CINE › ESCAPE IMPOSIBLE, CON SYLVESTER STALLONE Y ARNOLD SCHWARZENEGGER
Tras el cono de sombra que siguió a sus años dorados, las figuras de Rocky y Terminator parecen estar disfrutando de una suerte de “Período de Plata”, como lo prueba esta comedia carcelaria, en la que recuerdan a Jerry Lewis y a Dean Martin.
› Por Juan Pablo Cinelli
Es notable el renacimiento que están teniendo durante estos primeros años de esta década Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger, las dos grandes figuras del cine de acción de los años ’80 y... ¿alguien dijo por ahí de la historia del cine? Sí, tal vez así sea, porque sin dudas a ellos les cabe la responsabilidad de haber sido los moldes para la creación del héroe de acción moderno: hiperbólicos, hipertróficos y poco amigos de la sutileza (todo esto aplica tanto a los actores como a sus personajes). ¿O alguien recuerda que existiera algo remotamente parecido a las películas o el tipo de roles que crearon estos dos monstruos antes de Rocky, Conan, Rambo o Terminator? No: que el cine de acción se haya convertido en el género más popular de las últimas tres décadas o que hoy sea casi imposible ser actor en Hollywood si no se tiene el físico de un deportista es en gran medida por mérito (o culpa) de ellos dos. Entonces no está mal que películas como Escape imposible les permitan disfrutar de un Período de Plata, tras el cono de sombras que siguió a los ’80 y los primeros ’90, sus años dorados. Y mucho mejor sería si consiguieran estabilizarse como pareja cinematográfica, al estilo de Jerry Lewis y Dean Martin, en vista del satisfactorio resultado de este film, algo que ya había sido esbozado en Los indestructibles. Pero eso ya es ir más allá de lo prudente, soñar despierto.
Sin embargo, no es ociosa la cita al dúo cómico Lewis/Martin, porque aun cuando se trata de un film de acción hecho y derecho, Escape imposible acierta en el perfil autoparódico del relato y de los personajes protagónicos. Uno de ellos es Ryan Breslin (Stallone), un escapista devenido empresario que maneja una consultora encargada de testear los sistemas de seguridad en establecimientos penitenciarios. De hecho, no hay cárcel cuyos protocolos no hayan sido destrozados por Breslin, siempre haciéndose pasar por un recluso. Hasta él llega la mismísima CIA para pedirle que se haga cargo de comprobar, a cambio de 5 millones de verdes, la seguridad de una nueva unidad carcelaria, una en donde se encierra a personas que nadie sabe que están encerradas. La palabra que utiliza la agente es “desaparecidos” y con eso la película da por sentado un estado fascista. Algo impensable en algunas de las películas que hicieron famosos a Sly y a Big Arnold, en donde el hecho de que los Estados pudieran ser fascistas no necesariamente era algo que fuera motivo de crítica, sino más bien todo lo contrario. Obviamente, Breslin acepta y unirá fuerzas con Rottmayer, otro recluso, interpretado por Schwarzenegger, en un papel donde el ex gobernador californiano vuelve a jugar a la comedia.
No hay que pedirle a Escape imposible que todas sus tuercas estén bien ajustadas. De hecho, hay algunas bastante flojas. Sin embargo, eso que en otros casos podría resultar fatal para el relato, aquí no hace más que potenciar los golpes de efecto. Y así como en las películas de Jerry y Dean era sabido que, aunque uno de ellos era medio tonto y el otro medio cafishio, indefectiblemente acabarían besando cada uno a una chica y superando cualquier dificultad sin que a nadie se le ocurriera mencionar las debilidades del verosímil, en Escape imposible también es inútil pretender que todo encaje a la perfección. Como en cualquier buen acto de magia, acá también algo distrae al espectador para que nunca note que alguna cosa no termina de cerrar y aun así piense que ha presenciado un milagro. En el caso de esta película, ese elemento distractivo tiene nombre y apellido. O mejor dicho, dos nombres y dos apellidos: ¿hace falta escribirlos de nuevo?
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