CINE › EL DIRECTOR DANéS PRESENTó NYMPHOMANIAC, SU úLTIMA PELíCULA
› Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
Y Lars von Trier lo hizo de nuevo. Como si su episodio en Cannes 2011, que le valió la expulsión del festival francés, no hubiera sido suficiente (cuando lanzó la supuesta boutade de que “comprendía” a Hitler), el director danés volvió ayer a dar la nota, aunque no exactamente la cara. Presente en la Berlinale para acompañar el lanzamiento de su nueva película, Nymphomaniac (de la cual el festival pasó ayer la primera de sus dos partes, en la versión original sin cortes), Von Trier posó para los fotógrafos junto a parte del elenco de la película y lo hizo con una remera con el ostensible logo del Festival de Cannes, debajo del cual se leía claramente “persona non grata”. Pero llegado el momento de la conferencia de prensa (atestada y caótica como nunca), hizo mutis por el foro, dejando a sus actores –Shia LaBeouf, Christian Slater, Stacy Martin, Stellan Skarsgard y Uma Thurman– la difícil tarea de defender no sólo la película, sino también al director.
Y no lo hicieron demasiado bien, tampoco: LaBeouf (conocido por el público como el protagonista de la saga Transformers) se retiró del escenario después de responder a la primera pregunta, referida a por qué había aceptado hacer una película de fuerte contenido sexual: “Cuando las gaviotas siguen al barco, es porque piensan que éste lanzará sardinas al mar”, declaró enigmáticamente antes de levantarse airadamente de la mesa. Una mesa a la que también faltó la protagonista de la película, la actriz francesa Charlotte Gainsbourg.
¿Y la película? En primer lugar, debe decirse que, según el propio Von Trier, viene a cerrar la llamada “trilogía de la depresión”, que integran Anticristo (2009) y Melancholia (2011). Y es definitivamente depresivo el relato que estructura el film, la infinidad de tristes historias sexuales que –como una Sherezade actual– cuenta una mujer golpeada (Gainsbourg) a su circunstancial salvador (Skarsgard), a quien le confiesa inmediatamente su condición de ninfomaníaca. A partir de allí, toma la posta Stacey Martin como el mismo personaje en su juventud, encarnando todas sus primeras experiencias sexuales –en trenes, bares, hospitales, oficinas– que el film describe no sólo con toda la crudeza que prometía esta versión de casi dos horas y media sin cortes (con 21 minutos más de la que ya se estrenó en buena parte de Europa), sino también con una desolación infinita. No hay gozo, alegría, éxtasis, libertad ni pasión en el sexo que propone Nymphomaniac, sino más bien todo lo contrario: una suerte de padecimiento, de vía crucis, o, en el mejor de los casos, un juego no demasiado divertido sino más bien de un cinismo cruel.
Salvo una excelente escena de comedia en la que participa una irreconocible Uma Thurman, la solemnidad vuelve a ser la marca de agua de Von Trier, siempre tan proclive a la pompa y la circunstancia, como en el clímax del film, cuando compara –en pantalla dividida– a tres amantes de la protagonista con la polifonía de una obra para órgano de Bach, un momento que quiere ser revelador y termina siendo inexorablemente cursi.
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