Miércoles, 11 de septiembre de 2013 | Hoy
CINE › THE UNKNOWN KNOWN, SOBERBIO DOCUMENTAL DE ERROLL MORRIS, EN TORONTO
El film visto ahora en Canadá viene de producir ruido en la Mostra de Venecia, donde el jurado consideró darle el premio al mejor actor a su protagonista: Donald Rumsfeld, alto funcionario de Defensa con tres presidentes amantes de posturas belicistas.
Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto
No podría haber película más oportuna en estos días, cuando se escuchan tambores de guerra –azuzados por el presidente de los EE. UU., Barack Obama, que insiste con un bombardeo punitivo a Siria–, que The Unknown Known, el documental de ese maestro del género que es Erroll Morris. Su nueva película, exhibida en estos días en el Toronto International Film Festival, tiene un protagonista único y excluyente: el ex secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld, que sirvió en ese cargo y en otros de similar magnitud en las administraciones de Gerald Ford, Richard Nixon y George W. Bush, tres de los presidentes más abiertamente belicistas de su país.
Astuto como un zorro, extremadamente locuaz y tan rápido para las réplicas que de no haber sido político se podría haber ganado la vida como stand–up comedian, Rumsfeld impresiona sin embargo por su extraña mezcla de honestidad brutal y flagrante hipocresía política, un cóctel explosivo que da por resultado el más depurado cinismo. En todo caso, qué otra cosa se podía esperar de un personaje semejante, que fue acusado por varias organizaciones internacionales de derechos humanos por crímenes de guerra en Irak. Pero lo que el documental de Morris –cuyo trabajo anterior había sido Standard Operating Procedure (2008), sobre las torturas del ejército de ocupación estadounidense en Abu Ghraib– viene a revelar no es tanto algún oscuro secreto que alguien como Rumsfeld jamás haría público, sino más bien, por si hacía falta, que la guerra y el llamado “complejo industrial militar” es una política de Estado de Estados Unidos de América, esté ocupada la Casa Blanca por un republicano o por un demócrata.
Según Rumsfeld, tanto los ataques a Pearl Harbor como a las Torres Gemelas fueron “una falla de imaginación” de los servicios de inteligencia de su país. Y para prevenir nuevos errores es necesario estar listo para todo, en cualquier lugar del planeta. “Para asegurar la paz hay que estar preparado para la guerra”, escribe en uno de sus memorandos (es famoso por la cantidad astronómica que ha dictado) y que Morris le hace leer en cámara. El credo de Rumsfeld, que le da su título al film, es que hay que tener cuidado con “aquello que uno cree que sabe, pero que en verdad no lo sabe”: The Unknown Known. Habilísimo en el juego de palabras, dice sobre la excusa que llevó a él y a su gobierno a invadir Irak, cuando adujo que Saddam Hussein escondía armas de destrucción masiva, que “la ausencia de evidencia no implica que esa evidencia no exista”. Ese argumento de Rumsfeld es –palabras más, palabras menos– el que enarbola ahora la administración Obama para bombardear Siria. El propio Rumsfeld lo dice en el film: “Obama criticó las mismas cosas de la administración Bush que él sigue poniendo en práctica”. Empezando por la prisión de Guantánamo, que a pesar de sus promesas electorales nunca desmanteló.
Hacia el final, Morris –ganador del Oscar al documental por su legendario The Fog of War (2003), sobre Robert McNamara, secretario de Defensa durante la guerra de Vietnam– se reserva una última pregunta, que es la primera que se hace el espectador: “¿Por qué aceptó esta entrevista?”. Y Rumsfeld, muy suelto de cuerpo, se ríe sarcásticamente y replica: “Es una pregunta viciosa... Maldito sea si lo supiera”. No por nada, en la reciente Mostra de Venecia, donde The Unknown Known compitió en el concurso oficial, el presidente del jurado, Bernardo Bertolucci, reveló que estuvieron a punto de darle a Rumsfeld el premio al mejor actor.
Si el film de Morris puede ser considerado un documento de gran valor periodístico e incluso histórico, el documental chino Feng Ai es sin duda una obra de arte. Su autor es Wang Bing, uno de los realizadores asiáticos que revitalizaron el cine de su continente, autor de documentales esenciales de la última década, como Al oeste de las vías (2003), Fenming: una memoria china (2007) y Tres hermanas (2012), todos conocidos en Argentina a través del DocBuenosAires. Si en sus películas anteriores Wang Bing se ocupó de ambientes y personajes que fueron quedando al margen del milagro económico chino en su vertiginosa transición hacia el capitalismo de mercado, aquí profundiza esa veta y se sumerge en el rincón más oscuro de los últimos olvidados de la sociedad. Durante casi seis meses, el director se instaló en un precario hospital neuropsiquiátrico de provincia y convivió con los internos, hombres y mujeres abandonados por sus familias o recluidos por el Estado por conductas consideradas “antisociales”. El resultado es un film conmovedor, porque en sus 227 minutos no sólo va dando cuenta de los personajes que habitan esa cárcel disfrazada de nosocomio, sino también de los lazos de solidaridad e inclusive de amor que se dan entre ellos, entre esa gente que no tiene a nadie en la vida que no sean sus propios compañeros de infortunio.
Hay varios gestos que definen la ética de Wang Bing como documentalista. En primer lugar, le devuelve su identidad a cada uno de los internados que filma, les pone su nombre y su apellido y el tiempo que llevan allí recluidos, que van desde los recién llegados hasta los que sobreviven en ese infierno hace más de veinte años. Luego, filma únicamente a las víctimas y no a los victimarios, de quienes apenas se ven sus batas blancas, las siluetas de sus uniformes cuando ingresan en los pabellones a aplicar las drogas con las que tienen sometidos a sus pacientes, hasta convertirlos en zombies. Y finalmente, Wang Bing (con una mínima excepción, justificada dramáticamente) nunca sale al exterior, siempre se ubica del lado de adentro de las rejas, compartiendo esos tiempos eternamente muertos con sus personajes, acompañándolos, comprendiéndolos y haciendo partícipe al espectador de esa experiencia que no puede ser sino profundamente humana.
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