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› Por Barrios X Memoria y Justicia (Almagro)
“No desaparece quien deja huella.”
Adagio japonés
Las baldosas son, ante todo, nuestra forma de hacer que el “nunca más” supere una expresión de deseos. Cada uno de los pasos que seguimos para hacerlas supone recuperar la presencia de los compañeros detenidos-de- saparecidos o asesinados por el terrorismo de Estado. De aquellos compañeros que sufrieron todas las negaciones: fueron negados al ser secuestrados, negados en su condición humana, negados sus cuerpos cuando los asesinaron, negadas (ocultadas o demonizadas) su inserción social, su pertenencia, su militancia, su identidad ideológica.
Hacemos las baldosas, entonces, para contrarrestar todas esas negaciones, que son la esencia misma del terrorismo de Estado. Cada baldosa le da una presencia material a una historia (o más) y se constituye en una “marca” en el espacio urbano. Así, convoca a una memoria colectiva que, lejos de venerar una memoria estéril o estática (de museo), trace un puente entre generaciones distintas y se ponga al servicio del presente y del futuro.
“Los pueblos que olvidan repiten su historia”, escribió Sigmund Freud. Sin memoria, quedamos condenados a una eterna (y siniestra) repetición. Es que la memoria colectiva no es un dato natural, sino un acto social que se construye. Las baldosas son un modo de volver acontecimiento a la memoria, de hacerla potente para cambiar la realidad y la subjetividad de los individuos.
En su fabricación, donde participan familiares, amigos y compañeros, esa transformación se expresa en una creación colectiva de sujetos activos que se pronuncian frente a lo que les pasa y se relacionan entre sí a partir de una práctica consciente.
En los actos de colocación de las baldosas, recuperamos las historias de vida de los compañeros y las hacemos públicas. Además de colaborar con el conocimiento de la verdad y la justicia, ese acto repercute con fuerza tremenda en las familias (víctimas, también, del terrorismo de Estado), al reparar negaciones y darles un espacio (material y social) a la memoria y al dolor subjetivos.
Pero además, una vez colocadas, las baldosas pasan a ser elementos del espacio urbano y del sistema social. Son interferencias visuales en la calle (el lugar donde se entretejen todos los componentes del tejido social) y no están aisladas, sino que interactúan con personas, comportamientos y objetos. Al marcar los pasos de nuestros compañeros desaparecidos, al materializar una huella de su vida, las baldosas funcionan como mecanismo de concientización política y alteran el discurso hegemónico en el espacio público, ya que pueden generar nuevas reacciones y nuevas reflexiones.
Hacer las baldosas, entonces, es para no- sotros una práctica de transformación que apunta a la memoria colectiva: una vez que la sociedad se apropie de ella, no habrá marcha atrás.
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