Mar 29.07.2014
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CINE › CLAUDIA SAINTE-LUCE, DIRECTORA DE LOS INSóLITOS PECES GATO

Existir en la mirada del otro

La historia de una mujer con VIH que se hace amiga de una joven sin familia y empleada de un supermercado está basada en lo que le sucedió a la propia cineasta mexicana. “La película tiene que ver con el encuentro y con cómo enfrentar la muerte y la soledad”, explica.

› Por Oscar Ranzani

¿Puede la proximidad de la muerte despertar la solidaridad del que se está despidiendo de la vida? En algunos casos, sí. Por ejemplo, en el de Martha, una madre de cuarenta y pico de años, con cuatro hijos, que es enferma terminal de HIV, que le contagió su último marido. En una de tantas internaciones conoce a Claudia, una chica solitaria, sin familia, empleada de un supermercado, con una realidad gris, a quien los médicos llevan de urgencia para operarla por una apendicitis. Martha y Claudia entablan una relación que, poco a poco, se va estrechando. Hasta que ambas son externadas. En ese momento, Martha le propone a Claudia que vaya a su casa a comer. Los días pasan y Claudia se convierte casi en una nueva integrante de la familia, producto de la amistad y de la enorme belleza en sus sentimientos que tiene Martha quien, aun en su peor momento, piensa en un hogar para Claudia. Y desde entonces, Claudia va fortaleciendo la convivencia con los hijos de Martha, dos de ellos muy pequeños. Esta es la historia que cuenta Los insólitos peces gato –que se estrenará este jueves–, ópera prima de la mexicana Claudia Sainte-Luce, nacida en Veracruz hace treinta y dos años. Lo que impresiona de esta historia –que tiene momentos agridulces, pero nunca un golpe bajo– es que está basada en la propia experiencia de la cineasta. “Nació de haber conocido a Martha con su enfermedad terminal. Yo estuve con ella dos años antes de que se muriera y con su familia”, cuenta Sainte-Luce en diálogo telefónico con Página/12.

–¿Cómo vivió las etapas de elaboración de una película que tiene tanto que ver con su propia experiencia?

–Lo más complicado fue el guión, para poder tener objetividad porque, a veces, uno se envuelve demasiado y no puede tomar distancia. Fue el proceso más doloroso, pero ya después en la producción fue más fácil porque había creado esa distancia en la escritura.

–¿Es una película sobre la batalla contra la soledad?

–Sí, es sobre eso y también sobre muchas otras cosas más: tiene que ver también con cómo enfrentar la muerte, la soledad, el encuentro de estas dos mujeres. Y poder existir también a través de la mirada del otro, de un tercero.

–¿Cuál es su reflexión sobre la muerte y cómo buscó plasmarla en la película?

–Le da más sentido a la vida. A pesar de que sepas que te vas a morir, la muerte ayuda a que puedas vivir la vida más intensamente, valorar todo lo que tienes en el entorno. Entonces, no es una cosa catastrófica, sino más bien una cosa que te ayuda a poder vivir en el completo sentido de la palabra. La muerte debería resultar eso, pero es algo de lo que no nos gusta hablar, le anteponemos siempre una etiqueta de dolor. Entonces, es normal que cuando está por llegar nos cueste tanto trabajo abordarla. Si uno la aborda día por día, se vuelve más aceptable.

–¿Se propuso también mostrar cómo puede surgir la solidaridad aun en momentos dolorosos?

–Eso fue una consecuencia como parte de la experiencia que viví. Deriva de lo primero que quería contar: la soledad y la muerte. Es que la vida se hace más llevadera cuando la compartes con otros.

–¿La película también pretende dejar un mensaje sobre la importancia y la necesidad de pertenecer a una familia?

–No, creo que no. Si sucede eso, es como consecuencia de quien lo vea, pero no era mi intención principal.

–Sin embargo, es muy importante para Claudia cuando logra conseguir un lugar en el mundo...

–Es que todos necesitamos de la mirada del otro. No podemos existir sin que el otro nos vea. Cuando el otro te ve, tiene sentido realmente vivir. Es como cuando entras a un banco y apelas al señor de seguridad en la puerta: por esos minutos tú lo haces existir y él a ti. Entonces, creo que más bien en ese aspecto cobra el sentido de la existencia en el mundo de la protagonista; no tanto por el lugar que ocupa en una familia, sino por el simple hecho de girar la cabeza y poder regalarle una mirada a alguien.

–¿Cómo fue la construcción de ese mundo íntimo y cotidiano en el que, poco a poco, Claudia se va introduciendo?

–Para eso tomamos la esencia de los personajes originales, cómo era cada hijo de Martha, y luego modificamos mucho las escenas en la ficción, porque creo que lo difícil que tienen las vidas de las películas es que en ellas tienes que concentrar todo para que todo sea muy claro y sea un golpe de vida en cada escena. En la vida todo es más distendido, no todo está tan concreto en cualquier momento. Entonces, ahí tomé la esencia de cada uno y luego fui construyendo cada escena para poder reflejar ese modo de comportamiento, pero también para hacer más llevadero el guión, que tuviera acción dramática. Entonces, ahí tuve que olvidarme de cómo había pasado y pensar de un modo que funcionara en el guión.

–La película tiene momento agradables, dramáticos y conmovedores. ¿Cómo trabajó esa delgada línea para no caer en la manipulación del dolor ni en golpes bajos?

–Con los actores. Ellos me ayudaron mucho porque, a veces, uno escribe cosas y cuando las oye no tienen mucho sentido o subrayan demasiado el dolor. Entonces, a la hora de escucharlos tenía que estar atenta y sentir si algo era natural o no. Y no forzarlo de más. Si quedaba claro, no había necesidad como para acabar en la lágrima.

–¿En un segundo plano buscó establecer una crítica a la explotación laboral en los supermercados a través del trabajo de Claudia?

–No, con eso busqué poner el primer empleo que yo había tenido en mi vida. Trabajé de empleada de un supermercado durante dos años y medio y, entonces, quise ponerlo como está en la película.

–Si bien la historia que cuenta es muy universal, ¿reconoce algunos elementos típicos de su país?

–No, sólo en las locaciones y todo lo que rodea porque se ve el país donde vivo, pero en ese sentido me interesaba hablar de algo que es más universal: no importa tu condición social, tu manera de pensar, todos tendremos seguro la muerte. Busqué hablar de eso en un sentido general. No importa cómo nos toque porque, al final, todos vamos a llegar al mismo punto.

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