CINE › SE PROYECTó BAAL, 45 AñOS DESPUéS DE SU REALIZACIóN
Se trata de la adaptación para la televisión que, en 1969, Volker Schlöndorff hizo de la primera pieza teatral de Bertolt Brecht, protagonizada nada menos que por Rainer Werner Fassbinder. Un exponente notable de una gran época para el cine alemán.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
Como corresponde, hay mucho cine alemán diseminado por todas las secciones de la Berlinale, empezando por la competencia oficial, donde concursan por el Oso de Oro nada menos que cuatro películas, que quizá sean demasiadas, considerando lo que tienen para ofrecer. Pero el auténtico acontecimiento no sólo para el cine local sino también para la cinefilia internacional fue el “estreno” en pantalla grande, 45 años después de su realización, de Baal, la adaptación para la televisión que, en 1969, Volker Schlöndorff hizo de la primera pieza teatral de Bertolt Brecht, protagonizada nada menos que por Rainer Werner Fassbinder.
Film maldito y legendario como pocos, mencionado infinidad de veces pero prácticamente invisible hasta ahora, el Baal de Schlöndorff y Fassbinder –-porque es tanto de su protagonista como de su director– tuvo una única emisión en la televisión de la entonces Alemania Occidental, en 1970. El problema fue que la viuda de Brecht, Helene Weigel, rechazó la versión por considerar que no se ajustaba a la obra original y prohibió –primero ella y luego sus herederos– toda posterior difusión pública de la película. Después de larguísimas y arduas gestiones, que involucraron a la Fundación Fassbinder y a su presidenta Juliane Lorenz (controvertida guardiana de la memoria del director, un poco a la manera de María Kodama con la obra de Borges), el film finalmente volvió a ver la luz pública en esta edición número 64 del Festival de Berlín, con Schlöndorff y parte de su elenco presentando la película por primera vez, entre ellos Hanna Schygulla y Margarethe von Trotta, por entonces todavía actriz antes de convertirse también ella en directora (y en la mujer de Schlöndorff).
¿Qué hace tan especial este Baal, además de la concatenación de nombres famosos? En primer lugar, se trata de un film tan potente, tan libre y tan vivo como los que hacía el llamado Nuevo Cine Alemán nacido a fines de los años ’60. Y como casi ninguno de los que luego (antes ya había hecho el estupendo Nido de escorpiones) hizo el director de El tambor, que con los años se fue poniendo cada vez más académico. La vibrante cámara en mano del fotógrafo Dietrich Lohmann (con la increíble textura del material 16mm color de la época), los dinámicos planos-secuencia en los que se divide la estructura dramática y el carácter de balada popular que destila todo el film lo hacen ciertamente extraordinario.
Pero si hay un mérito evidente en la adaptación de Schlöndorff es el de haber comprendido que el Baal que imaginó el joven Brecht en 1918, a sus 20 años, en los albores de la República de Weimar, no podía ser otro en ese post-Mayo del ’68 que el mismísimo Fassbinder. Si el personaje de Brecht era un poeta bebedor y disoluto, un antihéroe que rechaza todas las convenciones y lisonjas de la sociedad burguesa, ¿quién mejor que Fassbinder, que a los 24 años ya lideraba su furiosa compañía Anti-Theater y que en ese mismo 1969 estaba a punto de filmar, también él, su primer y polémico largometraje, El amor es más frío que la muerte?
Fassbinder es no sólo el protagonista, sino también la oscura deidad, el sol negro que ilumina toda la película: casi no hay un solo plano en el que no esté presente, desde su desdén inicial en una ridícula vernissage que unos trajeados diletantes organizan en su honor hasta sus permanentes grescas en tabernas y estaciones de servicio, que culminan con Baal completamente borracho, apuñalando a su mejor amigo, en la disputa por una mujer. Porque el Baal de Schlöndorff y Fassbinder es, como quería Brecht, un anarquista que no termina de encontrar su lugar en el mundo, ni siquiera en los ambientes proletarios que reconoce como propios. Su única moral es su poesía, así como la única moral de Fassbinder fue su cine.
En este sentido, Baal puede leerse ahora –parafraseando a Dylan Thomas– como el “retrato del artista cachorro”, un film de ficción, inspirado claramente en la obra de Brecht (tanto que incluso incluye las canciones de la pieza original, convertidas en baladas folk por el músico Klaus Doldinger), pero que no deja de ser el documental más preciso que pudiera haberse hecho por esa época sobre Fassbinder y su troupe. Además de Schygulla, allí aparecen también muchos de los colaboradores –Irm Hermann, Peer Raben, Carla Aulaulu– que lo acompañaron a lo largo de las 40 películas que Fassbinder hizo en apenas 15 años de trabajo, hasta su muerte en 1982, a los 37 años.
Y a su manera, el Baal de Schlöndorff se revela ahora como tristemente visionario. Tal como murió Fassbinder –joven, desclasado, consumido por su propio fuego interior–, así muere el Baal de Brecht, una figura trágica que, se descubre hoy gracias a esta película fuera de serie, prefiguró la muerte del último gran poeta negro del cine. “Hay que liberar a la bestia, dejarla salir a la luz”, dice el implacable Baal de Brecht. Pero quien proclama esas líneas desde la pantalla, como interpelando al blando tiempo presente, no es otro que Rainer Werner Fassbinder.
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