CINE › WOODY ALLEN, EL DOCUMENTAL, DE ROBERT B. WEIDE
› Por Diego Brodersen
Reverenciado, amado, vapuleado, odiado incluso, Woody Allen ha dejado de ser (desde hace ya varias décadas) un simple comediante, actor y cineasta neoyorquino para erigirse en una suerte de icono cultural internacional. Sus fobias, pasiones, gustos y neurosis son caprichos para algunos y referencias intelectuales para otros. Su insistencia a la hora de dirigir, al menos, una película por año y el placer con el cual ciertas estrellas de Hollywood reducen su cachet al mínimo indispensable para ponerse a sus órdenes, son clichés del periodismo especializado. Si Woody Allen es Dios, o al menos un santo, el documental de Robert B. Weide se acerca al ensayo hagiográfico. En la entrevista publicada en Página/12 hace un par de días, el documentalista y productor de la famosa sitcom Curb your Enthusiasm lo confirma con creces, afirmando asimismo que “sus películas maduraron al mismo tiempo que yo”. Esa relación personal con el artista y su obra es compartida por muchos cinéfilos, una congregación de amantes incondicionales de su cine que agrupa a tres o cuatro generaciones de espectadores. Indudablemente a ellos está destinada la película.
La buena noticia respecto de Woody Allen, el documental es que Weide logró, luego de años de paciente espera, un acceso casi total a la intimidad de Allen. A lo largo de dos horas (poco más de tres en la versión extendida editada para la televisión, que seguramente será lanzada en la Argentina en DVD), el documental sigue un estricto orden cronológico y comienza a disponer las fichas del rompecabezas alleniano desde su más tierna infancia. Precoz como pocos, Allen ya escribía chistes y líneas de diálogo para comediantes radiales a la edad de 17 años; su ininterrumpida carrera se inicia entonces muy temprano, así comotambién su vida sentimental (el primero de sus tres casamientos tuvo lugar a poco de cumplir los 18). No es éste un dato anecdótico, ya que la relación con sus esposas, amantes y compañeras son descriptas por el film –y el propio Allen– como parte importante de su obra. De hecho, Weide describe ciertos detalles de su vida privada, pero siempre a partir de su relación con la obra. El escándalo con Mia Farrow y su hija adoptiva Soon-Yi Previn ocupa una pequeña porción del metraje y es inmediatamente entrelazado con el proceso creativo de Allen, que no fue interrumpido siquiera en medio del mediatizado juicio.
Con su tradicional formato expositivo, característico de las producciones televisivas (al fin y al cabo, ése era su nicho de exhibición original), el film no ofrece demasiadas sorpresas ni profundiza en pormenores o aspectos ocultos del homenajeado, pero a cambio permite escuchar a Allen en la intimidad de su departamento o caminando por las calles de Brooklyn mientras visita el barrio de su infancia. No está solo, ya que personalidades del mundo del cine y la comedia, de Martin Scorsese a la encargada de los castings de sus films, algún legendario productor de teatro y actores y actrices como Naomi Watts, Sean Penn o John Cusack aportan su grano de arena y describen el método de trabajo o el carácter del director en rodaje, inevitablemente bajo una luz positiva. Las entrevistas a cámara son ilustradas con material de archivo muy poco visto que registra su paso por la comedia stand up (período recordado con poca indulgencia por Allen) y una gran cantidad de escenas de varias de sus películas, de ¡Robó, huyó... y lo pescaron! a Medianoche en París. Una apología de Woody Allen, en definitiva.
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