Miércoles, 26 de febrero de 2014 | Hoy
CINE › JUAN IGNACIO PROVENDOLA, AUTOR DE HISTORIAS DE VILLA GESELL
El periodista escribió artículos “que no tienen que ver con la agenda mediática” para un periódico geselino. Y más tarde los compiló en un volumen en el que conviven Frondizi, Spinetta, el Che Guevara, Tita Merello y el Almirante Brown.
Por Facundo Gari
Toda ciudad tiene sus historias, pero no toda ciudad tiene quien las cuente, quien las empuje del olvido hacia este lado. La tarea requiere de la fuerza que se cultiva: para que hoy Historias de Villa Gesell (Ediciones Alfonsina) esté en las librerías, Juan Ignacio Provéndola arrancó su entrenamiento de pibe, haciendo repiquetear las letras de una vieja máquina de escribir en alguna oficina trasera; luego comentando partidos de fútbol en una radio de la costa atlántica; y apenas más tarde redactando columnas de rock en el periódico local El Fundador. Tuvo que pasar por varias redacciones (entre ellas, la de Página/12), contar una guerra en Medio Oriente, hacer crónicas de sus viajes de la India a Nepal e investigar casos de doping deportivo, faena que le valió el Premio Latinoamericano de Periodismo sobre Drogas. Necesitó ir de Gesell a la ciudad de Buenos Aires y, cada vez más, buscarse excusas para regresar: sus padres, sus amigos, alguna novia, hasta el trabajo. Entonces ofreció a El Fundador una serie de artículos y la fue publicando durante 2012. El grueso de su primer libro es una selección de esas “notas para leer en el baño, que no tienen que ver con la agenda mediática”, según detalla el periodista, además fundador y director del portal www.pulsogeselino.com.ar, del que tomó otro puñado de relatos.
Toda ciudad tiene sus historias, pero las treinta que el autor rescata aquí connotan a Villa Gesell como un sitio especial para que ocurra lo imposible: el almirante Guillermo Brown de acampe costero, un joven Che Guevara vislumbrando el mar sobre la moto con la que recorrerá América latina, una Tita Merello retirada de los escenarios en arrebato espiritual, Arturo Frondizi con boina y ojotas arribando a pie desde Ostende, Luis Alberto Spinetta como figura de una película sobre la Calle 3 y Gastón Gonçalvez, bajista de Los Pericos, escondido junto a su madre durante la última dictadura cívico-militar. No sólo de figuras y fenómenos importados de otros lares versa el anecdotario, sino de algunos bien arenosos, como el Faro Querandí, los panqueques de Carlitos y el andar de Willy Crook entre vecinos que poco lo junan. “Gesell tiene algo particular con respecto a su capacidad de congregar historias. Al leer el índice del libro te das cuenta. Creo que tiene que ver con la informalidad que tuvo desde sus orígenes, que fue la que la hizo destacarse de otras ciudades balnearias. Muchas de las historias del libro son casuales, pero tantas casualidades llaman la atención”, alerta Provéndola.
–Historias... arranca bien atrás, en la época de la independencia, lejos del cliché del retrato de ciudad balnearia.
–De Gesell siempre se habla desde 1930, cuando llegó Carlos Gesell, quien compró estas arenas. La Gesell turística arrancó en el ’60 a nivel masivo. Pero fui más atrás porque me obsesionaba el tema. Se sabe que los querandíes hacían excursiones con sus caballos hacia el mar, ése es el dato más antiguo sobre vida humana que tiene la región. Antes de las empresas de turismo social, la zona de playas era despreciada porque no servía para explotación agrícola ni ganadera. El turismo balneario no existía en el siglo XIX, era una costumbre de la aristocracia francesa. Entonces encontré un material que habla de un acampe del almirante Brown justo donde ahora está la ciudad. Me pareció una punta piola para hablar sobre cómo fue desarrollándose la provincia de Buenos Aires en el siglo XIX.
–Es sobresaliente en el libro el trabajo de archivo. No todas las ciudades tienen instituciones de registro histórico. ¿Gesell sí?
–Sí, allá hay un Museo y Archivo Histórico, que funciona en lo que fue el hogar del viejo Gesell y que se caracteriza por ser una casa con cuatro puertas, una de cada lado, porque estaba en el medio de la playa y él corría riesgo de quedarse encerrado, si el viento le tapaba con arena una única salida. Ahora la casa está rodeada por un pinar alucinante. Me interné ahí. Siempre fui bicho de archivos, de bibliotecas y hemerotecas. Me encanta el trabajo de investigación y acopio de información. Armé además mi propio archivo: siempre tengo anotaciones, folletos y recortes de diarios y revistas. Y finalmente hubo que parar la oreja, escuchar historias. Fue un laburo de años, sin pensar que la finalidad sería un libro. Y es el periodismo que me gusta: artesanal, lejos de las gacetillas, en contacto con la gente.
–En esta clase de libros “localistas” se distingue más el factor humano como motor de la historia, lejos de los próceres de mármol y de las epopeyas espontáneas, ¿no cree?
–Tal cual. Por ejemplo, el rol social de la vida comunitaria se pierde en las grandes ciudades. Pienso en las actividades que los vecinos hacen por fuera de su actividad para morfar. En Gesell, esas movidas le dan vida a la temporada baja, porque el que no es de allá conoce sólo el quilombo de la playa en verano. Después bajan el sol y las persianas: “Nos vemos en diciembre”. En Pulso Geselino también trato de destacar a la gente que construye la identidad de la ciudad cotidianamente, la que el turista no ve. Más allá, Villa Gesell también tiene una historia oficial, un libro que el propio Gesell le pagó a Omar Masor, un tipo paradigma del éxito desde la creatividad. Masor llegó sin nada a los 20 años y armó un semanario con el que conquistó al viejo Gesell, que le encargó una especie de biografía. Ese libro es un relato epopéyico de un prócer que armó su ciudad soñada. Y así parece un tipo que no se tiraba pedos ni maltrataba a los hijos. Por eso cuento en un relato muy crudo la historia de sus dos esposas. Busqué correrme de los relatos consagrados y meterme en los pliegues.
–En una entrevista a propósito de la novela Cámara Gesell, Guillermo Saccomanno dijo de la ciudad que tenía un “arsenal de historias”. Usted lo confirma.
–Es loco lo que pasa acá. No tengo una respuesta clara. Pero lo de Saccomanno fue grosso: acá lo criticaron mucho por ese libro. Yo lo banco a grito pelado. En los lugares chicos, la gente habla mucho del vecino. El rumor y el chisme están a la orden del día. Todos espían al otro, pero no les gusta ser espiados. Y más de uno se sintió tocado por esa novela. Gesell es una ciudad que tiene sus contradicciones. Por eso, aunque la mayoría de las historias de mi libro sean de playa, sol y celebridades, termino con la historia de Agostina Sorich, una nena que desapareció y cuyo expediente judicial es un bochorno. No es casual que haya metido esa piña al mentón como cierre: conocer una identidad también implica meter las manos en el barro.
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