Miércoles, 26 de marzo de 2014 | Hoy
CINE › CARLOS ALBERTO MARTíNEZ, DIRECTOR DE CONDENADOS
El cineasta reconstruyó la historia, en tiempos de la última dictadura, de la Unidad 9 de La Plata, donde él mismo estuvo alojado en uno de los Pabellones de la Muerte. “Tengo la certeza de que cada cosa que sucede en la película, ocurrió”, afirma.
Por Oscar Ranzani
En tiempos del terrorismo de Estado, los represores idearon un plan para exterminar a los militantes políticos encarcelados en la Unidad 9 de La Plata, desde que Abel Dupuy fue designando director del penal. Dupuy –que fue condenado hace cuatro años por delitos de lesa humanidad cometidos justamente en el sitio donde hizo de la tortura y del crimen un estilo de gestión– asumió el 13 de diciembre de 1976 y su objetivo fue fusilar a los miembros de Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo que estaban allí alojados. Para lograrlo, crearon los Pabellones de la Muerte, donde los presos políticos fueron clasificados como “irrecuperables”, de acuerdo con el grado de “peligrosidad” que los militares entendían que tenían. Del mismo modo, también hubo algunos clasificados como “difícilmente recuperables” y algunos pocos como “recuperables”. Desde mayo de 1976 hasta diciembre del 1978, el militante del PRT-ERP Carlos Alberto Martínez estuvo en la Unidad 9. Y desde el 3 de enero de 1977 fue alojado en uno de los Pabellones de la Muerte. Desde entonces, al igual que sus compañeros, Martínez recibió un hostigamiento casi imposible de soportar. Su fortaleza, la solidaridad colectiva y el apoyo de sus familiares y de organismos de derechos humanos hicieron que hoy pueda contar la historia. Ahora logró ponerla en imágenes: su opus dos, Condenados, se estrena mañana en los cines Gaumont, Arte Cinema (Buenos Aires) y Cinema Paradiso (La Plata).
Resulta difícil separar la mirada política de la humana en Condenados, porque ambos aspectos enfocan sobre esta historia. No por casualidad Martínez fue invitado a presentar su película en mayo del año pasado ante el Parlamento Europeo, con sede en Bruselas, cuya Comisión de Libertad y Justicia reconoció a Condenados porque su contenido “es de interés para la Humanidad”. La ficción creada por Martínez tiene un elenco numeroso encabezado por Alicia Zanca (en una de sus últimas actuaciones), Ingrid Pelicori, Raúl Rizzo, Enrique Dumont, Nicolás Pauls, Horacio Roca, Horacio Peña, Facundo Espinosa y Guido Massri. Arranca justamente el 13 de diciembre del ’76: puede observarse el trato hostil que ya imperaba en la cárcel. Al poco tiempo, una vez confirmado el propósito de exterminio físico de los recluidos en esos pabellones, Dardo Cabo y Roberto Pirles fueron sacados de sus celdas y fusilados en la ruta 215. El Ejército informó un intento de fuga.
Desde ese momento, el film aborda la lucha de los presos políticos por su supervivencia y cómo debían utilizar el ingenio para poder comunicarse en un lugar donde no sólo los maltrataban, torturaban y fusilaban, sino que también requisaban, investigaban e incluso hasta asesinaban a algunos de sus familiares. Sin embargo, muchas familias no se dejaron amedrentar y continuaron adelante, a pesar del miedo, visitando a quienes estaban en ese infierno con rejas. El film muestra también la cohesión del grupo cuando se anunciaba que alguien recuperaba la libertad, aunque luego se llenaban de dudas respecto del destino real de ese compañero. Pequeños actos solidarios permiten entender la grandeza de los presos políticos quienes, a pesar del sufrimiento, se ayudaban mutuamente. Y Condenados también aborda las denuncias internacionales contra la dictadura que marcaron un antes y un después en la Unidad 9.
La película no fue ideada solamente por Martínez. En 2004, un grupo de sobrevivientes de los dos Pabellones de la Muerte de la cárcel de La Plata (entre ellos, el cineasta) consideraron que tenían que contar la historia de sus compañeros y familiares fusilados y desaparecidos, sobre todo para fortalecer la memoria y bajo la premisa de colaborar para que nunca más se vuelva a producir el terrorismo de Estado. “Significa muchísimo –confiesa Martínez a Página/12– el hecho de que Condenados se estrene tres días después del 38º aniversario del golpe cívico-militar. Estrenar en esta fecha cargada de contenido es una decisión compartida, no solamente mía; es compartida con todos los que forman parte de esta historia.”
Y es como un punto de arranque. “No es que se estrena, y que luego baje de los cines y vaya a la televisión, como suele suceder tradicionalmente en el cine comercial. Nuestro plan es estrenar ahora en Buenos Aires y también en La Plata, donde tiene un valor simbólico muy fuerte porque la historia sucedió ahí”, comenta el director. La idea de Martínez es recorrer luego pueblo por pueblo “y no solamente las grandes capitales de provincia o ciudades principales”, explica. El realizador tiene “una flamante licencia del Incaa como exhibidor ambulante”. “Entonces, podremos hacer legalmente la función de cine en cualquier espacio donde no sea una sala, ya sea al aire libre, en un teatro municipal o en un club de barrio”, sostiene entusiasmado. “Lo que sucede es que la represión fue tan amplia que hay sobrevivientes en todo el país. Y hay una gran avidez por esta historia”, confía el cineasta y agrega que “es significativa para toda la militancia porque abarca todo el espectro de la izquierda e incluye al peronismo”.
–La primera leyenda que se lee en la pantalla indica: “Basada en la historia real”, a diferencia del resto de cualquier película que señala “Basada en una historia real”. ¿Qué quiso diferenciar con este señalamiento?
–Hicimos una investigación muy exhaustiva de esta historia, que fue paralela a la escritura del guión, llevó varios años, y luego fue cotejada durante el juicio oral en 2010. Entonces, más allá de la libertad poética que uno puede tener para describir visualmente una situación (aclaro que, de todas maneras, he sido bastante austero en eso), tengo la certeza de que cada cosa que sucede en la película, ocurrió. Y en muchos casos puedo decir “Ocurrió así”, porque lo hemos presenciado. En otros casos, hemos podido reconstruir. Por ejemplo, con respecto al fusilamiento de Dardo Cabo y Roberto Pirles, yo escuché cuando se los llevaban. Luego nos enteramos de que estaban muertos porque inclusive el Ejército envió telegramas a la familia. Y se pudo reconstruir con bastante exactitud qué había sucedido esa noche, porque hubo incluso testigos presenciales a campo abierto y en plena ruta que aparecieron treinta años después. Tengo una grabación de alguien que no se animó a declarar en la Justicia, pero que descargó su necesidad de contar. Estaba escondido entre los pastizales. Era un trabajador que en el amanecer del 5 al 6 de enero de 1977 estaba con un niño pequeño, cuando vio ese movimiento de camiones del Ejército. Se tiraron y se escondieron entre los pastizales. Y cuando empezaron a sonar los tiros, el niño dijo: “Llegaron los Reyes Magos”.
–En relación con lo que menciona de los fusilamientos, ¿se planteó limitaciones éticas para mostrarlos con imágenes? ¿También a los operativos?
–Sí. Mi propósito no era especular ni convocar al público con ese morbo del baño de sangre ni de la cantidad de tiros, golpes, o del plano corto sobre la cara ensangrentada del que ha sido golpeado. Todo eso fue conscientemente evitado. Creo que la película da cuenta porque el espectador no puede dejar de enterarse de lo que sucede. Hoy se habla de un género bloody en el cine. Me pareció que no era ético convocar desde ese lugar. Las cosas suceden, los secuestros se ven, pero no hay un regodeo detallado en esas cosas. Sucede, se ve violencia y luego se pasa a otra cosa. Hay una situación de golpes en el calabozo y uno entiende perfectamente lo que está pasando, pero se ve lo necesario para entender que fue así.
–¿Cuáles fueron sus sensaciones al crear una ficción de algo que vivió en carne propia? ¿Le ayudó a asimilar un poco más su historia o también revivió situaciones muy dolorosas?
–Las dos cosas. Es imposible no revivir algunos de los momentos más dolorosos que uno tuvo. Sin embargo, también es trabajo. Debía ser hecho y tenía que hacerlo yo. Mis propios compañeros me encargaron esa tarea. Otros directores estaban dispuestos a contar esta historia, pero yo mismo también me dije que lo tenía que hacer. Escribir la obra me permitió cierta libertad, sabiendo lo que había que contar. Uno no puede contar todos los detalles de una historia porque haría una película interminable. De hecho, tenemos la serie, que detalla más situaciones y más de la vida cotidiana y de la resistencia. Incluso así es un recorte de la realidad, con aquellos momentos más significativos que alcanzan para contar algo mucho más amplio. Ahora, era necesario tener una estructura cinematográfica comprensible para el público y eso fue todo un desafío por la cantidad de personajes. En eso me ayudó Tito Cossa, que me decía: “¿Si sintetizamos más?”. Le dije: “En esta historia hay una cantidad de secuestrados y fusilados que tienen que estar con nombre y apellido”. Es cierto que la historia empieza con una cantidad de personajes y después van siendo menos. Pero tenemos las familias, los guardias y los mandos del Ejército. Así que necesariamente eran muchos personajes. Entonces, eso obligó a encontrar el desarrollo de una estructura cinematográfica que fuera comprensible para el espectador. Privilegié que la historia quedara contada y que, de alguna manera, se pudieran comunicar emociones ligadas con esas personas. Y no decir: “Quiero la mejor obra cinematográfica y la gran película”, porque para eso tendría que haber elegido otro camino.
–Usted no sólo cuenta su propia historia, sino también la de sus compañeros. ¿Es una manera de homenajearlos?
–Sí, pero no es un homenaje mío: es algo colectivo. Que a mí me toque dirigir la película o hacer un poco todo (porque es así el cine independiente) fue una decisión compartida de los sobrevivientes hacia aquellos compañeros y familiares que murieron durante la dictadura. Era como un reencuentro con ellos. Dijimos: “Vamos a hacer un esfuerzo grande y lo mejor que podemos hacer es una película-verdad”.
–¿Y qué significó para usted filmar en el mismo lugar donde estuvo detenido?
–Esa pregunta tiene dos respuestas. Por un lado, la dificultad de conseguir filmar en ese lugar. Eso no era sencillo. Si hubiera pedido un día o dos, habría sido más razonable, pero es una cárcel habitada y tenía más de 1400 presos en el momento en que estábamos allí haciendo el rodaje. Y es una pequeña novela contar cómo se logró y cómo se desarrolló. Por otra parte, era volver a transitar exactamente los mismos lugares en que habían sucedido las cosas. Era volver a un lugar familiar. Hay que entender algo: uno vive 24 horas por día, meses y años. Y, entonces, ese lugar está habitado no sólo por los momentos más trágicos, sino también por los momentos de solidaridad, de humor, por ese empeño y esa voluntad en transformar esos años de prisión en una formación para el futuro. Era como un deber nuestro, colectivamente hablando. Entonces, está poblada de todas esas cosas: de muchas horas de estudio por día, de una hora diaria de gimnasia a escondidas porque estaba prohibido, de las comunicaciones y las picardías para burlar la vigilancia, de las discusiones políticas de una época muy difícil. Así que está cargada de todo eso.
–¿El mayor aporte de Condenados a la temática sobre la dictadura es que hace hincapié en la figura del preso político?
–Hay dos facetas que el cine no había desarrollado hasta ahora. Una es ésa. Además de los muchos miles de desaparecidos, se calcula que en la Argentina hubo unos 10 mil presos políticos que no podían ser ocultados porque estaban detenidos por orden de la Justicia Federal o por decretos del Poder Ejecutivo anteriores al golpe, o como muchos casos, como el mío por ejemplo, con un decreto de Isabel Perón y un arresto a disposición de la Justicia Federal. Entonces, era muy difícil esconder y decir: “Este hombre ha desaparecido”. Lo hicieron, pero eso había construirlo, por ejemplo, con falsas libertades: de pronto, a uno de nuestros compañeros lo dejaban en libertad y, por supuesto, nunca llegaba a la calle. Para miles de personas era muy grosero hacer eso, sobre todo bajo la observación de organismos como Naciones Unidas y la OEA. Entonces, se hizo de manera selectiva. Eso, por un lado. Por otro, el secuestro de los familiares de los prisioneros. Eso no estaba contado: por primera vez se cuenta. Y no es un hecho aislado que, de pronto, uno estaba preso y se llevaron a su familia. Fue un hecho sistemático, aplicado a muchas familias de esos dos pabellones en particular, que desarrolla la película.
–Si se analiza la historia que cuenta, el título se refiere a las víctimas, pero si se tiene en cuenta el final documental, con el juicio a quienes hicieron del salvajismo una forma de vida, el título parece funcionar también como un grito liberador de justicia.
–Tiene los dos significados. Y, la verdad, con toda intención. Cuando empieza la película, los condenados son los prisioneros. Después, descubrimos con estupor que también sus familias. Y cuando termina, hay un ejercicio de la justicia y los condenados son los que cometieron esos crímenes. Para mí, vale en todos los sentidos.
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