CINE › FORCE MAJEURE - LA TRAICIóN DEL INSTINTO, DEL SUECO RUBEN ÖSTLUND
Con una puesta en escena de típico “estilo nórdico”, caracterizada por su impasibilidad entomológica e hipercontrol de todos los elementos, el cuarto largometraje del director sueco plantea una crisis familiar que traslada al espectador.
› Por Horacio Bernades
Dejando de lado el género de terror, donde desde los años ’70 constituye toda una variante genérica (desde Las colinas tienen ojos, Carrera contra el diablo y La violencia está en nosotros hasta Hostel & Cía), podría considerarse a Force Majeure representante de un tópico cinematográfico al que habría que nombrar como “de malestar vacacional”. Minitópico, en verdad, ya que la otra exponente del rubro que el cronista recuerda es la uruguaya Tanta agua (2013), donde dos chicos se aburrían junto a su papá en un recreo demasiado lluvioso. Aquí el escenario es, como en la también reciente La hermana (2012), una pista de esquí alpina. Todo está bien en el seno de una familia sueca (la película es mayormente de ese origen), hasta que todo empieza a estar mal. Elegida Mejor Película en la sección Un Certain Regard de la última edición de Cannes, Force Majeure –que en Argentina se estrena con el subtítulo La traición del instinto– plantea qué pasa con los lazos familiares, en una situación de “sálvese quien pueda”. Lo más interesante es el modo en que la pregunta pasa al espectador.
Y no es que la cuarta película de ficción de Ruben Östlund (Suecia, 1974) sea una con la que se empatice fácilmente. No al menos en primera instancia. Puesta en escena con lo que podría llamarse “estilo nórdico” –impasibilidad entomológica, distancia, fijeza de los planos, hipercontrol de todos los elementos–, Force Majeure transcurre enteramente en esa pista de esquí innominada, desde el arribo hasta el intento de partida de la familia protagónica. Familia tipo: papá y mamá cuarentones, hijo e hija de entre 10 y 13 años. Impecable y aséptico hotel cinco estrellas, en medio de la nieve. Atención profesional, amplias habitaciones calefaccionadas, completos equipos de esquí, mañana y tarde arriba y abajo por las laderas. Cena temprana en la terraza del hotel, asomada al espectacular marco de alrededor. De pronto, el sonido de una explosión, un ligero alerta y la sorpresa ante una avalancha de nieve que viene directo hacia el hotel. Todo el mundo a cubrirse, mientras la falla familiar queda al descubierto.
A la manera de Michael Haneke, Östlund narra en tres etapas: “normalidad” cotidiana, disrupción, regreso a una cotidianidad que ya nunca más será la misma. La diferencia con el realizador austríaco es que no condena a sus personajes en forma total y definitiva –y a través de ellos a la Humanidad in toto–, sino que plantea una situación muy específica, en la que el instinto de sobrevivencia animal puede imponerse por sobre afectos, lealtades, compromisos asumidos, la propia ética. Östlund es, si se quiere, menos calvinista que el realizador de La cinta blanca. Más semejante a la técnica-Haneke es el modo en que el realizador sueco trabaja lo larvario, dejando que vaya asomando a la superficie por pequeñas grietas, silencios abruptos en la conversación, momentos de incomodidad que el realizador dosifica con timing preciso. Genera particular malestar la falta de intimidad de Tomas y Ebba, que para discutir, y hasta para quebrarse, deben salir al pasillo del hotel, dado que en la habitación están los hijos (que a su vez se sienten violentados, y reaccionan agresivamente, ante la tensa situación entre los padres). Cuando salen, un empleado de limpieza aprovecha para curiosearlos.
La sospecha del otro, del ser querido, comienza a contagiarse como un virus, traspasándose a una pareja amiga. Se genera una suerte de universalización de la desconfianza, que es también del “defecto de fábrica”. Antes del final, Tomas tal vez pueda redimirse ocasionalmente de su falta, así como, inversamente, él no será el único que en una situación de stress se comporte más como monstruo que como héroe. ¿Como podría quizá sucederle a cualquiera en esa situación? Esa es la pregunta básica que Force Majeure deja flotando, de modo inquietante. Como suele ser norma en el cine nórdico, las actuaciones son sobresalientes. No es fácil dejar asomar el enojo, la angustia, el miedo, la violencia contenida, la vulnerabilidad y que todo ello se mantenga justo en ese borde, con apenas alguna explosión ocasional. Johannes Kuhnke, en el papel de Tomas, y Lisa Loven Kongsli, en el de Ebba, lo hacen con maestría.
Force Majeure, Suecia/Francia/Dinamarca/Noruega, 2013
Dirección y guión: Ruben Östlund.
Fotografía: Fredric Wenzel.
Duración: 118 minutos.
Intérpretes: Johannes Kuhnke, Lisa Loven Kongsli, Clara Wettergren, Vincent Wettergren, Kristofer Hivju, Fanni Metelius.
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