Jueves, 7 de noviembre de 2013 | Hoy
CINE › JOAQUíN FURRIEL PROTAGONIZA UN PARAíSO PARA LOS MALDITOS
En el film de Alejandro Montiel, el actor encarna a Marcial, un sicario que, tras un asesinato, se encuentra frente a una encrucijada en su vida. “La película indaga mucho sobre la posibilidad de conocer una nueva manera de vincularse”, afirma.
Por Oscar Ranzani
¿Qué cambió en la vida de aquel muchacho criado en Adrogué cuando se transformó en un hombre maduro, padre y actor consolidado? No mucho. Al menos, la manera de vivir la vida que tiene Joaquín Furriel permite entender que, si bien eligió una profesión en la que es imposible evitar la exposición, las luces del estrellato no le nublaron los ojos ni su forma de ver eso: la vida. Egresado del Conservatorio de Arte Dramático, Furriel fue uno más de la troupe de Montaña rusa cuando se inició en el mundo de la actuación televisiva, en un medio donde finalmente construyó una trayectoria que ya tiene dos décadas. Este año compartió escenario nuevamente (lo había hecho en Rey Lear) con Alfredo Alcón, quien también dirigió la pieza teatral Final de partida, de Samuel Beckett. Y no cuesta imaginarse que ese inmenso actor fue para Furriel una escuela acelerada en su carrera artística. Desde hoy, suma un hecho importante más: su primer protagónico en el cine. Es que se estrena Un paraíso para los malditos, de Alejandro Montiel. Y tampoco cuesta imaginarse que Furriel está viviendo el momento profesional de mayor plenitud si a todo lo enumerado se le agrega que tiene un nuevo proyecto en la TV. “Es un momento en el que empecé a lograr mi identidad como actor”, asegura Furriel, en diálogo con Página/12. “Siento que no tuve que modificar nada de mis deseos ni de mis ilusiones de cuando era estudiante y por los cuales me vine a la Capital a estudiar. Creo que ese actor que quería ser hoy me identifica”, agrega con la convicción de seguir siendo el mismo.
Furriel reconoce que hacía mucho tiempo que tenía ganas de actuar en cine. “Estaba esperando un guión que me diera muchas ganas de hacerlo”, dice. Y ese guión llegó. Cuando leyó el texto del film de Montiel, le interesó que “había un mundo a crear, como una atmósfera que valía la pena vivir”, cuenta el actor. En Un paraíso para los malditos, compone a Marcial, un sicario silencioso y solitario al que, frente a un hecho que podría ser uno más en su vida oscura, se le presenta una realidad diferente al ver que el hombre que acaba de asesinar tenía un padre, Román (Alejandro Urdapilleta), que padece demencia senil y, desde ese momento, establece un vínculo con ese padre. También se topa con Miriam (Maricel Alvarez), una madre soltera, golpeada y trabajadora que tiene una hija pequeña. Y esa atmósfera intrigante y de suspenso se combina con un aire dramático cuando el protagonista se encuentra frente a una encrucijada en su vida.
Furriel describe así la personalidad de su personaje: “En Marcial está representada la soledad. Es un personaje muy solitario, lleno de violencia. La violencia estaba muy adentro y aparece en diferentes momentos de la película, pero está ahí. Y creo que, en un punto, Marcial es un personaje indescifrable. No lo fue así a la hora de interpretarlo, pero lo interesante del personaje era no opinar mucho sobre qué estaba pensando él. Hay una zona donde Marcial es alguien silencioso, enigmático, solitario, misterioso. Y habla por las acciones que realiza”.
–¿También es un personaje muy oscuro que se propone vivir otra vida?
–Siento que es un personaje que está condenado a la soledad y a la oscuridad, por más que él quiera intentar cierta iluminación. La película indaga mucho sobre la posibilidad de conocer una nueva manera de vincularse. Creo que Marcial nunca supo lo que es ser hijo. Y el encuentro con Román lo invita a ver qué pasa si lo intenta. Pero a la manera de Marcial y con una problemática como la de Román, que es una persona que tiene problemas mentales.
–¿También sus vivencias lo llevan a aprender qué puede ser una familia?
–Exacto. El no tiene nada preestablecido, no tiene herramientas, no conoce eso. Y va a intentar armarlo a su manera. En ese sentido, el film también me interesó porque proponía algo muy novedoso para mí. A veces, uno tiende a simplificar la cuestión diciendo: “Bueno, ser hijo es esto, ser es padre esto y una familia es esto”. Y en el caso de Un paraíso..., los tres personajes son de una inmensa soledad, pero tratan de armar una familia a su manera que es muy propia.
–¿Usted aspira a tener una trayectoria en cine como la que construyó en la TV?
–No me siento todavía un actor de ningún lado. No siento que sea un actor que pertenezca a la televisión, al teatro o ahora de cine porque tuve la posibilidad de hacer dos películas este año, como Un paraíso... y El patrón: radiografía de un crimen, de Sebastián Schindel (aún no estrenada). Pero reconozco que con estas dos experiencias en estos films que hice, desde mis posibilidades voy a seguir pulsando para aprender y comprometerme en la mayor cantidad de películas que pueda porque disfruté mucho. Y me gusta que el cine haya aparecido en este momento. En teatro hice un recorrido con un criterio personal: he elegido los textos que quería, con qué directores y con qué actores estar, mientras que en la televisión he tenido otro tipo de criterios de elección. Y con el cine siento que tengo una elección similar al teatro: no tengo ganas de hacer cualquier película. Tengo ganas de hacer las películas que me gusta hacer.
–¿El cine le ofrece algo en lo actoral que no le ofrece la televisión?
–Creo en los proyectos, no tanto en los formatos. Una película puede resultar fallida por todos lados y un programa puede resultar acertado en todos lados. Lo que más me importa es pasarla bien. Quizá porque tengo una hija o porque estoy por cumplir 40 años, el tiempo empezó a tener un valor importante. Y no tengo ganas de estar dedicando el tiempo a pasarla mal con gente con la que no quiero compartir. Teniendo un gran beneficio, que es la posibilidad de elegir, voy a intentar elegir pasarla bien.
–Al no tener la presión del rating, ¿el cine otorga una mayor libertad interpretativa?
–Si tengo que hablar sobre esto, serán generalidades porque no tengo mucha experiencia en cine. Creo que la calidad siempre va a ser mucho mejor. La televisión son buenas ideas, pero antes de pensar una buena idea se piensa si la publicidad va a acompañar. Es al revés: primero es el negocio y después viene lo artístico, mientras que en una película no. Aunque según qué película, también.
–¿Cómo nota la televisión actual en relación con sus comienzos en Montaña rusa? ¿Cree que hay una mayor apertura temática?
–Cuando egresé del Conservatorio y empecé a hacer mis primeros laburos en la tele, sentía que la televisión era adolescente. La temática era adolescente y la televisión tenía que ver con eso. Era la época del neoliberalismo, una época muy pelotuda donde estaba muy dirigido el entretenimiento pero desde un lugar vacío. Y había algo muy adolescente en todos los programas. En mi caso, a partir de Montecristo en adelante más los unitarios de Pol-ka y algunas tiras que hice (como Soy Gitano), se empezaba a hacer entretenimientos pero también se hablaba de otras cosas. Y hoy la televisión es un espacio mucho más amplio. Y la ficción argentina es un espacio que va a tener mucha reflexión porque, por un lado, en el cable no podés competir con las miniseries norteamericanas porque te destruyen por todos lados. Y, por otro lado, en nuestra ficción hay que hablar de nosotros y no querer imitar las ficciones norteamericanas porque para eso están ellos.
–¿Cómo fue volver a trabajar en el teatro con un maestro de la actuación como Alfredo Alcón en Final de partida?
–Hoy me acordaba de que filmé la película ensayando Final de partida. No podría haber hecho el trabajo que hice con Marcial si no hubiera sido por todo lo que aprendí con Alfredo. El no lo sabe y no le gustaría que esto se lo dedique a él, por su manera de ser. Pero es así. El me enseñó a ganar seguridad como actor en zonas donde me sentía muy inseguro; tiene que ver con una gran síntesis de expresión e invitando al público a que opine sobre uno y no uno estar opinando: “Acá estoy triste, acá estoy enojado, acá hago esto o lo otro”. Respecto de esa cuestión de armar el mayor abanico posible de expresión para que el público pueda mantenerse atento y que lo que uno hace sea atractivo, en Final de partida Alfredo me propuso todo lo contrario: sintetizarlo todo a lo más preciso y a lo más íntimo del trabajo de un actor, para que el espectador se acerque a uno y no uno agarrarlo y avasallarlo. Creo que Marcial tiene mucho que ver en eso, porque Clov, en la puesta de Final de partida, tenía mucho de eso. Y Alfredo hizo un trabajo enorme conmigo porque, primero, me tuvo mucha paciencia. El estaba enamorado de Beckett y yo no podía entrar en ese matrimonio, pero no podía entrar ahí porque no podía abarcarlo. Si bien a la estructura de Beckett la estudié en el Conservatorio y me resulta muy importante e interesante, a la hora de poner el cuerpo como actor me resultaba difícil. Alfredo supo acompañarme y guiarme como director, y después en el escenario como compañero. Final de partida no fue una experiencia actoral: fue algo que está en un espacio de trascendencia. Si uno tiene la posibilidad en la vida de hacer algo que trasciende lo cotidiano, en mi caso fue Final de partida.
–¿Qué puede adelantar de la otra película que filmó este año, El patrón: radiografía de un crimen?
–Es una película de autor. El director Sebastián Schindel estuvo trabajando durante mucho tiempo para que se pudiera hacer. Es una película cruda, hiperrealista. Y es una historia que habla de la esclavitud contemporánea y también de la tensión que se vive en los vínculos de los trabajos informales entre el patrón y su empleado.
–Su personaje es un carnicero que busca vengarse de la explotación laboral, ¿no?
–No vi todavía la película en su armado, pero por lo que filmé y por lo que leí en el guión es un policial de suspenso, en el sentido de que se muestra todo el caso judicial que hubo en el ’85 con respecto a este hecho que fue verídico. Y la película intenta demostrar que la explotación es una manera de violencia. Y en este caso, esa violencia fue correspondida.
–En televisión, está con el proyecto de Los papis que emitirá próximamente Telefe. ¿Cómo es la historia y qué personaje va a encarnar?
–Son cuatro padres y el programa cuenta, en tono de comedia dramática, las diferentes maneras de vincularse que tiene la paternidad. Están el casado, el viudo, el separado y el tipo que nunca formó una familia, que se dedicó a él, como un Don Juan al que, de un día para el otro, le cae un hijo de 5 años de una mujer de la noche con la que estuvo. Y va a tener que aprender a ser padre. Ese es el personaje que hago yo.
–Hace varios años que no asiste a la entrega de los Martín Fierro. ¿Cuál es su postura frente a los premios?
–Está bien que existan. Me parece que las ceremonias son importantes, son rituales. Y el hecho de no haber participado en los últimos años fue porque, a veces, tengo otras prioridades en el momento. Hay que tener ganas de ir a una ceremonia, con todo lo que significa. Por ejemplo, este año estaba filmando El patrón y me significaba descansar menos para mi jornada de filmación del día siguiente. Y en ese momento la ceremonia importante era El patrón y no la de los Martín Fierro. Después, cada año me reafirma que si los Martín Fierro van a ser una ceremonia para bajar una línea, que me digan qué línea van a bajar a ver si quiero pertenecer a esa ceremonia o no. Siento que hace un tiempo dejaron de ser premios donde la comunidad artística se interesa para ir. Y, a veces, no termino de entender qué es lo que se premia. Pero bueno, está bien que existan. Y ojalá, después de las siete veces que estuve nominado, alguna vez me lo den. Me gustaría tener un Martín Fierro en mi casa.
–Al rótulo de galán, ¿lo vive como una virtud o como una carga?
–A esta altura, ni de una manera ni de otra. Las novelas que hice como galán me vinieron muy bien en su momento. Creo que el afuera, a veces, necesita nomenclar las cosas. Ya bastante tengo con mis prejuicios como para hacerme cargo de lo que me pongan de afuera. Si porque hice una novela soy galán y si porque hice una obra de teatro soy actor, no me importa mucho. Todo eso no habla de mi trabajo. No trabajo para que digan algo de mí, para que digan qué buen actor soy ni para que digan que soy prestigioso, un galán ni un famoso o popular. No tengo la energía puesta en eso. Por ahora, sin entrar en ninguna de esas convenciones pude hacer un recorrido que me resulta propio.
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