Jue 21.11.2013
espectaculos

CINE › LA LAGUNA E YVY MARAEY - TIERRA SIN MAL, EN COMPETENCIA INTERNACIONAL

Viajes con choque cultural incluido

En la primera, representante del llamado Nuevo Cine Cordobés, un hombre enfermo es arrastrado a un viaje iniciático. En la muy ambiciosa coproducción boliviano-mexicana Yvy maraey, el director se interna en el más profundo interior de Bolivia.

› Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

En un festival en el que abundan, tanto en formato documental como de ficción, viajes al interior que pueden leerse tanto en sentido literal como de autodescubrimiento, en Competencia Internacional coinciden dos películas que plantean, a partir de ese eje, choques entre la cultura occidental-urbana y la agraria-arcaica. En La laguna, nueva representante de ese fenómeno en plena expansión que es el llamado Nuevo Cine Cordobés, un hombre enfermo es arrastrado, contra su voluntad incluso, a un viaje iniciático, que no sólo por su geografía recuerda el de la reciente La araña vampiro. En la muy ambiciosa coproducción boliviano-mexicana Yvy maraey - Tierra sin mal, un director de cine, queriendo filmar a aborígenes primigenios que ni siquiera sabe si existen, termina haciéndose todas las preguntas posibles, tanto sobre su propia identidad como sobre la relación entre el hombre blanco y los pobladores originarios de América.

Opera prima de los muy jóvenes Luciano Juncos (22 años) y Gastón Bottaro (29), La laguna es un film seco, mínimo, austero. Tanto como el paisaje, que parece el de un western de Budd Boetticher: roca, serranías, agua sólo en las cantimploras. En ese decorado se inscribe la figura de dos hombres. Uno, el guía, es del lugar. Producto del lugar, podría decirse, teniendo en cuenta que su físico enjuto, su aridez emocional y su rechazo por las palabras son casi los de una piedra. Con absoluta justeza de casting, lo interpreta el delgadísimo Gustavo Almada, memorable dealer filosófico de la no menos memorable De caravana. El otro es su contrario exacto, el yang de ese yin. Hombre de ciudad, en su vida montó a caballo, habla de más y alguien le recomendó las aguas de cierta laguna como medio de sanación. Pero ambos andan tres días, suben y bajan entre rocas, comen poco y hablan nada, y la famosa laguna nunca aparece.

Como corresponde, La laguna (que en su primera función marplatense se vio virada al verde, por un problema de compatibilidad entre copia y proyector) pone al espectador en los ojos del forastero, interpretado por el siempre notable Germán de Silva, protagonista de Las acacias. Ambos, protagonista y espectador, deberán toparse con la misma falta de respuestas, ya que según se desprende el secreto no está en las palabras. El problema es que parecería estarlo en algún orden místico, teniendo en cuenta que el guía lleva un rosario al cuello y la virgen “adentro”, según dice en algún momento. Y termina legando al viajero unos talismanes, se supone que salvadores. Con lo cual sí parecería haber respuestas para ese misterio, por lo visto del orden de lo religioso. Más allá de esa reserva de sentido, La laguna es una ópera prima rigurosa, coherente, homogénea y segurísima de qué contar y de cómo hacerlo.

Uno de los realizadores más activos de su país (cuatro películas previas; la más conocida es Jonás y la ballena rosada, 1996), en Yvy maraey el paceño Juan Carlos Valdivia encarna a un personaje que tal vez se parezca a él y tal vez no. Un documental (real) sobre pueblos originarios que un cineasta sueco filmó un siglo atrás en su país lo incita a internarse en el más profundo interior boliviano, para constatar si aún viven allí esos indios de pluma y taparrabos. Pero el cineasta que Valdivia interpreta, lejos de toda ingenuidad, sabe que ver al otro es construir un otro que no es necesariamente el otro. Por lo cual se pondrá en cuestión, hallando, en su larga odisea desde la ciudad hasta la selva, un aliado, un miembro del pueblo guaraní que es tanto o más inteligente que él.

Filmada con un presupuesto que está bien a la vista, Yvy maraey es visualmente deslumbrante. No por los paisajes sino por la técnica de Valdivia, cineasta exquisito, capaz de lanzarse en amplios movimientos de grúa y complejos planos-secuencia. El personaje que interpreta es ilustrado e inteligente hasta la soberbia. Pero ésa es justamente la cuestión: cómo el carácter de dominador del hombre blanco se va invirtiendo, a medida que se interna –como el capitán Willard de Apocalypse Now!– en tierra ajena. “El blanco es ahora el indio”, dice alguien por ahí, en referencia a la inversión de roles que el gobierno actual ha producido en Bolivia. Grandilocuente por momentos y altisonante en otros, Yvy maraey es una película lo suficientemente lúcida como para ponerse a sí misma en cuestión. Y lo hace en gran estilo.

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