable te tiene por protagonista. ¡Si hasta te has puesto a correr y pegar saltos de langosta, cuando antes te movías a la velocidad del caracol de Monsters University! Sólo te falta ser gay: sabemos que lo lograrás. Ese largo y sinuoso camino te ha llevado hasta Guerra mundial Z, superproducción de 200 millones de dólares donde el que intenta controlar tu tendencia a la reproducción, tan frenética como la de los conejos, es el mismísimo Brad Pitt. A juzgar por las pistas que se lanzan al final, estamos en presencia de una saga que se inicia. Así que te tendremos entre nosotros mucho tiempo más.
Basada en una novela y dirigida por el alemán Marc Forster, Guerra mundial Z juega la carta de la viralidad. Un día como cualquier otro, en medio de las grandes ciudades, gente empieza a comer gente. Al presidente de los Estados Unidos y todo su gabinete, sin ir más lejos (pero no es algo que se vea, lo cual hubiera estado bueno; sólo se dice en una línea de diálogo). El subsecretario general de la ONU llama a su hombre de confianza, que estuvo en varios de los más duros frentes de batalla, de Kosovo para acá. ¿Combatiendo? No está claro, parecería que no, un poco porque se elude decirlo explícitamente y otro poco porque se trata de Brad Pitt. Y Brad Pitt no es Stallone o Bruce Willis. Desde que se retiró de la fuerza por hartazgo, Gerry Lane se dedica a preparar los huevos fritos del desayuno a su esposa e hijas. Pero ya se sabe que cuando el deber llama...
La tarea de Mr. Pitt, si decide aceptarla, consiste en viajar al origen. No, no a la Edad de Piedra sino al lugar donde por primera vez apareció uno con ganas de comerse al prójimo. Corea del Sur: hacia allí viaja Gerry Lane, pero sin éxito. Siguiente escala: Jerusalén. Ahí vive el científico que inventó la fórmula mágica para frenar a los zombis, consistente en la construcción de un muro. ¿Un muro en Israel? ¿Eso no ocurrió acaso en la realidad? ¿Y no se levantó ese muro para evitar el ingreso de los palestinos? ¿Asocia Guerra mundial Z a los palestinos con zombis, y a los zombis con cucarachas? (Los que están afuera hacen una torre humana para pasar del otro lado, moviéndose con la huidiza velocidad de esos asquerosos insectos.)
Es lo que suele suceder con las películas obsesionadas con no decir o mostrar todo aquello que pueda irritar o conmocionar: terminan sugiriendo algo mucho más repulsivo que un muerto-vivo masticando un pedazo de brazo. Que es lo que Guerra mundial Z evita mostrar, a toda costa. No sea cuestión de ofender a la familia-tipo occidental, target de este film evitativo y, de ser cierta la hipótesis palestina, reaccionario y racista hasta la náusea. La evitación genera una no querida desdramatización (ningún film mainstream quiere desdramatizar jamás). Se busca dar emoción humana, con papá Pitt lejos de los suyos, refugiados en un portaaviones de la Marina, y suspenso, con un brote zombi en medio de un avión en vuelo. Pero todo es tan aséptico como todos los films de Forster, desde Monster’s Ball hasta Quantum of Solace, incluyendo Más extraño que la ficción y Descubriendo el país de Nunca Jamás.
Paradójicamente, la única escena que sí tiene dramatismo sucede en un lugar aséptico por definición. Se trata de la secuencia culminante, que tiene lugar en un laboratorio de la OMS en Glasgow, Escocia (Pitt viaja tanto que parece estar postulándose para ser el próximo James Bond), con el héroe animándosele al “sector B”. En el sector B hay dos cosas: la vacuna que permitiría detener la pandemia y un montón de científicos zombificados y hambrientos. Esa escena está bien narrada, con el tiempo, la progresión y el suspenso necesarios. Además, hace un bonito aporte a la iconografía genérica: el del científico que, al ver al suculento funcionario de la ONU del otro lado del vidrio, no puede resistir el deseo y se pone a morder el aire, castañeteando los dientes. Esa sola escena lleva a subirle un puntito a un film que de otro modo no hubiera merecido un 6.
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