Vie 14.11.2014
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CINE › TONTO Y RETONTO 2, DE BOBBY Y PETER FARRELLY, CON JIM CARREY Y JEFF DANIELS

Escatología melancólica y crepuscular

Veinte años después de la película original, que fue todo un estandarte para lo que luego se conoció como Nueva Comedia Americana, los hermanos Farrelly batallan contra el óxido de los mecanismos humorísticos de fines del siglo pasado.

› Por Ezequiel Boetti

La reciente Boyhood hablaba acerca del tiempo. Interestelar, el paquidermo más grande y bobo del prontuario de Christopher Nolan, hacía lo propio elevando la ambición hasta terminar ensayando, ni más ni menos, un abanico de formas para deconstruirlo y someterlo a la voluntad del hombre. Tonto y retonto 2 también aborda las consecuencias del tiempo, en este caso de manera lateral pero indisimulable. Esto no sólo por la conciencia manifiesta de las arrugas que mapean los rostros de Jim Carrey y Jeff Daniels; también por un tono tristón que marca el tercer eslabón consecutivo de la filmografía de Bobby y Peter Farrelly atravesado por la certeza de que el reloj avanza tanto de éste como de aquel lado de la pantalla.

El quiebre arrancó a partir del momento en que los hermanos pasaron la barrera de los 50. La primera película con medio siglo a cuestas fue Pase libre, centrada en un grupo de casados que decide tomarse una semana para dedicarse pura y exclusivamente a la joda con el objetivo de insuflarle aire a sus alicaídos matrimonios. El salvajismo y la explicitud (recordar el estornudo y la pared llena de mierda en el baño) no quitan, sin embargo, la aceptación de la imposibilidad de volver al pasado: los hombres crecieron y ahora están, incluso contra sus voluntades, perfectamente conformes con las vicisitudes de la adultez. Los Farrelly siguieron reflexivos y se despacharon con Los Tres Chiflados, un homenaje a la serie homónima cuya blancura la convierte en una comedia anómalamente naif en los parámetros habituales de la obra conjunta. Y así llegaron a la secuela oficial (existe una precuela de 2003) de aquel film estrenado en 1994 que con el correr de los años adquirió un status de referencia para los estandartes de la segunda era de la Nueva Comedia Americana: fue, al fin y al cabo, la irrupción de la estupidez en primer plano, la aceptación de la escatología en el mainstream y, con esto último, el corrimiento de los límites acerca de lo mostrable y las maneras de hacerlo.

Es justamente en la forma de aceptar ese rol canónico donde está el corazón de Tonto y retonto 2. Tal como ocurre con los últimos trabajos de Adam Sandler, otro exponente de la línea fundadora del NCA, el film es una batalla contra el óxido de los mecanismos humorísticos de fines del siglo pasado, encarnada aquí a través de la apelación a chistes de una tónica similar a los vistos dos décadas atrás y en un argumento prácticamente calcado. Habrá otra vez un viaje –desatado a raíz de la búsqueda de la supuesta hija de uno de ellos para pedirle el riñón para un trasplante– que servirá de excusa poner a estos boludones nuevamente en la ruta y desatar el habitual show de morisquetas de Jim Carrey, quien, como ocurre en diez de cada diez de sus trabajos, polarizará a la platea entre amantes y detractores. Lejos del tono contenido y ominoso de su Steve Gray en la aquí no estrenada El increíble Burt Wonderstone, el actor es el centro humorístico de un film que escupe mil chistes por segundo, incluidos los de los esperables pedos farrellyanos.

Claro que lo que antes era provocador hoy está normalizado, y difícilmente alguien respingue la nariz o se sorprenda ante el zarpe de Tonto y retonto 2. Seguramente conscientes de lo anterior, los directores construyen una película anacrónica que elige hacerse cargo de su condición mediante un tono melancólico y crepuscular y que opera menos como secuela que como homenaje a la piedra basal del humor de los Farrelly y, con él, al paradigma cómico instalado por ellos: allí estarán, entonces, la camioneta-perrera, los cameos de personajes de la primera y los créditos finales ilustrados con imágenes de ambas películas para evidenciar que veinte años podrán no ser nada, pero que en este caso son todo.

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