CINE › UNA CHARLA FUERA DE LO COMUN CON CHRISTOPHER LEE
En el marco del Festival Internacional de Cine de Locarno, el legendario actor británico fue homenajeado con un Leopardo de Oro y conversó con Página/12 de los temas más diversos (la música, el amor) y de sus películas más oscuras.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Locarno
“Está cansado...”, susurra el encargado de prensa, a modo de advertencia. No lo parece. Simplemente, es un hecho que Sir Christopher Frank Carandini Lee tiene 91 años, camina con cierta dificultad y se apoya en un bastón, pero desde que llegó al Festival del Film Locarno –que anteayer, un día después de su apertura– lo homenajeó con un Leopardo de Oro a su carrera, ha subido al inmenso escenario de la Piazza Grande a recibir su trofeo, ofreció una charla pública ante un auditorio fervoroso y se entregó mansa y generosamente a una buena cantidad de entrevistas, muchas más seguramente de las que están dispuestas a ofrecer algunas estrellas mucho más jóvenes y menos modestas.
Cuando Página/12 se encuentra frente a frente con esta leyenda viviente del cine, el hombre tiene la mirada alerta y vivaz, los ojos iluminados por la brillante luz del verano que baña la terraza del Hotel Eden Roc de Ascona, uno de los más lujosos de la costa del bello Lago Maggiore, en la región del Ticino suizo. Allí está instalado el actor que ha hecho entre 250 y 300 películas (la cuenta se ha perdido hace tiempo), que junto a su amigo Peter Cushing convirtió al estudio Hammer –“la Casa del Terror” británico– en una auténtica leyenda cinéfila, y que interpretó la mayor galería de villanos, monstruos y malditos de la historia del cine, desde su célebre Drácula de 1958 hasta la Criatura de Frankenstein pasando por La Momia, Rasputín y el temible asesino Francisco Scaramanga de 007 y el hombre con el revólver de oro, uno de los más temibles archi-enemigos contra los que se enfrentó James Bond. Pero, en cine al menos, las apariencias engañan: el Christopher Lee que está ahora en el Festival de Locarno sigue imponiendo respeto y presencia, por sus casi dos metros de estatura y su célebre voz, potente y cavernosa, pero resulta ser una persona amable y, hasta se diría, encantadora. No por nada Tim Burton lo ha convocado en los últimos años –ya sea en persona o por su voz– para cinco de sus películas y Peter Jackson aprovechó su historial para darle carnadura a Saruman, uno de los principales antagonistas de su saga de El señor de los anillos, por el que lo conocen las nuevas generaciones. De hecho, en El Hobbit, la nueva serie de Jackson basada en las novelas de J. R. R. Tolkien, Sir Christopher Lee vuelve a aparecer como Saruman, no sólo en la primera, ya estrenada, sino que figura en los créditos de las dos siguientes, aún en fase de post producción. Un hombre activo, sin duda.
Pero sucede que no tiene ganas de hablar de cine. O por lo menos de sus personajes más famosos. Quizás porque a lo largo de su vida ya se prodigó en demasiadas entrevistas, quizás porque se topa con periodistas que no saben nada de la materia de la que se ocupan (“Fred Zinnemann es uno de los grandes directores de la historia del cine, ¿lo conocen?”, interroga ante la cara de sorpresa de alguno de sus interlocutores) o porque prefiere hablar –con locuacidad, eso sí– de lo que él quiere y no de lo que le pregunten. Si es que uno tiene la posibilidad de preguntarle... En la mesa a la que se sienta Página/12 frente a Mister Lee también hay otros tres periodistas, entre ellos uno ruso y otro catalán. Basta saber de dónde provienen (Argentina, lamentablemente, no le dispara ningún recuerdo o asociación) para que se ponga a hablar en ruso e improvise unas estrofas de una vieja canción popular catalana. Se dice que, además de su impecable, señorial inglés, el señor Lee habla también francés, alemán, danés y quién sabe cuántos otros idiomas, una habilidad que –cuenta la leyenda– aprovechó el servicio secreto británico durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Y cómo fue que aprendió ruso? es la pregunta obligada del colega llegado del Cáucaso. “Ah, mi amigo, no se olvide que yo interpreté a Rasputín”, dice misteriosamente, con una sonrisa irónica, como si aquella vieja película de la Hammer, rodada en Londres, le hubiera dado el poder de hablar la lengua de Dostoievski. Tampoco hay tiempo de repreguntar. Inmediatamente, Mr.Lee trae a colación una película que nadie en la mesa recuerda, salvo él: Mio min Mio. “La filmamos en Moscú, todavía no había caído el muro de Berlín. El director era Vladimir Grammatikov, creo que vive aún”, dice como quien ha visto ya desaparecer a muchos de los que han trabajado con él. “Por supuesto, yo hacía de un personaje muy malo, una suerte de mago que hacía desaparecer a los niños. Y ahí ya salía un muchachito muy prometedor: Christian Bale. Estarán de acuerdo conmigo en que desde entonces ha hecho toda una carrera, ¿no?”, sonríe con picardía, mientras evoca que, aunque estaba alojado en uno de los mejores hoteles de la ciudad, todavía regían las estrictas normas de vigilancia de la vieja Unión Soviética y que cada vez que entraba o salía de su cuarto debía entregarle la llave a la encargada de su piso. “Aquellos todavía eran los días de la Cortina de Hierro”, asegura.
Sin que nadie se lo pregunte, dice que recuerda esta película, rodada en 1986, porque la asocia con el 25o aniversario de su casamiento con la que ha sido y sigue siendo su esposa de toda su vida, Birget “Gitte” Krönke, una top model danesa que incursionó ocasionalmente en el cine, con quien se casó en 1961 y con la que tuvieron una hija, Christina. Allí, la periodista italiana aprovecha el fugaz flanco que le deja abierto el monólogo de Lee y le pregunta, a la manera de las revistas del corazón, cuál es el secreto para semejante amor eterno. “¿Quién pudiera saber la respuesta?”, suspira casi enternecido quien fuera el malvado más consuetudinario del cine. “Creo que la contestación a su pregunta es la más obvia: el amor verdadero, sentido del humor, confianza, respeto mutuo... No sé, fui muy afortunado. Es una mujer extraordinaria. Trabajó, personalmente, para los principales diseñadores de alta costura de Europa: Chanel, Dior, Balenciaga... Y ahora me ayuda muchísimo. Hace cuatro años tuve un accidente bastante serio, me cuesta caminar, y ella siempre está a mi lado, me cocina y me acompaña a todos mis viajes.” ¿Y nunca fue un villano para Gitte?, es la pregunta obligada. “No creo, pero eso habría que preguntárselo a ella”, responde con cortesía, modulando su bella voz de bajo hacia sus tonos más graves y profundos.
La voz de Christopher Lee... Es una de las más famosas y reconocibles de la historia del cine, tanto que desde hace unos años las películas –y hasta los videojuegos inspirados en El señor de los anillos– la utilizan tanto o más que su presencia. “Siempre me gustó mucho cantar; de hecho estuve a punto de ser cantante de ópera”, confiesa Christopher Lee. “Les cuento...”, se entusiasma ante la posibilidad de recuperar recuerdos sin duda muy personales, pero sobre los que nadie nunca le pregunta. “Fue a comienzos de los años ’50, fui a presentarme a una audición a la ópera de Estocolmo, no recuerdo bien qué fue lo que canté, pero de pronto descubrí que detrás de mí tenía a un pequeño hombrecito, que me tomó del brazo amablemente y me preguntó qué pensaba hacer con mi voz. Lo reconocí inmediatamente: era Jussi Björling, conocido por entonces como el ‘Caruso nórdico’, un tenor famosísimo, de quien ustedes sin duda nunca escucharon hablar. Bueno, el asunto es que me convocó para el día siguiente, a mí solo, sobre el escenario, para que cantara a capella: quería escuchar el sonido de mi voz desde la sala. Cuando terminé la prueba me preguntó qué hacía en ese momento. ‘Soy actor de cine, trabajo en la productora Rank, de Londres’, le dije. ‘Tonterías, usted ciertamente tiene una voz, tiene que usarla’, y me propuso quedarme en Estocolmo, para formarme como cantante. Pero por entonces yo no tenía dinero para costearme una pensión y esos estudios fuera de mi país y seguí mi carrera de actor en mi país.”
Pero como el mismo Christopher Lee, en su soliloquio, siguió contando, nunca dejó de cantar: “Hice algunos musicales y grabé varios discos incluso. El primero fue en 1998, se llamaba Christopher Lee Sings Devils, Rogues & Other Villains y ahí canté en cinco idiomas: inglés, francés, alemán, italiano y ruso. Después vino un disco que se llamó Revelation, que incluía música country & western, como ‘The Streets of Laredo’ y ‘High Noon’, un poco a la manera de Frankie Lane (NdR: y tararea la clásica balada de Al la hora señalada). Y últimamente hice dos discos conceptuales de Heavy Metal: Charlemagne: By the Sword and the Cross y Charlemagne: The Omens of Death. Este último se editó a comienzos de este año. Por eso, como verán, yo creo que hay que probar de todo en la vida. Si uno puede, claro, si uno puede...”
Y Christopher Lee claro que puede: estaba enojado con la crónica de un periódico italiano de ese mismo día, que afirmaba que en su charla pública había hablado también de su devoción por el canto y que, en vez de cantar una fragmento de un aria de la ópera de Don Carlo, de Verdi, como lo hizo, mencionó apenas un recitativo. “No es verdad, yo canté. Hay una escena increíble, la del acto IV, en la que el rey canta un aria famosísima, ‘Ella giammai m’amò’. Y ante él aparece el Gran Inquisidor: tiene noventa años (casi como yo), está ciego, y pregunta: ‘¿Estoy en presencia del rey?’ Y ayer, cuando alguien preguntó si, a mi edad, yo todavía cantaba, yo dije que sí. Y canté las primeras estrofas del Gran Inquisidor...”
La voz no se hace esperar. Con una potencia y una gravedad que hacen temblar la mesa y los grabadores, Christopher Lee se transforma allí, de pronto, en un nuevo, impensado villano, en el Gran Inquisidor que le exige nada menos que al rey matar a su mejor amigo. Su italiano parece impecable, tanto como su voz, que suena indemne al paso del tiempo. “Ven, puedo cantar”, afirma vengativo, ante la mirada pasmada de quienes somos testigos del raro prodigio. “Espero que publiquen lo correcto, se han escrito tantas cosas de mí que yo nunca he dicho o hecho...”, se lamenta resignado.
Sin solución de continuidad y sin que alcance a mediar pregunta alguna, de pronto repara nuevamente en el periodista catalán, lo mira fijo y le espeta: “Usted quiere que le hable de Pere Portabella, ¿no?”. De hecho, en su homenaje a Christopher Lee, el Festival de Locarno ha programado tres películas muy escogidas de su incontable filmografía, entre ellas la oscurísima Umbracle (1970), un film experimental realizado en Barcelona por Portabella casi en la clandestinidad, durante el franquismo, y que en Buenos Aires se vio hace unos años en una retrospectiva del Bafici dedicada al director catalán. “Creo que Portabella todavía vive, debe tener unos 87 años, un hombre muy inteligente. Aunque debo confesar que nunca entendí la película. No la puedo explicar. Lo único que sé es que era una película muy antifranquista, tanto que a Portabella le quitaron el pasaporte por hacerla. Pero recuerdo que yo también cantaba en esa película y que tenía una escena (no sé si habrá quedado en la versión final) con el pintor Antoni Tàpies. En fin, como les decía antes, hay que probar de todo en la vida.”
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