CINE › “LA SAL DE LA VIDA”, DIRIGIDA POR TASSOS BOULMETIS
La fábula del cocinero griego
Por Horacio Bernades
Desde que Cinema Paradiso conquistó los corazones (y las lágrimas) de medio planeta, buena parte del cine global multiplicó historias protagonizadas por chicos sensibles y abuelos (reales o adoptivos) que realmente saben lo que es la vida. Si se trueca Sicilia por Estambul y Atenas, se reemplaza el cine por la cocina (¿Cinema Paradiso por Como agua para chocolate?) y se modera un poco el ataque a los lacrimales, lo que se obtiene es La sal de la vida, considerable éxito en Grecia y otras partes del mundo, que llega a la Argentina con un par de años de retraso. Construida tan en base a recetas como las que el abuelo le transmite al protagonista, el platillo puede digerirse con relativo agrado durante poco más de una hora, pero en el último tercio se pone rancio.
“La palabra gastronomía esconde otra: astronomía”, instruye el abuelo Vassilis al pequeño Fanis, decidiendo en ese instante los dos destinos del niño. Recluido en su habitación con su pequeña cocinita de juguete, Fanis deberá sortear las acusaciones de mariconería por parte del padre, para terminar preparando un shib kebab que es para chuparse los dedos. Son los últimos años ’50, momento hasta el cual se estira el recuerdo del Fanis adulto y astrónomo (George Corraface, que alguna vez supo ser un marmóreo Cristóbal Colón), en busca de recordar al abuelo enfermo. Cómo hace éste para alargar su vida hasta comienzos del siglo XXI, cuando en el recuerdo del niño (ahora cincuentón) es ya un señor de alrededor de 60 años, es un secreto que algún sucedáneo helénico de García Márquez tal vez sepa responder. Sucedáneo de Giuseppe Tornatore, seguro, ya que La sal de la vida (Politiki Kouzina, en el original) cumple con ese otro precepto del cine post Cinema Paradiso, que es el del recuerdo en off. Modo de tender, entre narrador y espectador, el puente hacia un pasado siempre anhelado.
La memoria de Fanis viaja de fines de los ’50 a mediados de los ’60, de Estambul a Atenas y de la deportación hasta el golpe de los coroneles, deteniéndose en la descripción de una familia que de tan griega parece italiana. Producción costosa, solventada por la sucursal griega de la cadena Village, La sal de la vida exhibe una muy cuidada fotografía, no poca digitalización y algún movimiento de cámara tan ostentoso como vacuo. Nunca más allá de lo epidérmico, la cosa se sigue con cierto agrado hasta que en la última media hora una mortífera combinación de estiramiento, solemnidad, pesadez y frases para la historia dan por tierra con ella. Ni siquiera ese monumento al kitsch cinematográfico que es la última escena (cebollas que cumplen las veces de planetas bailan una danza astronómica en ralenti, en el altillo del abuelo) logra rescatarla de allí.
5-LA SAL DE LA VIDA
(Politiki Kouzina) Grecia, 2003.
Dirección y guión: Tassos Boulmetis.
Intérpretes: George Corraface, Ieroklis Michaelidis, Renia Louizidou, Stelios Mainas, Tamer Karadagli, Basak Köklükaya y Tassos Bandis.