Martes, 5 de noviembre de 2013 | Hoy
CINE › INVASIóN DEL NUEVO CINE ARGENTINO EN EL FESTIVAL DE TESALóNICA
Doce años después de su primer desembarco, donde el Nuevo Cine Argentino de entonces se dio a conocer en su conjunto, otra camada vuelve a mostrar lo suyo en el festival griego, con films de Matías Piñeiro, Santiago Loza y Jazmín López, entre otros.
Por Luciano Monteagudo
Es una de las ciudades más antiguas de Europa (fue fundada en el 316 a.C. por el rey macedonio Casandro), y desde sus inicios ninguna cultura se ha privado de pasar por aquí –por las buenas o por las malas– y de dejar sus huellas, con las que cualquier caminante atento puede sorprenderse a su paso, camufladas con la metrópoli moderna que es hoy. Ciudad puerto sobre el Egeo, ubicada bien al norte en la frontera con los Balcanes, Tesalónica (hoy la segunda ciudad de Grecia, con un millón de habitantes) supo ser el portal privilegiado entre Oriente y Occidente. Los romanos la utilizaban como posta y remanso en sus viajes a Bizancio cuando su imperio estaba en plena expansión, y todavía quedan restos muy vívidos del foro donde resolvían sus asuntos públicos y que hoy todavía sirve para socializar, como lo hacen los adolescentes que se reúnen en sus alrededores a comer souvlaki.
Como todo camino es de ida y vuelta, el Imperio Bizantino, por supuesto, también dejó sus marcas en Tesalónica. La ciudad fue ocupada luego por los árabes, por los reyes normandos, por el Imperio Otomano y, promediando el siglo XX, por los nazis, que diezmaron la importante población judía que supo tener la ciudad, aunque su cultura de la diáspora –que Borges cantó en su poema “Una llave en Salónica”– pervive en el viejo barrio de Ladadika, uno de los más auténticos y pintorescos, pleno de pequeños comercios que parecen a punto de derrumbarse.
Ahora bien, hablando Borges, ¿podrá esta bella ciudad griega, que inmortalizó el cineasta Theo Angelopoulos en La eternidad y un día (con Bruno Ganz rumiando sus últimos pensamientos a la orilla del mar oculto por una bruma tan densa como melancólica), sobrevivir a los argentinos, en su segunda invasión a la ciudad? Doce años atrás, en noviembre de 2001, bajo el título “Argentinean Cinema: A New Beginning”, el Festival Internacional de Cine de Tesalónica (uno de los más añejos de Europa) le dedicó toda una sección al entonces llamado Nuevo Cine Argentino, que dejó su huella.
Fue una decisión visionaria, porque allí estaban reunidos los films iniciales de Lucrecia Martel (La ciénaga), Lisandro Alonso (La libertad), Pablo Trapero (Mundo grúa), Adrián Caetano (Bolivia) y Martín Rejtman (Silvia Prieto), entre otros. Por primera vez, un festival internacional reunía esos films y esos directores, para dar cuenta de un movimiento que estaba entonces en plena eclosión. Hoy todos ellos son nombres consagrados en el mundo del cine y con una importante obra a sus espaldas.
Más de una década después, la edición número 54 del Thessaloniki International Film Festival vuelve a reunir un núcleo de directores jóvenes y películas nuevas provenientes de la Argentina. “Del otro lado del Atlántico, un cine evidentemente inspirado se descubre en plena ebullición”, afirma Dimitri Eipides en el catálogo de la muestra. “El tributo al cine argentino viene a disipar cualesquiera sean las convicciones o las expectativas que nuestro público pueda tener acerca del país. Todos estos films están marcados, por una parte, por un deseo de explorar las formas cinematográficas y, por otra, por la necesidad de representar la realidad contemporánea y la vida cotidiana, que se ha liberado de la tradición nacional para poner sus ojos en el futuro.”
Como ya había sucedido en 2001, la mayoría de los films seleccionados ahora en 2013 tuvo su plataforma de lanzamiento en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici), que sigue siendo la vidriera privilegiada para el cine argentino decidido a tomar riesgos y a buscar nuevos caminos. En el grupo de este año, hay directores debutantes y otros que, siendo todavía jóvenes, ya tienen una obra a cuestas, reconocida en el circuito de festivales internacionales.
Entre los primeros están los porteños Jazmín López (Leones), Mateo Bendesky (Acá adentro) y Leonardo Brzezicki (Noche), la salteña Bárbara Sarasola-Day (Deshora), y los tucumanos Agustín Toscano y Ezequiel Radusky (Los dueños). Y salvo Los dueños –la primera película que se produce en la provincia de Tucumán en casi tres décadas, surgida de un concurso de óperas primas del Instituto Nacional de Cines y Artes Audiovisuales (Incaa)–, que mezcla el humor con la crítica social, los otros films eligen un tono más grave e introspectivo. Los conflictos internos se imponen a la realidad exterior, incluso en Deshora, donde se percibe la vieja estructura patriarcal que todavía reina en el campo argentino.
Por su parte, tanto Santiago Loza (La Paz) como Marcos Berger (Hawaii) y Matías Piñeiro (Viola) tienen ya varias películas previas, aunque rondan entre los 40 y los 30 años, respectivamente. Esa proliferación es posible porque hay una dinámica y una vitalidad en el cine argentino joven que lleva a los directores a producir sus proyectos de manera muy veloz y pragmática, salteando obstáculos y apelando tanto a fondos nacionales como extranjeros. Y en algunos casos autogestionándose casi por completo, como es el caso de Piñeiro.
Y tanto Loza como Piñeiro –aunque de maneras completamente diferentes entre sí– cruzan con mucha libertad las fronteras entre cine y teatro. Reconocido como dramaturgo, Loza, sin embargo, aborda sus films de manera muy visual e incluso muy lacónica. Por el contrario, Piñeiro abreva en las comedias de Shakespeare para un proyecto del cual Viola es apenas una de sus partes y en el que la contemporaneidad de los jóvenes del Buenos Aires de hoy puede llegar a expresarse –¿por qué no?– a través de la belleza de la poesía isabelina.
Esos modos libres de creación y producción llaman mucho la atención aquí en Grecia, donde sus cineastas recién ahora están comenzando a liberarse no sólo del lastre estético del academicismo sino también de las burocráticas ayudas oficiales, que con la crisis económica que sigue ahogando al país se han vuelto casi inexistentes. Por poner un ejemplo, la cadena pública nacional de radio y televisión, EPT, fue hasta el año pasado uno de los auspiciantes principales del festival, pero en junio pasado, cediendo a las exigencias de austeridad de la banca europea, principal acreedora del país, fue cerrada por el gobierno de un día para el otro, dejando a casi 3 mil trabajadores en la calle. En camino desde el aeropuerto, el edificio de la sede de EPT luce tristemente clausurado y envuelto en unas pancartas raídas que expresan los últimos gritos de reclamo de sus trabajadores, antes de ser desalojados. Pero en plena plaza Aristóteles, frente al complejo Olympion, sede central del festival, se alza una carpa levantada por los despedidos que funciona a la manera de un estudio al aire libre, con entrevistas públicas y una pantalla al viento que sigue propalando la cultura que la conducción económica del país considera un gasto superfluo.
Como señala Eipides en el catálogo, a modo de declaración de principios: son tiempos difíciles, adversos. Y hay que seguir como consigna el título de una de las películas del director francés Alain Giraudie, que tiene una retrospectiva completa aquí en Tesalónica: Pas de repos pour les braves, “no hay descanso para los valientes”.
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