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Jueves, 20 de julio de 2006

CINE › CLAUDE CHABROL HABLA DE SU NUEVO FILM Y DE ISABELLE HUPPERT

“Me gusta que la mujer gane”

El director de La ceremonia y Gracias por el chocolate se une por séptima vez con su actriz-fetiche y entrega una radiografía impiadosa y de un humor acre sobre la embriaguez que produce el poder.

 Por Luciano Monteagudo

Reconocido sibarita, Claude Chabrol parece sentirse muy a gusto en el histórico Hotel Adlon, frente a la Puerta de Brandenburgo, en pleno corazón de Berlín. Ocupa uno de los salones del primer piso como si estuviera en su casa: prácticamente le faltan las pantuflas. Vestido de entrecasa, luce divertido ante la posibilidad de charlar de su nueva película con un puñado de periodistas de nacionalidades tan disímiles como pueden ser un brasileño, un sueco, una japonesa y un argentino. Son esas curiosas circunstancias que sólo se dan en el marco de un festival. En febrero pasado, la Berlinale programó en la competencia oficial La comedia del poder –que hoy se estrena en Argentina– y se convirtió en uno de sus picos más altos, entre otros motivos por el magnífico trabajo de Isabelle Huppert, en su séptimo protagónico para Chabrol desde que iniciaron un camino conjunto allá por 1978 con Violette Nozière.

Pero a los 76 años, el director de La ceremonia y Gracias por el chocolate es ajeno a las veleidades de la fama. Sigue haciendo cine porque le apasiona y filma casi sin solución de continuidad, al punto de que ya tiene acumulados casi sesenta largometrajes con su firma, generalmente comedias humanas crueles y desencantadas, teñidas de un humor acre, como vuelve ahora a ser el caso con L’Ivresse du pouvoir. Saludada por la crítica francesa como una de sus mejores películas de los últimos años, también se convirtió en una de las más exitosas con el público de su país, que todavía tiene muy fresco el llamado “affaire Elf”, un escándalo de corrupción política y empresaria que sacudió a Francia a fines de los ’90 y que convirtió en estrella a la jueza del caso, Eva Joly. En la charla con Página/12, Chabrol reconoce ese antecedente como uno de los disparadores de su película, pero dice haber querido ir más allá de la reconstrucción de un caso concreto.

–¿Cuál fue el punto de partida?

–Una mezcla de distintos elementos. Durante bastante tiempo buscaba contar una historia capaz de fusionar la vida privada con la cosa pública, de cómo una interviene decisivamente en la otra y terminan enredadas, al punto de que cuesta diferenciarlas. También quería que mi protagonista fuera una mujer, porque me gusta más ocuparme de las mujeres que de los hombres, que solemos ser más astutos, pero menos inteligentes. En el momento en que me encontraba reflexionando sobre una intriga posible, aparecieron Eva Joly y el affaire Elf. Bosquejé una idea y hablé con Odile Barski, mi guionista, que escribió un primer tratamiento. Leímos también el libro que escribió la propia Eva Joly sobre el caso, pero nunca quisimos hacer su retrato, sino otra cosa, tratar el tema como una trama policial. Esta trama no es, por cierto, el centro de la película, pero me permitía abordar el cruce de lo público y lo privado a mitad de camino entre la broma y algo más serio, más oscuro. De alguna manera, debo reconocerlo, me obligué a ubicarme un peldaño más abajo de la realidad, que siempre es mucho más extravagante.

–El hecho de que el juez de instrucción sea una mujer le da al film una tensión muy particular...

–Sí, claro. No sé si en otros países también es así, pero en Francia un juez de instrucción tiene muchísimo poder. Y que el poder recaiga en una mujer sigue siendo, todavía, algo perturbador. Es muy humillante para los grandes machos que quien los mande a la cárcel sea una mujer. Y yo soy un gran feminista: me gusta que las mujeres ganen al final. O que si no ganan, manden a los hombres a la mierda.

–Refiriéndose a su personaje, usted ha hablado de una “fragilidad fuerte”. ¿Cómo es esa dualidad?

–El trabajo de un juez de instrucción consiste en interiorizarse lo más profundamente posible en un caso, hacer las investigaciones correspondientes sin rendirle cuentas ni someterse a nadie ni a ningún otro poder, y finalmente, si lo considera necesario, acusar al imputado, lo que implica una enorme responsabilidad, sobre todo en casos que involucran a políticos y grandes empresarios. Lo que ya de por sí es una tarea muchas veces sobrehumana para cualquiera lo es doblemente para una mujer, en una sociedad donde el poder lo siguen teniendo los hombres. Lo que me interesa de mi personaje es su enorme esfuerzo por hacer su trabajo lo mejor posible y, al mismo tiempo, intentar que su vida privada no se desequilibre. Lo logra casi todo el tiempo, pero en determinado momento ya no lo puede sostener y algo explota. Justamente ahora hay otro caso en Francia, el de una jueza de instrucción muy joven, que no llega a los 30 años y tiene a su cargo un caso muy difícil, de pedofilia. Cometió un error muy grave y todos la critican, pero no es justo: no tiene la experiencia suficiente para abordar un tema como ése sin que la afecte, en lo profesional y en lo personal. Siempre me río cuando en Francia se habla con grandes palabras, por eso me gusta en esta película mostrar el mecanismo de instrucción de una causa, ayudar a comprender su complejidad.

–De hecho, su película trata el tema con mucha minucia.

–Y con una gran dulzura, si me permite decirlo. A fuerza de maniqueísmo, el cine militante suele ser ridiculizado porque les termina haciendo el juego a aquellos a quienes ataca. Cuando se trata de Todos los hombres del presidente, por ejemplo, la cosa funciona, pero cuando se trata del Nixon de Oliver Stone, no. A partir del momento en que uno levanta el dedo acusador y empieza a señalar, se acabó el cine. A mí lo que me interesa es otra cosa: ver cómo funciona el ser humano en una situación de poder. Y hablar de la personalidad de un juez de instrucción, que carga con la responsabilidad de imputar a un acusado. Esta profesión es una fábrica de esquizofrénicos y mi personaje, la jueza, es inducida poco a poco a perder el control de sí misma.

–¿Allí es donde es tentada por el cinismo?

–Ella piensa que es cínica, cuando en verdad se vuelve sentimental. Y la indulgencia la agarra en un momento en el que ella se da cuenta de que ha sido manipulada. Con el tiempo, yo creo que uno gana en indulgencia. Al menos, es mi caso.

–¿Siempre pensó en Isabelle Huppert para este personaje?

–Sí, por supuesto. La admiro tanto... Lo increíble de Isabelle es que puede interpretar cualquier personaje, con todas sus emociones y sus rasgos físicos. Después de todos estos años, no deja de sorprenderme. No sé, creo que si algún día escribiera un guión para una actriz obesa, lo cual parece imposible para ella, se me aparecería un día tan gorda como la que más y no me quedaría más remedio que darle el papel. Lo notable del caso es que nunca deja de ser ella misma. Tiene esta notable cualidad: puede convertirse en el personaje de la película sin perder su propia personalidad. En el caso de La comedia del poder, nuestro modelo era obviamente Eva Joly, pero al mismo tiempo Isabelle se las ingenió para aportarle al personaje su propia marca, y eso es lo que le da volumen, dimensión, realidad a su composición. Nos llevamos muy bien y no necesitamos hablarnos mucho, nos basta con darnos mutuamente pequeñas sorpresas en el rodaje.

–¿Pero escribe pensando en ella?

–No, nunca. Hay directores que escriben con un actor ya en mente, pero lo que a mí no me gusta de ese método es que siento que así se pierde originalidad y frescura, porque los actores tienden a repetir aquello que ya han hecho antes. Eso también es malo para los propios actores, porque trabajan sobre un molde hecho a su medida, un molde que puede terminar cansando al público, al que se arriesgan a perder. Lo notable de Isabelle es que, al menos yo, no tengo la necesidad de escribir un guión a su medida, como el traje que le corta a uno el sastre. Por el contrario,puedo pensar en un proyecto con gran libertad, tratando de escribir el mejor guión posible, sabiendo que luego, una vez terminado, si a ella y a mí nos parece bien, ella lo va a poder habitar, lo va poder hacer suyo. Ella siempre va a estar muy bien, salvo que el guión sea demasiado estúpido. E incluso si se trata de un guión estúpido, ella siempre va a encontrar la manera de hacer interesante su personaje.

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Un dúo emblemático de la historia del cine: Chabrol y Huppert durante el rodaje de La comedia del poder.
 
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