Miércoles, 10 de septiembre de 2014 | Hoy
CINE › AMOUR FOU Y PHOENIX, DOS GRANDES FILMS DE HABLA ALEMANA EN EL FESTIVAL DE TORONTO
La película de la directora austríaca Jessica Hausner rescata el pacto de amor suicida del poeta y dramaturgo alemán Heinrich von Kleist, mientras que la del alemán Christian Petzold revisa los códigos de los clásicos melodramas de Hollywood.
Por Luciano Monteagudo
Página/12 En Canadá
Desde Toronto
El concepto de amour fou fue asumido como propio por los surrealistas franceses, particularmente por su máxima figura e ideólogo, André Breton, uno de cuyos libros, el que cierra la trilogía iniciada por Nadja y Los vasos comunicantes, lleva precisamente por título El amor loco. Pero la idea de un amor-pasión, capaz de atravesar incluso la prueba de la muerte, se remonta tanto al Romanticismo alemán como se prolongó luego en algunos melodramas del período de oro de Hollywood. Con lo cual no parece necesariamente una casualidad (¿será el “azar objetivo” del que hablaba Breton?) que dos estupendos films de habla alemana presentados en estos días en el Toronto International Film Festival –Amour fou, de la directora austríaca Je-ssica Hausner, y Phoenix, del alemán Christian Petzold– se remitan respectivamente a ambos extremos de una idea que por lo visto sigue vigente en el imaginario del siglo XXI, aunque revisada por la contemporaneidad.
Cineasta rigurosa, autora de pocas pero muy singulares películas (entre ellas la inquietante Lourdes, que pasó injustamente inadvertida por el Bafici 2009), la vienesa Je-ssica Hausner se aviene en Amour fou a recuperar la historia del pacto de amor suicida del gran poeta y dramaturgo alemán Heinrich von Kleist (1777-1811). Y lo hace con un tono absolutamente infrecuente, capaz de hablar del amor y la muerte con tanta seriedad como ligereza. Y es justamente este raro equilibrio el que hace del film de Hausner un objeto tan raro como bello, donde la reconstrucción de una época no es jamás un lastre sino, por el contrario –como sucedía en La marquesa de O (1976), del gran Eric Rohmer, basada justamente en un texto de Von Kleist–, la razón de ser y actuar de los personajes.
Sucede que Von Kleist (interpretado con una ambigüedad asombrosa por Christian Friedel, que hace de su personaje un ser a la vez apasionado, sincero y ridículo) dice sentir un peso en el alma, una enfermedad que ningún médico puede quitarle de encima, salvo la muerte. Pero no quiere morir solo, quiere compartir ese acto supremo con una mujer que comprenda su entrega y su sacrificio poético y se inmole con él, en un pacto de doble suicidio. Primero se lo propone a su prima, a quien corteja en reuniones de salón y que definitivamente no está dispuesta a acompañarlo en una empresa que a todas luces no entiende ni le importa. Pero en su afán de hallar a un alma gemela para su proyecto, Von Kleist la encuentra en Henriette Vogel, una joven madre, esposa de un amable recaudador de impuestos, a quien por unos desmayos se le diagnostica una enfermedad incurable. No sin dudas y contramarchas, Frau Vogel (Birte Schnoeink, una revelación), mansamente seducida por la intensidad platónica de la propuesta del poeta, al fin acepta. Que la autopsia de Henriette haya determinado posteriormente que no sufría ningún mal irremediable le da a la coda del relato un carácter no por absurdo menos trágico.
Lo que hace fascinante el film de Hausner es que nunca se propone como la rendición naturalista de un episodio histórico, sino más bien como una reflexión sobre la idea del amor. O las ideas, en plural, en la medida en que para Henriette su noción del amor no es la misma que para Von Kleist, aunque el poeta termina imponiendo, de manera determinante y fatal, la suya propia, no por elevada menos fútil y grotesca.
El caso de Phoenix, el nuevo y magnífico film del alemán Christian Petzold, con la misma, extraordinaria pareja protagónica (Nina Hoss, Ronald Zehrfeld) de Barbara, su notable película anterior, de alguna manera invierte la fórmula del Amour fou de Hausner: aquí no se trata de morir por amor, sino de volver de entre los muertos para revivir una pasión que parece definitivamente condenada. Berlín, 1945: Nelly, una cantante de origen judío, sobreviviente de los campos de concentración, vuelve a la ciudad, donde debe someterse a una completa reconstrucción quirúrgica de su rostro, arruinado, como su país, por las consecuencias de la guerra. Y con su nueva fisonomía, en la que ella ya no se reconoce, se lanza desesperadamente a la búsqueda de Johnny, el hombre por quien decidió sobrevivir a cualquier costo, pero que quizá pudo haberla delatado. Que cuando lo encuentre él no la identifique necesariamente con Nelly sino con la posibilidad de crear a su doble, para reclamar su herencia, no hace sino potenciar las sospechas sobre el hombre que ella está dispuesta a volver a conquistar.
Relectura crítica de los melodramas de Hollywood, que incluye referencias tanto a la inevitable Vértigo de Hitchcock (“la gran película surrealista”, según Cabrera Infante) como a A Foreign Affair (1948), con Marlene Dietrich, y La senda tenebrosa (1947), con Humphrey Bogart y Lauren Bacall, Phoenix, la película, es un poco como el decadente cabaret berlinés en el que se reencuentra la pareja y que le da su título al film: un espacio puramente ficcional, donde todo parece posible.
Con su maestría habitual para reformular los géneros clásicos y el modo de relato del cine de Hollywood, que ya demostró antes en Yella (donde deconstruía el film fantástico) y en Triángulo (una revisión contemporánea del film noir), en Phoenix Petzold, sin embargo, va imbricando las peripecias de sus personajes en un tema esencialmente alemán: las consecuencias de la Shoá, el sentimiento de culpa, la necesidad de asumir el pasado.
Phoenix hace también un espléndido uso dramático del clásico tema “Speak Low”, del compositor alemán Kurt Weill, el amigo de Brecht que no tardó en adaptar su arte a Broadway y Hollywood. Y marca el final de la fructífera colaboración de Petzold con su colaborador habitual, Harun Farocki, fallecido un par de meses atrás, quien como cineasta trabajaba en el campo del ensayo documental, pero como el fiel guionista del autor de Barbara lo empujaba en cambio a profundizar en las posibilidades que aún hoy –y Phoenix viene a confirmarlo– permite el cine de género.
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