Jueves, 12 de junio de 2014 | Hoy
CINE › PAWEL PAWLIKOWSKI VOLVIO A SU POLONIA NATAL PARA REGISTRAR SU QUINTA PELICULA DE FICCION
El realizador, exiliado en varios lugares de Europa a los 14 años, logra su mejor trabajo con Ida, que fue presentada en el Festival de Toronto. “Lo que tiene que ver con la identidad, la familia, la pertenencia y la historia me es afín”, asegura.
Por Stephanie Wright
Presentada en la última edición del Festival de Toronto y en pleno proceso de lanzamiento internacional en este momento (en Estados Unidos se estrenó el mes pasado, en Gran Bretaña lo hará en septiembre), Ida es una de esas raras películas que generan unanimidad. Crítica y público se rindieron ante ella, convirtiéndola en el film consagratorio de Pawel Pawlikowski. Ida es, curiosamente, la primera película que Pawlikowski, nacido en Varsovia en 1957 y exilado en Europa desde los 14 años, filma en su país. Rodado en blanco y negro, y ubicado en la Polonia comunista de los primeros ‘60, el quinto largo de ficción de este cineasta errante es algo así como una road movie existencial. En ella, una novicia huérfana viaja en el tiempo, hasta el momento mismo del exterminio nazi, y en el espacio, recorriendo Polonia en busca de un oscuro secreto familiar. Lo hace en busca de sus raíces, en compañía de una tía que también guarda más de un esqueleto en el armario. Tras ganar premios en Toronto y en el London Film Festival y luego de su paso por el Bafici, Ida se estrena hoy en la Argentina, prometiendo convertirse en uno de los títulos fuertes del año.
Aunque pocos lo tengan presente, Ida no es el primer film de su realizador que se estrena en la Argentina. A mediados de la década pasada se conoció Mi verano de amor, donde una casi debutante pero ya magnética Emily Blunt seducía irremediablemente a una chica de origen humilde. “Quería filmar una película que tuviera más que ver con la poesía que con la trama”, dice Pawlikowski en relación con Ida y tal vez como respuesta a su film anterior, La femme du Vème, donde Ethan Hawke se enamoraba, en París, de una Kristin Scott-Thomas implicada quizás en una serie de crímenes. “La historia se desarrolló demasiado en términos de trama, con un costado de thriller, y eso no me gustaba”, confirma el realizador hablando de las primeras pruebas de guión de su film más reciente. Una reescritura posterior lo despojó rápidamente de esos elementos, dándole una estructura más libre, abierta e imprevisible.
En la entrevista que sigue, Pawlikowski explica cuánto tiene que ver Ida con la Polonia de su infancia y su propia historia familiar, detallando parte de su credo estético y explicando cómo hizo para convencer a una chica sin el menor deseo de actuar de ser la protagonista de su película.
–¿De dónde surge la idea de la película?
–En parte de experiencias personales, ya que mi familia está llena de misterios y versiones contradictorias. Por otra parte, pasé mi vida desplazándome de un sitio a otro. Así que lo que tiene que ver con la identidad, la familia, la pertenencia y la historia me es afín. Por otra parte, desde hace tiempo que venía dándole vueltas a la idea de una monja católica que un día descubre su origen judío. Primero pensé una historia que transcurría en 1968, cuando el Partido Comunista polaco avaló persecuciones antisemitas. Pero la dejé, y al retomarlo tiempo más tarde junto con mi coguionista, Rebecca Lenkiewicz, ya la pensamos de otro modo, con menos trama y haciendo un foco mayor en los personajes. A la vez, retrocedimos unos años, hasta comienzos de los ’60, cuestión de quitarle un contexto político que tuviera tanto peso como el anterior. Porque ahora el contexto más fuerte no estaba en el presente, sino en el pasado.
–De todos modos, ese pasado, más que brotar en plenitud, parece el telón de fondo para la historia de los personajes.
–Esa era exactamente la intención. Hay demasiadas películas sobre el exterminio nazi y no quería hacer una más. No al menos haciendo eje en eso. Sí quería que ése fuera el fondo de la historia. Pero hay que tener en cuenta que hay un segundo (o primer) telón de fondo en la película, que es la Polonia de los ’60. La Polonia del comunismo, en la que la fe católica seguía siendo muy fuerte en amplios sectores de la población, y donde seguía pensando la memoria de lo que había sucedido en tiempos de ocupación nazi. Lo que habían hecho no sólo los nazis con los judíos, sino muchos católicos antisemitas también. Quería hacer una película que tratara de la Historia, pero que no fuera “una película histórica”. Que planteara problemas morales, pero no respuestas. Una película que, por su libertad y apertura narrativa, tuviera más que ver con la poesía que con la trama.
–La película lleva el nombre de la protagonista, pero aparece un segundo personaje, el de su tía Wanda, que tiene un rol casi de coprotagonista. ¿Cómo desarrolló ese personaje?
–A comienzos de los ’80, cuando estaba haciendo mi posgrado en Oxford, tuve como profesor a un genial economista polaco, que siendo marxista dejó el país en el ‘68. Su esposa tomaba mucho, fumaba mucho, bromeaba mucho y contaba unas historias buenísimas. Perdí contacto con ellos hasta que diez años más tarde, luego de la caída del Muro, me enteré por el informativo de la BBC de que el gobierno polaco solicitaba al británico la extradición de una tal Helena Brus, acusada de crímenes contra la humanidad. Helena Brus era la esposa de mi ex profesor. Allí me enteré de que en su juventud esta mujer encantadora había sido fiscal durante el estalinismo, condenando a muerte, por ejemplo, a un hombre inocente, ex héroe de la resistencia antinazi. Podrá imaginarse la conmoción que esta noticia me produjo. La conmoción y el desconcierto: ¿cómo hacer para encajar esa mujer cálida y llena de humor que conocí con la despiadada verduga al servicio del estalinismo? Durante años le di vuelta a la idea y en algún momento pensé en una película que la tuviera por protagonista. Lo intenté, pero no logré hallarle una lógica al personaje. Pero cuando tuve la historia de Ida comprendí que sí podía “meter” a este personaje como secundario, con todas sus furibundas contradicciones.
–Ninguna de ambas actrices es conocida fuera de Polonia. ¿Puede contarnos algo de ellas?
–Agata Trzebuchowska, que hace de Ida, no es actriz profesional. ¡No sólo no es actriz, sino que no tenía el más mínimo interés en actuar! Yo estaba desesperado: había rastrillado Polonia entera en busca de una actriz adecuada y no la había encontrado. Era como si hubiera agotado mis chances. En ese momento me llamó una cineasta amiga, diciéndome que había visto, en un café de Varsovia, una chica que le parecía adecuada. Le pedí que le sacara una foto y me la mandara. Me pareció lo menos adecuado del mundo: tenía un look como súper cool, con un corte de pelo de lo más barroco, ropa de feria americana cara y actitud desafiante. Nada menos parecido a una monja (risas). Aun así, como la chica me pareció interesante, decidí hacerle una prueba. Le saqué todo lo que tenía puesto: el peinado, los accesorios, la ropa cool. Una vez despojada de todo eso, le eché una mirada a fondo: tenía lo que el personaje necesitaba. Una suerte de aire atemporal, un aspecto de niña obediente que a la vez transmitía sensación de fuerza e inteligencia. ¡Pero no quería actuar! ¡Y los productores no querían dejar el papel en manos de una no-actriz sin ninguna experiencia! Me costó muchísimo convencerlos e incluso durante el rodaje me seguían mandando mails preocupados. Pero yo estaba seguro de que no había nadie mejor que ella para el papel, así que me mantuve firme. Y creo que al final les quedó claro a todos que era la mejor opción.
–¿Y la actriz que hace de Wanda?
–Agata Kulesza es lo contrario de Agata Trzebuchowska. Una actriz con gran experiencia teatral, dedicada por entero a la actuación, que tiene una gran fuerza personal y la transmite. El personaje estaba lleno de contradicciones y rasgos muy visibles, y yo necesitaba una actriz como Agata para ese papel. La elección caía de madura.
–Ida es su primera película enteramente rodada en Polonia. ¿Se trató de una elección consciente, un deseo postergado, una casualidad?
–Hacía tiempo que quería filmar en mi país, pero sentía que no conocía lo suficiente la realidad de la Polonia actual como para poder hacerlo. La que sí conozco es la Polonia de mi infancia, por lo cual esta historia, que transcurre en esa época, sí me sentía en condiciones de filmarla. Claro que cuando me puse a buscar los decorados, me encontré con que la Polonia que yo recordaba no existía más. Pero Lodz no cambió tanto y la zona de la campiña tampoco, así que ésos fueron los decorados que elegimos para filmar.
–¿Por qué el blanco y negro?
–No sé bien, siempre “vi” la película en blanco y negro. Blanco y negro, largas tomas con cámara fija, encuadres muy grandes y con mucho “aire” en la parte superior, con los personajes como aplastados hacia la mitad inferior del encuadre.
–¿Influyeron en la elección las películas polacas de los primeros ’60?
–No creo que haya sido el motivo principal de la elección, más allá de que algunas de esas películas fueron importantes en mi formación. Las de Andrzej Munk, sobre todo: Heroica, La pasajera... No tanto Wajda, que tiende a ser más barroco. En verdad, de joven me influyeron más las películas de Bresson, Godard, la “nueva ola” checoslovaca. Pero tampoco sé hasta qué punto lo siguen haciendo.
Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.
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