Mar 17.09.2013
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CINE › MIGUEL RODRíGUEZ ARIAS Y BUSCADORES DE IDENTIDADES ROBADAS

“Los organismos de derechos humanos motivaron al equipo”

El realizador de Las patas de la mentira conocía al Equipo de Antropología Forense desde que comenzó su tarea, en los inicios de la democracia, y siempre supo que en ese grupo, mundialmente reconocido, había una historia extraordinaria para contar.

› Por Oscar Ranzani

“Los documentalistas somos buscadores incansables de historias”, dice Miguel Rodríguez Arias sobre el trabajo que desempeña. Y es un referente idóneo para opinar al respecto. Cuando estaba realizando el documental Civiles y Militares S.S., el creador de Las patas de la mentira entrevistó a Luis Fondebrider, uno de los fundadores de una iniciativa esencial surgida en 1984: el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Después de entrevistarlo, a Rodríguez Arias le pareció que era una buena idea realizar un documental sobre este equipo que nació en soledad y que en la actualidad ya trabajó en 45 países poniendo la ciencia al servicio de los derechos humanos, y es un modelo en todo el mundo. El documentalista conocía el EAAF desde que comenzó a trabajar en los inicios de la democracia, aunque reconoce que nunca tuvo información precisa respecto de cómo se hacía el trabajo de reconocer la identidad de una persona desaparecida. Y en diálogo con Página/12, Rodríguez Arias confiesa que proponerse hacer este documental no era tarea fácil: “El equipo tiene muy bajo perfil, comunica solamente cuando hay algún motivo. Entonces había que proponérselo, dejar pasar un tiempo, que ellos lo charlaran y lo consensuaran, porque todo lo que hacen es consensuado”, cuenta. Finalmente pudo concretarlo y Buscadores de identidades robadas se estrena este jueves.

Todo comenzó con un grupo de Abuelas de Plaza de Mayo –entre las que estaba Estela de Carlotto–, que buscaban alguna manera de identificar a los nietos, ya que se identificaba de padres a hijos por el ADN, pero no de abuelos a nietos. “Estela y su grupo iban a ver a distintos científicos, no solamente en la Argentina, sino también en el exterior. Y todo el mundo les decía que no se podía, que no lo intentaban porque era imposible y no se había logrado descubrir en el mundo”, cuenta Rodríguez Arias. Hasta que al final, de tanto tocar puertas, se juntaron con miembros de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, en Estados Unidos. En ese grupo había un genetista argentino llamado Víctor Penchaszadeh (que está en el país actualmente). También estaban otros especialistas, como Fred Alen, Marie Claire King, Cristian Orrego. Y ellos dijeron: “Eso que están proponiendo es posible. Vamos a ponernos a investigar”. Poco tiempo después hubo un congreso y allí se incorporó el prestigioso antropólogo forense Clyde Collins Snow, “que es el verdadero fundador del equipo”, cuenta Rodríguez Arias. Les dijeron: “Estuvimos investigando y efectivamente es posible”. Así nació el índice de abuelidad: a partir de una iniciativa de las Abuelas de Plaza Mayo.

–¿Ese fue el punto de partida para llegar a la conclusión de que se podían relacionar los estudios genéticos con los derechos humanos?

–En realidad, la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia tiene una división que se ocupa de los derechos humanos. Esta es la división que atendió a las Abuelas. Primero se descubrió el índice de abuelidad, e inmediatamente empezaron a investigar a ver si se podía descubrir el índice genético, no a través de tejido blando, como era hasta ese momento, sino a través de los huesos. Pero para eso pasaron unos cuantos años, porque el índice de abuelidad se descubrió en 1983 y la identificación a través del ADN de los huesos se descubrió en el ’89/’90.

–Para ese entonces, el EAAF ya estaba creado hacía rato porque nació en 1984...

–Sí, pero nace con nada. No tenían nada. Vino Clyde Collins Snow a la Argentina, invitado por el gobierno de Alfonsín en 1984, y la Conadep estaba investigando. El se conecta con la Conadep, lo cual después hizo que declarara en el Juicio a las Juntas. En esa época empezaban a aparecer restos humanos en los cementerios, en fosas comunes y en otras identificados como NN. Cuando empezaron a aparecer los primeros restos, lo llamaron a Clyde Collins Snow para que hiciera las primeras exhumaciones. El necesitaba gente de acá, porque había médicos forenses profesionales, pero precisaba antropólogos ya que, en realidad, lo que él hacía desde la década del ’70 eran exhumaciones para resolver casos forenses con los métodos de los antropólogos o de los arqueólogos; es decir, una exhumación respetando todos los elementos asociados que hay alrededor de los restos, como para después poder hacer una reconstrucción e investigar sobre ese esqueleto. En este caso era devolverle la identidad. Se convocó a los fundadores del equipo que eran cuatro o cinco, entre los que todavía hay tres miembros a quienes entrevistamos: Patricia Bernardi, Luis Fondebrider y Mercedes Doretti. La cuestión es que no tenían oficina y tenían un recurso mínimo de viáticos. El Movimiento Ecuménico les dio una oficina con una mesa y cuatro sillas. Y les dieron un espacio en la Morgue de la calle Viamonte para que ubicaran los primeros esqueletos con los que estaban trabajando. Y así empieza el equipo.

–¿Qué influencia tuvo la demanda de los familiares de desa-parecidos para que se llevara a cabo la labor de los estudios del EAAF?

–Más que nada, los organismos de derechos humanos fueron los que motivaron que se forme el equipo. Eran los que más demandaban y los que más se acercaban a los antropólogos jovencitos a pedirles. También estaba trabajando la Conadep y se habían identificado dos o tres personas, pero para identificar a una persona al principio venía Clyde Collins Snow de Oklahoma. Es decir, identificar a una persona en ese momento era una tarea ciclópea y era un logro impresionante. Y, además, había muy pocos datos, muy poca experiencia. Y la verdad es que es notable el trabajo que hacen: desde un esqueleto que se exhuma, tratando de recuperar todas las evidencias asociadas, hasta que se lo identifica hay una cantidad de papeles, de burocracia, de tiempo, de entrevistas con muchos familiares.

–¿Por qué si había antropólogos capacitados en los inicios de la democracia no se sumaron en ese momento al EAAF?

–Porque, en realidad, la “ciencia”, entre comillas, no tenía mucha vocación para meterse en este tema tan complicado. Tenían miedo. También el equipo tomaba precauciones y era un momento para tener miedo. La cuestión es que hubo antropólogos forenses, odontólogos forenses y el Cuerpo Médico Forense que colaboraron, pero lo que se llama “La Academia” no participó para nada. Ni siquiera ahora, después de 29 años y del prestigio que tiene el equipo. En general se sumaron estudiantes de Antropología o recibidos. Después se fueron incorporando otros profesionales y se formó un equipo multidisciplinario.

–¿Por qué cree que, en los inicios de su labor, el EAAF trabajó en soledad y no recibió apoyo del Estado argentino?

–En realidad hace muy poco que tienen apoyo del Estado argentino: desde 2009. En el año ’84 no solamente no recibían apoyo del Estado argentino,sino que fueron declarados Personas no Gratas por la Secretaría de Derechos Humanos.

–¿Por qué?

–Porque había problemas con los militares, que presionaban. El EAAF lo que estaba buscando, y lo que estaba encontrando, eran las pruebas de la represión. Las pruebas más terribles de la represión, porque había otra cantidad de pruebas de la represión, pero éstas eran las pruebas de la desa-parición de personas. Es decir, el cuerpo del delito. Imaginémonos el Juicio a las Juntas sin la evidencia científica. En los juicios hay tres tipos de evidencia: la escrita o documental, la testimonial y la científica. La testimonial es muy maleable, y la escrita o documental es muy limitada. Ahora, la evidencia científica son datos duros y no hay con qué discutirlo. En el Juicio a las Juntas se estaba mostrando el cráneo de una persona que fue asesinada con tiros de Itaka y se veían las perforaciones, los agujeros de entrada y salida de la bala. Eso es incontrastable y fue lo que permitió que en el Juicio a las Juntas se condenara a la gente que se condenó. Y la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno de Alfonsín los nombró Personas no Gratas y les dijo que el Estado los apoyaría siempre y cuando ellos se dedicaran a identificar víctimas de catástrofes o víctimas de un accidente aéreo. Entonces, la gente del equipo les dijo que en la Argentina no había catástrofes naturales ni accidentes aéreos, pero sí había desaparecidos y una responsabilidad del Estado de darles una respuesta a los familiares.

–En el documental se señala que el objetivo del EAAF es buscar la verdad y la justicia. Si se analiza este momento de la democracia con relación a los anteriores desde 1983, recién ahora son posibles ambos objetivos.

–Fue un momento muy terrible cuando se votaron las leyes de punto final y de obediencia debida. ¿Por qué? Porque si bien el equipo podía seguir trabajando, cosa que hizo porque tenía una responsabilidad con los familiares, iban a quedar impunes los culpables, los asesinos, los represores. Entonces, paradójicamente, uno de los miembros del EAAF, Carlos Somigliana, dice que ése fue el momento en que se consolidó. En ese momento, el EAAF desaparecía o se consolidaba. Y, evidentemente, pesó mucho más la responsabilidad, la mística, la sensibilidad del equipo y el espíritu de trabajo, y ahí se fortaleció. Siguió trabajando, nunca paró y siempre lo hizo con recursos muy reducidos hasta 2008, que recibieron una beca del Congreso de Estados Unidos que les permitió hacer 350 identificaciones con ADN. Hasta el momento llevan identificadas 577 personas, que es un montón. Identificar a una persona ya es un montón.

–Viendo el documental, queda la sensación de que, a pesar de las estrategias perversas de la dictadura, no les resultó tan fácil no dejar vestigios ni huellas a los criminales. ¿Coincide?

–En parte sí, pero la cuestión es que hay entre 1200 y 1300 cuerpos encontrados. ¿Por qué no hay precisión? Porque se han encontrado fosas comunes con huesos que corresponden a 80 personas, a 120 personas, algo imposible de identificar. El cuerpo humano tiene 209 huesos. En una fosa común donde hay 5 mil huesos, ¿cómo se hace? Entonces no hay un número exacto. Pero pongamos 1200: hay 1200 personas de quienes se encontraron los cuerpos. De esas 1200 personas, se identificaron 577. ¿Y dónde están las demás? Porque no hay expectativas como para encontrar a dos mil personas más. Por ahí hay expectativas para encontrar cien, doscientas personas más. En La Perla, por ahí aparecen 200 o 300 cuerpos. No sé. En Campo de Mayo también pueden aparecer, pero no hay muchos lugares más. Tampoco hay datos pre-mortem para identificar más personas. Es decir, las personas que se están identificando desde 2008 para acá fueron con el ADN. Con la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas se identificaron 350.

–¿Cómo analiza el hecho de que el EAAF nació en soledad y en la actualidad sus servicios son requeridos en el extranjero?

–Es un gran triunfo que empezó hace muchos años. El primer país que lo requirió fue Filipinas. Cuando asume Corazón Aquino había muchos desaparecidos. Bueno, la información internacional circula. El EAAF tiene por ahí más prensa internacional que local. No sé cómo se habrán enterado en el gobierno de Filipinas. La cuestión es que los convocaron, y también a Clyde Collins Snow. Posiblemente él hizo una tarea de difusión en los países donde se perpetraron genocidios. Clyde Collins Snow armó un equipo con científicos norteamericanos e invitó a dos miembros del EAAF. El tenía un especial afecto por el equipo argentino porque era el primero que se había formado y estaba trabajando muy bien. Y así empezaron: fueron a Filipinas y después a otros países.

–La identificación de los restos del Che fue muy importante no sólo a nivel histórico, sino también a nivel simbólico, ¿no?

–Sí, la repercusión que tuvo la identificación de los restos del Che fue muy grande, y su simbolismo también. Cuando uno le pregunta al equipo, ellos señalan que ponen el mismo empeño en identificar los restos de una persona no conocida que los restos del Che. Pero eso fue de un gran valor simbólico, de mucho impacto. Y, además, era importante identificar sus restos, que después se enterraron en Santa Clara. Participó el equipo argentino, un equipo cubano y también el gobierno boliviano.

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