Jueves, 12 de junio de 2014 | Hoy
CINE › EL PACTO, CON DIRECCION DE NICHOLAS MCCARTHY
Por Diego Brodersen
No hay en la siguiente afirmación novedad alguna: luego de la crisis polimorfa que acosó a los grandes estudios de Hollywood hace seis décadas, el territorio de la auténtica Clase B –en su sentido primigenio de bajo presupuesto, carencia de estrellas y rodaje acotado en tiempo y forma–, particularmente dentro de ciertos géneros populares, ha sido cooptado por productores y cineastas independientes deseosos de a) obtener beneficios económicos con escasa inversión; b) disfrutar de libertad creativa y la posibilidad de abordar temas de manera original y atrevida; c) a + b: algo así como el Gordo de Navidad. En el caso del cine de terror, cada década ha tenido sus glorias y bajezas, sus miserias y grandes inspiraciones. Y también sus productos coyunturales, películas ni fu ni fa que pasan por las pantallas y quedan relegadas casi de inmediato al olvido. El pacto, ópera prima del norteamericano Nicholas McCarthy, es un espécimen perfecto de cierto cine de horror indie contemporáneo (para más datos, fue lanzada en el Festival de Sundance). Es también un ejemplo modélico de lo antedicho: no es mala, tampoco es muy buena; no se destaca por sus bondades, pero tampoco inspira deseos de matar a nadie, al menos fuera de la pantalla.
La planta que McCarthy emplea como si fuera un estudiante de arquitectura aplicado –más allá de basarse en su propio cortometraje homónimo, ahora ampliado a noventa minutos– incorpora elementos del subgénero de las casas embrujadas (las old dark houses de antaño, con sus bisagras chirriantes y secretos escondidos) y el horror fantasmagórico post Ringu, pletórico de golpes de efecto y espíritus con grotesco maquillaje facial, a los cuales les suma una subtrama de suspensos y horrores realistas. Lejos de resultar original, el resultado es apenas la sumatoria de tres linajes, a esta altura, harto derivativos. No hay que ser adivino para anticipar, por lo menos dos minutos antes del hecho, que la nena del otro lado de la computadora le dirá a su madre “¿quién está detrás tuyo?”. Cosa rara, claro, porque la mujer está sola en la casa de su madre, recientemente fallecida. Pero el espectador sabe más que el personaje. Tal vez demasiado.
Así las cosas, y luego de la desaparición de esa primera víctima, será su hermana menor (Caity Lotz) la encargada de descular la maldición que sobrevuela esa típica casa suburbana de clase media baja, un detalle original entre tanta mansión con escalera y enormes altillos. Hasta que el pacto del título se conozca en toda su horripilante verdad y los fantasmas puedan finalmente descansar en paz, la joven deberá enfrentarse a fuerzas sobrenaturales y bien terrenas, además del descrédito de la policía local (el algo desangelado Casper Van Diem interpreta a un incrédulo y confianzudo investigador). Luces que se apagan y prenden, presencias misteriosas que atraviesan velozmente cuartos y pasillos en penumbras, médiums y tablas ouija improvisadas, fotografías que revelan más de lo que puede ver el ojo humano (ahora reconvertidas a la era digital) son otros elementos que El pacto mete en la batidora, no tanto como un consumado bartender, sino como ese amigo que invita, algo improvisadamente, a tomarse algo con lo que haya a mano en la repisa.
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