Sábado, 19 de octubre de 2013 | Hoy
CINE › EL PROBLEMA CON LOS MUERTOS ES QUE SON IMPUNTUALES
Por Diego Brodersen
Hay varias líneas, pero un tema central en El problema con los muertos es que son impuntuales, cuyo título deriva de una idea expresada en cámara por su principal protagonista, el reconocido empresario de pompas fúnebres y director del Instituto Argentino de Tanatología Exequial, Ricardo Péculo (hermano de Alfredo, el fundador de las famosas cocherías Paraná). Lo de “pompas fúnebres” es, de alguna manera, un eufemismo. Y de eufemismos se habla bastante en este documental que, según confiesa su autor Oscar Mazú, tiene su origen en un infarto que pudo haber acabado con su vida. El film mira de frente algunos aspectos ligados a la muerte, un tema tabú (en el sentido más freudiano del término) en esta y en cualquier sociedad, apostando a un tono entre irónico y ligero. O al menos poco solemne. La forma y el material con el que se construyen los “cajones” o el uso de tecnologías como el ploteado para la confección de ataúdes customizados ocupan una parte importante del metraje, y el carismático Péculo domina en ciertas instancias completamente la escena, a tal punto que la película corre el riesgo de transformarse en un largo comercial acerca de las virtudes de su empresa.
Otros pasajes incluyen la visita a un cementerio de pueblo (el cuidado o descuido de las pequeñas necrópolis dan una pauta del grado de respeto de los vivos a sus antepasados muertos, dice Péculo, como si se tratara de un antropólogo consumado), el registro de una clase de maquillaje para el embellecimiento de los rostros post-mortem y la entrevista a un especialista en preparación de cadáveres para su uso por estudiantes de Medicina. Más allá de algún que otro momento revelador, como algunas esquivas imágenes del traslado del cuerpo de Juan Domingo Perón a su “morada final” definitiva o las razones detrás de algunos mitos del ambiente funebrero, el problema central del documental de Mazú parece ser la falta de un pivote fuerte alrededor del cual hacer girar sus ideas. No alcanza su relato en off, que hace las veces de vínculo entre las escenas con un fraseo que cruza el sarcasmo y la humorada negra con ínfulas pseudo poéticas. Hay, finalmente, algo antojadizo –pero no arbitrario en su acepción lúdica– en un documental que detiene el relato central para concentrarse durante un minuto, como quien no quiere la cosa, en la animación de una serie de dibujos realizados por el director durante su convalecencia.
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