Martes, 18 de febrero de 2014 | Hoy
CINE › UN “FENóMENO” QUE YA TIENE UN LUSTRO Y SUMA GALARDONES
El premio obtenido en la Berlinale por Ciencias naturales, de Matías Lucchesi, confirma el gran momento del cine mediterráneo y abre las puertas a un año en el que habrá más estrenos. Y todo está relacionado con una cinefilia siempre vigente en la capital provincial.
Por Horacio Bernades
El galardón obtenido en la Berlinale el fin de semana pasado por Ciencias naturales, ópera prima del realizador cordobés Matías Lucchesi (primer premio de la sección Generation Kplus, dedicada a temáticas juveniles), no hace más que confirmar y reimpulsar el irresistible ascenso del cine cordobés durante el último lustro. Fue en ocasión de la presentación en sociedad de De caravana (Festival de Mar del Plata, noviembre 2010) que se empezó a hablar de “nuevo cine cordobés”. Del “fenómeno del nuevo cine cordobés”, incluso. Lo cual sonaba a un verdadero globo aerostático, teniendo en cuenta que la energizante película de Rosendo Ruiz (que ni siquiera es cordobés, sino sanjuanino) era, en tal caso y hasta ese momento, la primera representante de ese presunto fenómeno.
Pero De caravana no era la primera. El año anterior, en el Bafici se había visto Criada, excelente documental del mismo origen, dirigido por Matías Herrera Córdoba, y al año siguiente, en el mismo festival se proyectaría Yatasto, otro documental de llamativo rigor y coherencia. Está bien que el director de este último tampoco es cordobés sino catalán, pero el hecho es que la película se filmó en Córdoba, con producción enteramente provinciana. Casi al mismo tiempo se estrenaron El invierno de los raros e Hipólito, algo despareja la primera, algo académica la segunda. Pero empezaba a registrarse un fenómeno de cantidad, no sólo de calidad. Y de variedad.
En el Bafici 2012 pudieron verse Salsipuedes, expansión de una versión más breve, presentada meses antes en Cannes, y la magnífica (lamentablemente muy poco vista) El espacio entre los dos. Más cerca en el tiempo, el último Mar del Plata escanció una película cordobesa en cada competencia oficial: La laguna, en la internacional; El grillo, en la latinoamericana, y el documental Escuela de sordos, en la argentina. Las frutillas en el postre son Tres D, opus 2 de Rosendo Ruiz –que en enero tuvo su estreno internacional en la sección Bright Future del Festival de Rotterdam– y el doblete, en la última Berlinale, de la mencionada Ciencias naturales junto a Atlántida, de Inés Barrionuevo.
Lo que había en Córdoba, hasta la emergencia de Criada, era un puñado de realizadores principiantes. Pero no un cine cordobés. En los ’90, de la Escuela de Cine de la Universidad Nacional de Córdoba surgió gente como Santiago Loza, más tarde uno de los realizadores más personales del Nuevo Cine Argentino a secas, con películas como Extraño, Los labios y La paz, que se estrenará este jueves. O su compañera de estudios Liliana Paolinelli, que en cualquier momento estrena su tercer largo, Amar es bendito. O Paula Markovitch, cuya única y magnífica película, El premio (por algún misterio, jamás estrenada en la Argentina), es de origen mexicano. Incluso, faltaba más, Israel Adrián Caetano, quien filmó en Córdoba toda su producción cortometrajística previa a Pizza, birra, faso. Y que nunca estudió en la UNC, valga la aclaración.
El tema es que toda esta “generación del ’90” emigró antes del fin de la década, sin haber llegado al largo. Loza, Paolinelli y Caetano marcharon a Buenos Aires. Markovitch, como queda dicho, a México. Y en Córdoba no quedó nadie. O sí, quedaron, pero como células dormidas, que recién diez años más tarde comenzarían a estallar. No sólo porque la Escuela de Cine de la UNC siguió matriculando futuros cineastas, sino porque éstos también se formaron viendo cine, a cuatro ojos. Si hay una peculiaridad en el “fenómeno” del cine cordobés es el peso que los cineclubes tuvieron y siguen teniendo. Hay una cantidad enorme de cineclubes en Córdoba, que cumplen una función semejante a la que cupo durante décadas a la sala Lugones, y más tarde al Bafici: difundir la clase de cine que tiene vedado el ingreso a las pantallas oficiales. El cineclub La Quimera (“decano” del rubro, con tres décadas de funciones ininterrumpidas), el cineclub Municipal Hugo del Carril, el cineclub Con los Ojos Abiertos, que funciona en el Valle de Punilla y el cineclub Pasión de los Fuertes (¡!) son algunos de ellos. Y después está el Cinéfilo Bar, claro. Pero ésa es una historia aparte.
No hay estadísticas al respecto, pero es bastante improbable que exista en el mundo otro cineclub que funcione, como el Cinéfilo Bar, en las instalaciones de un parripollo. Sentado a una mesa del bar contiguo al mostrador, el espectador puede arremeter con furia sobre un alita crocante mientras ve una de Apichatpong Weerasethakul, por ejemplo. Allí, en el parripollo La Rueda, comenzó a tejerse, desde mediados de la década pasada, un fenómeno distintivamente cordobés: una espesa red de cruces, intercambios y permutaciones entre realizadores, cineclubistas, críticos, videoclubistas y técnicos. ¿Quién era el dueño de ese comedero, que en algún momento tuvo la peregrina idea de abrir un cineclub en el bar, para dar películas iraníes, coreanas y taiwanesas? No otro que Rosendo Ruiz, años más tarde director de De caravana y Tres D.
El Cinéfilo Bar terminó dando lugar a la revista Cinéfilo, a criterio de este cronista la mejor revista de cine que se publica actualmente en la Argentina, sea en el medio que sea (ver recuadro). Si uno de los motores de la cinefilia cordobesa es Rosendo Ruiz, otro es Roger Alan Koza, porteño de origen y uno de los críticos clave de la actualidad. En un despliegue que agota de sólo leerlo, ejerce semanalmente su oficio en el diario La Voz del Interior, es columnista de un programa de radio, creó y conduce uno de televisión (El cinematógrafo), dirige el cineclub Con Los Ojos Abiertos y el seminario de formación cinematográfica El Ojo Soberano, es programador de dos festivales extranjeros (el Ficunam de México y el de Hamburgo), creó y dirige el que muy posiblemente sea el mejor blog de cine en la Argentina (Con los Ojos Abiertos, desde hace un tiempo adosado a la página Otros Cines, www.otroscines.com). Como a Koza eso le parecía poco, empezó a editar libros de cine. El más reciente es Abbas Kiarostami, de Jonathan Rosenbaum y Mehrnaz Saeed-Vafa, publicado en inglés diez años atrás y sin edición en castellano hasta el momento.
Otro que se prodiga es Alejandro Cozza, que supo coconducir con Koza (sí, Koza y Cozza) el programa El cinematógrafo. Cozza es crítico de diario, columnista de radio, coordinador y programador del cineclub Pasión de los Fuertes, colaboró con los guiones de De caravana y Tres D, es dueño del videoclub Séptimo Arte (equivalente del Liberarte porteño en su época de oro, según informes confiables) y además de todo eso acaba de compilar un libro de ensayos sobre nuevo cine cordobés, llamado Diorama (ver recuadro). No hay crítico o cinéfilo cordobés que no haya pasado por Cinéfilo Bar, no esté relacionado con Rosendo Ruiz, no colabore en la revista Cinéfilo o haya escrito algún capítulo de Diorama. Así como todos ellos se formaron leyendo, oyendo, viendo o asistiendo a los cursos de Koza o al cineclub y el videoclub de Cozza.
¿Qué tiene de particular el nuevo cine cordobés? Nada. Salvo alguna contadísima excepción (De caravana, la más localista de todas), cualquiera de las películas mencionadas podrían haberse filmado en cualquier lugar de la Argentina. Y casi todas ellas (otra vez con la excepción de De caravana, y las de Liliana Paolinelli, que trabaja un cruce raro entre costumbrismo, política de género y diversidad sexual) se parecen a las del nuevo cine argentino. Criada, de Matías Herrera Córdoba, trabaja, como tantos films recientes, sobre los estrictos presupuestos del documental de observación (cosa que no sucede en absoluto con El grillo, primer film de ficción del realizador).
Yatasto, del catalán Hermes Paralluelo, tiene, en su delicado juego de acercamiento-distancia con los personajes, algo de El etnógrafo, de Ulises Rossell. El invierno de los raros, de Rodrigo Guerrero, es como una de esas películas corales, que siguen a distintos personajes que indefectiblemente van a cruzarse, en plan algo enrarecido. Los encuadres sistemáticamente cerrados de Salsipuedes, de Mariano Luque, recuerdan a los de El custodio, de Rodrigo Moreno. El espacio entre los dos, de Nadir Medina, es una versión mejorada, casi ideal, de las películas de jóvenes que desfilan todos los años por el Bafici. La laguna, de Luciano Juncos y Gastón Bottaro, es casi intercambiable con La araña vampiro, de Gabriel Medina. Ciencias naturales es un film de iniciación, tratado con el pudor y la sobriedad que suelen caracterizar los mejores ejemplos del nuevo cine argentino. Y así sucesivamente.
Aunque sí hay una diferencia: la modestia. Ninguna película cordobesa aspira a demostrar que su director es un genio o que desborda talento, o que está destinado a dejar una marca indeleble en la historia del cine, como muchas veces sucede con el nuevo cine porteño. Otra diferencia, muy posiblemente relacionada con la anterior, es la tendencia al trabajo conjunto, y la variedad y rotación de funciones, claramente opuestos al individualismo y roles fijos del cine porteño. Mencionada ya la colaboración de Cozza en los guiones de los dos largos de Rosendo Ruiz, debe recordarse que Ruiz es a su vez uno de los editores de Cinéfilo. Los críticos de esta revista Leandro Naranjo y Ramiro Sonzini filmaron un corto muy elogiado (Escuela) y montaron Tres D.
A su vez, Naranjo tiene largo terminado (El último verano), que según se rumora sería de la partida en el próximo Bafici, y Sonzini prepara su ópera prima. Lo mismo que su colega Miguel Peirotti, que además tiene libro publicado hace unos años (Directos al infierno: actores malditos, yonquis varios, casos perdidos). Para terminar con el juego de las diferencias, una no menor es que mientras el nuevo cine argentino alcanzó hace una década su punto más alto, el nuevo cine cordobés parece encaminado hacia él, con las nuevas películas de Ruiz, Herrera Córdoba y Guerrero, sumadas a los prometedores debuts de Juncos & Bottaro, Inés Barrionuevo, Matías Lucchesi y Ada Frontini, cuyo documental Escuela de sordos recibió muchos elogios en el último Mar del Plata. El premio de la Berlinale no hace más que confirmar lo que ya se sospechaba: el 2014 será el año del destape del fernet para el nuevo cine cordobés.
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