CINE › CIERRE DISPAR PARA LA COMPETENCIA ARGENTINA DEL FESTIVAL PORTEÑO
Historia del miedo, de Benjamín Naishtat, radiografía un cierto estado de las cosas de la sociedad argentina. Mientras estoy cantando retrata a un curioso peluquero-cantor. Y El último verano resulta el primer exponente del “mumblecordobés”.
› Por Horacio Bernades
Tres películas cierran la Competencia Argentina del 16º Bafici. O cuatro, según como se lo mire. Es que Necrofobia en 3D tuvo problemas con el 3D. Motivo por el cual debió suspender funciones, y eso explica que esta crónica no la incluya. Que la máxima diversidad estética signe estos films de cierre es altamente emblemático de lo que sucedió con las catorce (o quince, según se incluya o no la película del terror a los muertos) películas seleccionadas para la Competencia Argentina. Una de las tres argentinas presentadas en la última edición de Berlín (incluidas todas en esta sección del Bafici), Historia del miedo, ópera prima de Benjamín Naishtat, radiografía un cierto estado de las cosas de la sociedad argentina contemporánea, marcada, en la visión del film, no sólo por la emoción del título, sino también por la violencia latente, la paranoia, el borde mismo de la locura. El más sencillo, rústico incluso, de los documentales, Mientras estoy cantando, retrata a un curioso peluquero-cantor de la ciudad de Buenos Aires. El último verano resulta, finalmente, el primer exponente (o segundo, teniendo en cuenta la semiolvidada El espacio entre los dos) de lo que el catálogo del Bafici define, de modo inmejorable, como mumblecordobés.
Historia del miedo es una de esas películas al servicio de un concepto previo. Todo es coherente en la película escrita y dirigida por Naishtat, nada se sale del plan y tesis previas. La ópera prima de este graduado de la FUC se asienta en un espacio limítrofe, hipercargado de sentido dramático y social: el de un barrio privado alrededor del cual hay otro barrio, presuntamente el de una villa. Villa que, en una de sus decisiones más lúcidas, Naishtat casi no muestra, dotándolo de una condición más fantasmal que material. Un par de personas “de afuera” están autorizadas a ingresar. Una es un jardinero; la otra, su novia, que trabaja como mucama. Los de adentro temen, siempre de modo fantasmático, que los de afuera hagan “algo”. Unas fogatas cerca del perímetro, una alambrada agujereada o un corte de luz demasiado prolongado pueden desencadenar del temor a la histeria.
Sedimentada durante un tiempo sin duda largo, la de Naishtat es una de esas óperas primas que, de tan consumadamente narradas y puestas en escena, no lo parecen. Los encuadres son precisos, la duración de cada plano parece cronometrada, la fotografía en HD (gentileza de Soledad Rodríguez) es bruñida, diáfana o brumosa –según convenga a fines dramáticos–, la sonorización aporta inquietud desde el fuera de campo, las actuaciones son impecablemente funcionales. Tanto como podría serlo un elenco de marionetas. Los juegos de manipulación que con diversos cobayos humanos practica un muchacho del barrio privado, que los filma, podrían interpretarse como una autorreferencia involuntaria. Suerte de Iñárritu moderado por la mano más cuidadosa de Michael Haneke, en Historia del miedo el que no es ligeramente estúpido es preocupantemente raro, y el que no está larvadamente loco es un monstruito en potencia.
El mediometraje Mientras estoy cantando (dura 41 minutos) pertenece al género “documental de personaje”. “Personaje” en el sentido de “loco lindo”, como se decía en tiempos de antaño. El protagonista absolutamente excluyente de la ópera prima de Julián Montero Ciancio (1988) es Juan María Pampín, peluquero de barrio que “fundamentalmente” es guitarrista y cantante (amateur), como diría Federico Peralta Ramos en el programa de Tato. Mientras estoy cantando consiste básicamente en Pampín haciendo su show (el hombre tiene también algo de filósofo express y bastante de stand up comedian) frente a cámara, alternando lo gracioso con el chiste tonto y el aforismo certero con lo que podría llamarse epigramanía o manía epigramática. Freak del control (en algún momento le indica al director qué poner y qué sacar), Pampín habla, habla y habla. Lo cual no tiene, en sí nada de malo. Salvo que la película se conforme con el pequeño retrato del tipo curioso y que el descuido de la puesta en escena sea tal que en un momento se haga un ostentoso travelling hacia atrás... para no mostrar nada. Ambas cosas suceden aquí. Hay sí, un fragmento interesante, cuando a Pampín finalmente se le ofrece la posibilidad de una actuación. Momento a partir del cual le agarra un pánico escénico machazo, que contradice todos sus esfuerzos previos para ocupar el centro de la escena.
Se conoce como mumblecore a esa corriente de películas estadounidenses de la última década (Mutual Appreciation, Go Get Some Rosemary, Gabi on the Roof in July y un montón más) filmadas entre amigos y con unos pocos dólares, generalmente en blanco y negro, en las que los personajes, bastante poco afectos a actuar y mostrar sus emociones, se dedican básicamente a hablar (cuando lo hacen) de cuestiones contingentes. Todo eso se aplica a El último verano, ópera prima del salteño, radicado en Córdoba, Leandro Naranjo que, además de trabajar como programador y ejercer la crítica cinematográfica, es uno de los editores de Tres D, otra película cordobesa, presentada también en la Competencia Argentina de esta edición del Bafici. Escrita por Naranjo (que también la fotografió, coeditó y coprodujo), El último verano puede verse como la película más desesperante (en el plano de la erótica masculina) después de Mi noche con Maud (1969). Allí, como se recordará, Jean-Louis Trintignant se pasaba toda la película hablando, frente a la inenarrable Françoise Fabian, que esperaba, desde su cama, que hiciera alguna otra cosa. Aquí la situación es muy semejante, con la diferencia de que el protagonista, Santiago, casi no habla.
Enteramente filmada en planos-secuencia de larga duración, casi todos con cámara fija, El último verano se escancia en dos grandes movimientos. En el primero un amigo deja a Santiago en su casa, a la noche, y más tarde no deja de llamarlo hasta convencerlo de ir a una fiesta. El segundo movimiento es la fiesta y, sobre todo, el traslado posterior a casa de Juli (Julieta Aiello, tan expectante como se requería), quien conoce a Santi desde hace tiempo y al que invita a pasar la noche allí, un poco como quien no quiere la cosa. De allí en más es el juego del gato y el ratón, con la particularidad de que el ratón manda todas las señales posibles para ser devorado, pero el gato parecería no tener hambre. Son de una gran sutileza la inquietud erótica y el juego de seducción de Aiello, siempre imperceptiblemente pendiente de su aspecto y cabellera, acariciándose eventualmente las piernas, mientras el zapallo de Santi no se entera de nada. “Maten a Santi”, podría haberse llamado El último verano, prometedora ópera prima de este nuevo integrante de uno de los fenómenos más notorios del 16° Bafici y el cine argentino en su conjunto: el nuevo cine cordobés.
* Historia del miedo se exhibe hoy las 15.10 en Village Recoleta 7 y el sábado a las 15.20 en Village Caballito 4.
* Mientras estoy cantando, hoy a las 20.35 y el domingo a las 23. 25, en Village Recoleta 5.
* El último verano, hoy a las 22.35 y el domingo a las 20.35, en Village Recoleta 5.
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