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Jueves, 28 de agosto de 2014

CINE › LOS INDESTRUCTIBLES 3, DIRIGIDA POR PATRICK HUGHES

¿Por qué reformular un chiste que funciona?

 Por Juan Pablo Cinelli

Si algo habían tenido de muy bueno las dos primeras películas de esta agradable saga de comedias de acción que es Los indestructibles había sido justamente su capacidad para hacer equilibrio no en una, sino en varias cuerdas flojas a la vez. Capaz de caminar por la cornisa de la violencia sin caer al vacío de la apología tanto como de jugar con el humor sin convertirse en una payasada, esas dos primeras entregas, y sobre todo la segunda, hacían pie con mucha convicción en la autoconciencia. Una palabra (una idea) que se ha vuelto recurrente dentro del cine contemporáneo, como recurso para validar aquello que de otro modo sería inverosímil en pleno siglo XXI. De ese modo, los héroes anabolizados de la década de 1980, igual de invulnerables pero con la piel un poco más floja, regresaron 30 años después sin perder el nervio cinético e invirtiendo con inteligencia la carga ideológica, que en plena Guerra Fría solía restar más de lo que sumaba.

Con esa lección aprendida, estos Indestructibles modelo 2014 vuelven a mostrar algunas de las virtudes de las dos entregas anteriores y en esa insistencia está lo mejor de esta tercera parte. Sin embargo, la película parece partida muy claramente en pedazos de calidad desigual. El comienzo es de lo mejor: diálogos filosos, chistes pavos que muestran a estos viejos musculosos como adolescentes chicaneándose en el recreo de la escuela, escenas de acción imposibles coreografiadas a ritmo de slapstick y el encanto de ver a actores como Jason Statham, Dolph Lundgren, Wesley Snipes y, sobre todo, Sylvester Stallone tomando a sus propios estereotipos en solfa. La aparición de Mel Gibson marca el punto más alto de este primer tramo, esbozando los primeros trazos de un villano a la altura del que había compuesto estupendamente Jean Claude van Damme en el film anterior: un tipo de maldad sin límites, pero con encanto cinematográfico de sobra como para ofrecer el contrapeso que todo héroe necesita para sostenerse con dignidad. La película parece encaminarse a cumplir lo que la saga promete.

Pero un giro de guión (¡ay!, los giros de guión...) hace que Barney Ross (Stallone) decida prescindir de la tropa de veteranos que lo acompañó hasta acá con una fidelidad literalmente a prueba de balas, para formar un nuevo equipo de mercenarios capaz de acertar donde el otro, por una vez, no pudo. El cambio de dirección resulta un paso en falso: hasta acá la saga ofrecía disfrutar viendo a una caterva de héroes old school rebuscándoselas a pesar de las arrugas, de los achaques y hasta de estar físicamente imposibilitados de tirar siquiera una patada al aire como Dios manda (tal el caso del inmortal Chuck Norris en Los Indestructibles 2). Un retroceso para incorporar a media docena de jóvenes sin ningún carisma, y cuyo único punto a favor es haber conseguido que Antonio Banderas entregue su mejor personaje (dicho con absoluta convicción y sin ironías) desde el Gato con Botas de Shrek.

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Lo mejor de la saga Indestructibles es su autoconciencia.
 
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