Sáb 08.02.2014
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CINE › CELINA MURGA Y BENJAMIN NAISHTAT PELEAN POR EL OSO DE ORO

“Esto demuestra que el cine argentino goza de buena salud”

Ambos directores forman parte de la Competencia Oficial en el festival alemán, ella con La tercera orilla y él con su ópera prima Historia del miedo. “Que haya dos películas argentinas nos nutre a los dos y a todos”, afirman, y admiten que “es difícil no tener expectativas”.

› Por Oscar Ranzani

Ambos estudiaron en la Universidad del Cine (FUC), que dirige el legendario Manuel Antín. Los separan unos pocos años de vida, pero los dos son jóvenes. Ella terminó su cuarta película. El ingresa en el universo del cine con su ópera prima. Celina Murga y Benjamín Naishtat, directores de La tercera orilla e Historia del miedo, respectivamente, son protagonistas de un hecho inédito en los 63 años de existencia de la Berlinale: sus largometrajes marcan el record de dos producciones argentinas en la Competencia Oficial en una misma edición. Y disputarán el Oso de Oro codo a codo con pesos pesado del cine mundial en uno de los festivales más prestigiosos del mundo. El primer film de Naishtat –que también se formó en Le Fresnoy-Studio National des Arts Contemporains de París– tendrá su première mundial mañana en el Berlinale Palast, mientras que tres días después será el turno de la cuarta producción de la cineasta entrerriana, que viene con un plus: La tercera orilla cuenta con producción ejecutiva de Martin Scorsese.

“Es difícil no tener expectativas”, admite Murga en relación con el significado que implica que, por primera vez, un film suyo integra la Competencia Oficial de Berlín (su opus tres, el documental Escuela Normal, había formado parte de la programación de la Sección Forum de la 62ª Berlinale en 2012). “Personalmente, creo que ya estar en la Berlinale y en la Sección Oficial es buenísimo. Y también que sean dos películas argentinas, porque nos nutre a los dos y a todos”, agrega la cineasta. A su lado, Naishtat suelta un “adhiero” y lo argumenta con la felicidad de iniciarse como director por la puerta grande. “Es una alegría inmensa que supera las expectativas que teníamos para la presentación de mi ópera prima. Y el hecho de que sean dos películas está muy bueno porque habla de que el cine argentino goza de buena salud, porque también hay otros dos largometrajes en la Sección Generation (Ciencias Naturales, de Matías Lucchesi, y Atlántida, de Inés María Barrionuevo).

–¿Qué significa competir con pesos pesado del cine mundial como Wes Anderson, Richard Linklater y Alain Resnais, entre otros?

Celina Murga: –Trato de no pensar en eso. Es tal el gasto de energía que intento enfocarla en el trabajo concreto de hacer la película y presentarla. El resto es especulación, en la que prefiero no entrar porque no me aporta nada bueno. En todo caso, puede generarme confusión y no siento que sea importante pensar en eso. Obviamente, está buenísimo porque son tipos que admiro, pero trato de no darle más importancia ni darme importancia por esto.

Benjamín Naishtat: –Me halaga poder mostrar mi trabajo al lado de nombres tan importantes, ya que me pasé la vida yendo al cine a ver las películas de Linklater o Resnais. Pero lo tomo como algo circunstancial. Tampoco empiezo a pensar que me estoy “codeando con”. Está la película en esa sección y punto. Aprovecharé para ver las películas de la competencia porque me provocan curiosidad.

–¿Vive como un doble reconocimiento que haya sido seleccionada su primera película?

B. N.: –Sí. Como decía antes, supera las expectativas que uno puede tener para una ópera prima, y además que una película chica pueda tener una pantalla tan grande es un doble reconocimiento.

–Seguramente recordaron otras óperas primas que debutaron en Berlín como La ciénaga (Lucrecia Martel) y Rompecabezas (Natalia Smirnoff). En ese sentido, ¿cómo analizan el interés que ha despertado el cine joven argentino en los festivales más prestigiosos del mundo en los últimos quince años?

C. M.: –Siento que es una cinematografía que se ha consolidado. Obviamente, en los festivales hay modas. Hay épocas en que está más de moda una cinematografía que otras y que genera más interés que otras. Pero lo que hay que valorar de la nuestra es que siguen pasando los años y es raro que no haya una película argentina en algún festival grande. Me parece que más allá de las modas que existen, esto habla de un cine que se ha consolidado y que yo también valoro por su variedad. Se hacen muchas películas. Si uno analiza otros países de América latina, por poner un coto, no es tan común que haya tantas películas al año y que muchas sean buenas, tengan repercusión y gusten al público, a la crítica o a los festivales. Es positivo.

B. N.: –Eso también habla de una industria. Quiero decir que la industria está gozando de buena salud tanto en calidad como en cantidad. También habla del trabajo de los actores, de los técnicos. Estamos haciendo más de cien películas por año, lo cual es una bestialidad para el tamaño del mercado. Y no solamente es cantidad, sino también calidad porque, como dice Celina, es raro que haya un festival importante sin una o más películas argentinas. Podemos estar orgullosos de la industria. Es un muy buen momento.

–Durante la presentación a la prensa de la delegación argentina que iba a viajar al festival, todos coincidían en que el hecho de estar en Berlín puede ayudar a una proyección internacional de sus respectivas películas. Sin embargo, largometrajes premiados en festivales internacionales–como, por ejemplo, Las acacias en Cannes– no tuvieron buena respuesta del público argentino. ¿Por qué creen que el éxito internacional no garantiza lo mismo en el país de origen de la película?

C. M.: –Supongo que serán públicos diferentes. Me acuerdo de que Manuel Antín siempre decía: “No se puede estar con todos, el público de acá, el de afuera...”. Cada película tiene su público. A mí, más allá de que a un productor los números tienen que cerrarle mínimamente, no me desvela si son diez mil, cincuenta mil, cien mil o tres millones. Me parece que lo que hay que poner en valor o lo que hay que discutir es que todas las películas encuentren un público que les sea afín, más allá del número. Por ahí, hay películas que se han hecho y que con dos mil espectadores están bien. No hay que obsesionarse con el tema de la taquilla. Sin que nadie tenga que perder plata, que es algo normal, es bueno que existan públicos o ventanas para todos esos públicos y para todas esas películas. Me parece que ése tiene que ser el objetivo o el trabajo conjunto de todas las partes.

B. N.: –El cine argentino es una industria subsidiada y va a pérdida en la inmensa mayoría de los casos. ¿Eso está mal? Para mí, no: como industria cultural, está bien que esté subsidiada. Y en muchísimos países pasa lo mismo. Después, como dice Celina, cada película tiene un número de público al que hay que analizar relativamente. No se puede pretender tener los espectadores de un tanque de Hollywood o una superproducción argentino-española con Darín para las películas que estamos presentando nosotros en este caso y, sobre todo, para una ópera prima. Dicho eso, creo que sigue habiendo un inmenso problema con el acceso a las salas. Lo estoy viendo en estos días. En el tema de la distribución hay un embudo, donde los exhibidores muchas veces encuentran meandros para no cumplir la cuota de pantalla. Y también uno llega a esa instancia sin dinero para hacer un lanzamiento que permita una comunicación de la película. Mucha parte del esfuerzo se pierde ahí. El público que puede interesarse no llega a hacerlo.

–¿Creen que un festival de estas dimensiones es un lugar propicio para lograr acuerdos de ventas internacionales?

C. M.: –Sí, Berlín es un festival que tiene un mercado muy grande. Supongo que Cannes también, pero no lo conozco. Es un lugar donde van muchos distribuidores. Y es una vidriera posible.

B. N.: –Berlín y Cannes son los dos mercados más importantes. Y estar en la Competencia Oficial genera que, por lo menos, muchos distribuidores de muchos países quieran ver nuestras películas y considerarlas, porque esa sección ya tiene una proyección.

Un mundo misterioso y terrorífico

No se puede adelantar demasiado de Historia del miedo, excepto que se trata de un film que combina el género de terror con problemáticas sociales. Más precisamente, tiene que ver con las paranoias de una clase social en un country ubicado en las afueras de Buenos Aires. Aunque parezca tomado del momento actual que vive la capital argentina, no lo es: todo sucede en un verano caluroso en una ciudad en la que se producen cortes de luz. De repente, en un barrio privado con un gigantesco parque se desatan la incertidumbre y el caos. Y las personas de ese country comienzan a vivir asustadas. Naishtat escribió el guión durante cinco años. “Y hasta el último día antes de filmar, seguía escribiendo”, confiesa. “Mi punto de partida era que hubiera un fondo muy fuerte de fractura social y también urbana en los espacios en que vivimos las personas. Fui a unos talleres de guión durante años que me sirvieron mucho. Y ahí la película fue encontrando su forma que, básicamente, es una propuesta donde ciertos aspectos de la realidad argentina y, en particular, lo que hace a la paranoia social y de clase, está decodificado como una película de terror, ya que usé muchos elementos de ese género”, agrega el cineasta.

–¿Cree que hay un resurgimiento del cine de género en la Argentina?

B. N.: –Por lo que veo, sí. Hay muchas películas de terror en los festivales de género. Y resurgimiento en la producción, porque acá siempre hubo un público muy fiel y las películas de terror funcionan muy bien.

–Si bien es una película que tiene elementos fantásticos y de terror, también aborda problemas sociales, sobre todo de una clase. ¿Cómo buscó combinarlos?

B. N.: –En la estructura, siempre traté de que la cuestión social fuera un fondo, no una cosa de superficie donde todo esté didácticamente explicado. No hace falta explicar demasiado sobre las fracturas sociales en este país y, en particular, en esta ciudad. Traté siempre de poner eso en el fondo y trabajar los elementos de superficie como elementos de género, raros, que uno se pierda un poco pero que sienta ese fondo social presente.

–¿Cómo fue trabajar con Jonathan Da Rosa, el joven protagonista? Porque él nunca había actuado, excepto su participación como integrante de un grupo de danza en Los posibles, de Santiago Mitre y Juan Onofri Barbato?

B. N.: –De entrada, fue una apuesta fuerte porque, como usted dice, él nunca había actuado en su vida. Hizo la película teniendo nada más que 20 años y es el protagonista. En realidad, fue una idea de María Laura Berch, que hizo el casting. Ella dijo que él tenía que ser el protagonista. Primero le dije que no porque no me animaba a largarme. Pero lo formamos con María Laura durante algunas semanas y el rodaje fue un placer. Si de algo estoy contento, es de su trabajo. Y el placer es muy grande porque viajamos a Berlín con él, que nunca había viajado a ningún lado.

Una discípula brillante

La tercera orilla aborda la historia de Nicolás, un adolescente de 17 años que vive en un pueblo entrerriano. Su padre, Jorge, es un médico influyente de la zona y tiene dos vidas paralelas. Una es la que comparte con su familia oficialmente reconocida. La otra es con una segunda mujer, con la que ha tenido tres hijos, pero a quienes no reconoce socialmente. Nicolás es el mayor de ellos. Pese a esto, su padre quiere que Nicolás sea su sucesor en los negocios y en su profesión. Jorge es un hombre muy autoritario, por eso Nicolás se debate entre seguir su mandato o hacer lo que le dicta su conciencia; y su mente navega entre el miedo y el odio a su padre. La idea del film nació a partir de casos de familias dobles que Murga había escuchado. “Es algo muy común en Entre Ríos”, dice la cineasta. “Empecé a pensar en el tratamiento y a enfocarme mucho en el vínculo de este padre con este hijo. Y a preguntarme un poco cuáles son los conflictos y las tensiones de vivir en esta especie de ‘no lugar’. Al personaje, el padre le demanda un montón de cosas pero, por otro lado, le niega muchas otras. Y a la vez, hay una madre que lo fuerza a ocupar un lugar que no le corresponde. Esta zona de ‘no lugar’ o de no encontrar su lugar es la que transita el personaje”, explica Murga.

La guionista y directora argentina fue becada en 2008 para participar de la Iniciativa Artística Rolex para Mentores & Discípulos, patrocinada por la firma relojera suiza. En la beca había seis mentores de diferentes disciplinas que debían elegir a sus discípulos de un grupo seleccionado por Rolex. “Tuve una entrevista con Scorsese y él me eligió para ser su discípula durante un año. En ese año estuve escribiendo el tratamiento y el guión, y él estaba filmando La isla siniestra”, cuenta Murga, quien presenció casi todo el rodaje del film. “Iba y venía escribiendo el guión. Durante ese proceso, él leía lo que yo iba avanzando y me iba haciendo devoluciones. Charlábamos, porque no es que él me decía: ‘Hacé esto, hacé esto otro’. Eran charlas sobre temas, sobre los personajes o sobre otras películas. Y una de las últimas veces que lo vi, cuando estaba haciendo la mezcla de sonido dentro del marco de la beca, me ofreció ser productor ejecutivo de la película, que básicamente consistió en ayudarnos a conseguir financiamiento”, explica Murga.

–Sus películas tienen protagonistas chicos o jóvenes. ¿Por qué le interesan esas etapas de la vida?

C. M.: –En los personajes de niños o adolescentes veo que hay un doble rol. Por un lado, son protagonistas, pero, a la vez, son un espejo de un mundo que los rodea que tiene generalmente reglas muy pautadas que no tienen que ver con sus decisiones. Es justamente el mundo de los adultos, que son quienes deciden por ellos. En el caso de Nicolás, está como en un momento bisagra: la película cuenta el momento en el que está por decidir por él y por nadie más. Son personajes ricos porque me dan la posibilidad de hablar del mundo adulto, pero reflejado a través de una mirada que, de alguna manera, lo puede cuestionar.

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