CINE › NICOLáS SAVIGNONE HABLA DE SU PELíCULA LOS DESECHABLES, QUE SE ESTRENA MAñANA
El director y psiquiatra señala que en su primera ficción, estructurada en tres episodios, procuró tensionar los límites entre el lenguaje teatral y el cinematográfico. En lo temático, dice, indagó en la búsqueda de sentido de personajes de treinta y pico.
› Por Ezequiel Boetti
Primer acto: un hombre se despierta después de un sueño reparador. Lo mismo que todas las mañanas, si no fuera porque la figura de una mujer irrumpe a su lado: él no sabe, o al menos dice no saber, que ella estaba allí. Segundo acto: otro hombre cuchichea con una chica sub-20 en la cama. El diálogo es inequívoco: ella lo quiere a él mucho más que él a ella. La madre parece saberlo todo y está dispuesta a revertirlo, más allá de lo escasamente convencional del método a aplicar. Tercer acto: el último integrante del terceto recibe los retos de su mujer actriz. Se entiende el nerviosismo: la directora y el productor de su próximo proyecto actoral están al caer y él no parece tener una fuente de ingresos del todo clara. Primera incursión del cineasta y psiquiatra Nicolás Savignone en la ficción pura después de su debut con el interesante documental Hospital de día, Los desechables está estructurada en tres episodios cuya aparente autonomía terminará de ser refutada en el desenlace, cuando el trío protagónico concluya su derrotero en un espacio geográfico común. ¿Qué ocurrirá allí? La respuesta habrá que buscarla desde mañana, cuando el film tenga su estreno comercial en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635), Arte Cinema (Salta 1620) y Cine Cosmos - UBA (Corrientes 2046).
Nacida en el marco de un taller de un entrenamiento para actores y dramaturgos de Andrea Garrote, Los desechables fue producto de una larguísima serie de ensayos, siempre con el director y los actores dispuestos a retroalimentarse y hacer de la historia una actividad mancomunada. “Empezamos a crear y ver la potencialidad del dispositivo dramático y a partir de ahí se generaron las ganas de hablar acerca de estos personajes. Entrenamos durante un año y medio hasta que estuvimos contentos con lo que teníamos y recién entonces salimos a filmar. Y cuando lo hicimos respetamos la posibilidad de improvisar de los actores. Creo que la película conserva gran parte del espíritu lúdico de lo azaroso de un actor proponiendo algo totalmente distinto a lo que uno esperaba”, afirma Savignone antes de explicar cómo ese apego a la improvisación debía traducirse en el aspecto formal. “Si yo propongo un dispositivo de actuación de esas características, no puedo hacer un trabajo de cámara prolijo y pautado, es imposible. Entonces filmamos con cámaras que estén siempre atentas, buscando, tratando de seguir a los actores cuando se van de cuadro. En el espíritu de la película estaba la idea de que ellas llegaran uno o dos segundos tarde”, asegura.
–Por lo que cuenta, la película tiene un origen teatral. ¿Cómo pensó el traspaso al lenguaje cinematográfico?
–Yo doy clases en la Universidad del Cine y también de Artes Dramáticas en el IUNA, así que convivo todo el tiempo con ambos lenguajes. Eso me hace también pensarlos continuamente. Además investigué en varios trabajos acerca de la hibridación de lenguajes, por lo que mi inquietud principal es trabajar sobre esa frontera en la que los límites entre ambos dejan de ser tan claros. Por momentos hay una puesta teatral, pero después aparece un elemento cinematográfico como una cámara para registrar lo que sucede. Igual, siempre pensé Los desechables en términos cinematográficos porque nunca monté teatro. Hicimos una pequeña escena que al final se incluyó en la película, pero nunca dirigí una obra.
–La incomodidad por las situaciones de los personajes atraviesa toda la película. ¿Pensó esa incomodidad como uno de los ejes del relato?
–La incomodidad se genera sobre todo por la búsqueda personal de estos personajes, que están en su mayoría perdidos y procurando rearmarse después de una adolescencia tardía o un derrumbe. Ellos toman eso y lo llevan al límite. Por momentos causa gracia, pero al rato uno se da cuenta de que se habla de temas incómodos. La película les da la posibilidad de hablar de cuestiones incómodas desde un lenguaje real y posible.
–La gacetilla habla de “una comedia crítica donde la única libertad posible parece ser la de elegir a los amos”. ¿A qué se refiere con eso?
–Esa frase deviene de la lógica de encierro en la que las puertas están abiertas pero los personajes no quieren verlas porque están decididos a quedarse encerrados. Creo que eso juega como metáfora del sistema, donde uno está alienado y, si bien las puertas están abiertas, uno termina quedándose ahí porque es mucho más cómodo.
–En ese sentido, el término “amo” se refleja en una noción de poder que aparece en todos los episodios.
–Sí, hay un juego de poder por el que ellos juegan sus cartas a todo o nada. Eso hace posible que cada personaje tenga su peso propio y una motivación concreta por la que luchar que hace que el conflicto se vuelva dinámico. La película extrema eso a través de esta discusión entre lo teatral y cinematográfico. En ese sentido, creo que la forma de la película me permitía investigar este tema.
–Usted habla de personajes que eligen estar encerrados. ¿Qué relación hay entre las conflictividades de ellos y su oficio de psiquiatra?
–Creo que ahí se ponen en juego todas mis preguntas. Yo tengo 38 años y viví mis primeros años de juventud en los ’90, cuando los ideales de consumo estaban en pleno desarrollo y muchos se comieron el verso de que todos podíamos ser gerentes. La película trabaja sobre esas personas que a los treinta y pico se dan cuenta de que no es así. A partir de esta edad empiezan a cuestionarse el sentido de lo que hacen. Me gustaba ver cómo la fantasía termina condicionando la realidad y cómo esas ideas que se dicen vagamente inciden sobre lo real. Son personajes conflictuados y neuróticos a los que seguramente les imprimí, consciente o inconscientemente, marcas de mi bagaje.
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