Mar 19.11.2013
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CINE › MAR DEL PLATA > EL FESTIVAL ARRANCó FUERTE CON SUS COMPETENCIAS OFICIALES

Cuando los conflictos son íntimos y sociales

La española La herida y la venezolana Pelo malo, en la Competencia Internacional, ratificaron los elogios recibidos en San Sebastián. Y en la Competencia Argentina sorprendió La utilidad de un revistero, ópera prima de Adriano Salgado.

› Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

Dos grandes triunfadoras de la última edición de San Sebastián aterrizan directamente en la Competencia Internacional de Mar del Plata. Una es la española La herida, ópera prima del sevillano Fernando Franco, ganadora de una merecidísima Concha de Oro a la Mejor Actriz Protagónica, además del Premio Especial del Jurado a la película. La otra, la venezolana Pelo malo, opus tres de la realizadora Mariana Rondón (cuya A la medianoche y media, codirigida con su socia Marité Ugás, ya había girado abundantemente por festivales, hace más de diez años), que se llevó del festival vasco el premio mayor, la Concha de Oro a la Mejor Película. Por otro lado, en la Competencia Argentina se destaca La utilidad de un revistero, primer film como realizador del hasta ahora sonidista Adriano Salgado, uno de esos experimentos cinematográficos extremos que logran no parecerlo. Lo cual representa un gran triunfo cinematográfico.

“La herida trata un tema de interés social que es prácticamente invisible para el ciudadano común”, afirma Fernando Franco en el catálogo oficial del festival. El tema al que se refiere tiene entidad psicológica y se lo llama Trastorno Límite de la Personalidad. Remite a un cuadro autodestructivo que conlleva lesiones físicas y eventualmente el suicidio, afecta sobre todo a los jóvenes y según las estadísticas lo padece un 2 por ciento de la población correspondiente a esa franja etaria. Por si fuera necesaria alguna corroboración, a la salida de la función de prensa una conocida le comentó al cronista que su hija padeció de ese cuadro durante largo tiempo. Ayudado en el guión por Enric Rufas, habitual colaborador del catalán Jaime Rosales (Las horas del día, La soledad), Fernando Franco hace lo que debe hacerse en estos casos. Elige como protagonista a una chica que sufre de ese cuadro y la “saca”, de allí en más, de las camisas de fuerza clínica, sociológica o de muestreo, para tratarla como lo que es: un personaje cinematográfico, que no se define de acuerdo con discursos previos sino por su propia conducta.

Paramédica especializada en pacientes psiquiátricos, Ana (la notable Marian Alvarez, presente en Mar del Plata junto a Franco) pone todo de sí para ayudar al prójimo. No tanto para ayudarse a sí misma. Solitaria y viviendo junto a una madre, que es parte del problema, Ana acosa a su ex novio con llamados en cadena y SMS, eventualmente tan agresivos como su propia conducta: Ana puede ponerse violenta, tanto con los demás como consigo misma. Se practica cortes, se quema con cigarrillos, tiene fantasías suicidas. Filmando siempre desde cierta distancia, manteniendo un estricto control sobre encuadres, iluminación (en clave baja y brumosa), tono (homogéneo y continuo) y montaje, Franco evita todos los riesgos de una clase de asunto que en manos de alguno de esos vendedores de desgracias que andan por ahí habría sido un festival de sordideces, miserabilismos y golpes bajos. La herida es, por el contrario, lo que debe ser: la asordinada odisea de una chica que no puede escapar del círculo en el que está atrapada. Entregada a su papel con tanta honestidad y sinceridad como el propio Franco, Alvarez logra hacer de La herida un film íntimo, doloroso y genuinamente conmovedor. Jamás un show de todo eso.

Historia mínima de un niño –hijo de mujer blanca y padre negro– que quiere alisar su pelo crespo, Pelo malo despertó, tras su presentación en Donostia, todo un escandalete, en el que las autoridades que rigen el cine venezolano llegaron a acusar a la realizadora poco menos que de “traición”, por haber filmado, con dineros del Estado, una fábula antioficialista. Lo cual suena a desmesura, pero no carece de verdad. De hecho, la noche de su triunfo en San Sebastián, Rondón lanzó una filípica en contra del gobierno de su país, al que acusa de intolerante y homófobo. ¿Cómo se unen estos puntos? Mediante una serie de alusiones y elipsis, tan sutiles como coherentes. De nueve años, Junior quiere alisarse el pelo para la foto escolar, poco antes del comienzo del ciclo lectivo. La mamá (notable Samantha Castillo, presente también en Mar del Plata) cree ver en esa pequeña coquetería un indicio de que al chico le gustan más las muñecas que los soldaditos. Lo cual está en sus ojos y, sobre todo, en los de la abuela materna, que en algún momento ofrece a la mamá “comprarle” al nieto, por una suma contante y sonante.

La fuerza del prejuicio la sufre a su turno la propia mamá, agente de vigilancia a la que nadie quieren tomar por ser mujer, y que se ve obligada a “venderse” a un superior para lograrlo (las vidas se venden y se compran aquí, literalmente). El hecho de tratarse de una viuda con serios problemas de supervivencia y dos hijos a su cargo le da una bienvenida complejidad a este mujer siempre al borde del ataque de nervios. Pero no la exime de ejercer sobre su hijo un autoritarismo que parece haber sido leído en la clave correcta. Para más datos, la película asocia (de modo adecuadamente elusivo) la obligada cortadura de pelo de Junior con el voluntario rape de varias personas del común, a las que los noticieros televisivos muestran pasándose la doble cero como homenaje a la quimioterapia presidencial. Una película que funciona como relato infantil y alegoría política no puede ser otra cosa que una muy buena película, y eso es Pelo malo.

Narrar una película de 115 minutos con un único plano fijo puede ser un ejercicio vacuo o un exitoso desafío de puesta en escena. A juicio del cronista, en La utilidad de un revistero Adriano Salgado logra lo segundo. Un único encuadre, sin el más mínimo movimiento de cámara, dentro de un living. En el centro, una mesa. Más atrás un mueble, una puerta (y la entrada a la cocina). Tras casi cinco minutos de plano vacío, primero entra una mujer (la conocida actriz de cine y teatro María Ucedo) y luego otra (la desconocida Yanina Gruden). Ucedo es Ana, escenógrafa teatral, y Gruden es Miranda, aspirante a ocupar el puesto de ayudante. Llueve y hay unas goteras que en algún momento las obligarán a atenderlas, saliendo brevemente de cuadro, y en algún otro momento Miranda irá hasta la cocina a fumarse un porro. Más allá de esas breves interrupciones, La utilidad... consiste básicamente en el largo diálogo entre ambas, que es también un diálogo (no siempre fácil) entre una instruida, moderada artista de clase media y una chica muy poco instruida y de códigos cuasi guachines, pero sumamente creativa.

Que Ana trabaje en teatro no es un acto fallido, sino una referencia cuidadosamente elegida: la de Salgado es la clase de película a la que una mirada superficial “acusaría” de teatral, y que lo que logra en verdad es tener la vividez, la impresión de realidad, la intensidad y el tiempo presente propios del cine, con los recursos que suelen considerarse esenciales al teatro: un único punto de vista, un solo decorado, peso de diálogos y actuaciones (inmejorables Ucedo y Gruden). El de Salgado no es un ejercicio, es una película de pleno hecho y derecho. Una muy graciosa y animada, dicho sea de paso.

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