Vie 14.11.2014
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CINE › EL MUERTO Y SER FELIZ, DE JAVIER REBOLLO, CON JOSE SACRISTAN

Por las rutas argentinas hasta el fin

El opus 3 del director madrileño atraviesa una Argentina a la que muestra en estado de abandono, semirruinosa. Tanto como el propio protagonista, derruido asesino a sueldo y paciente terminal, consagratorio trabajo del ya veterano Sacristán.

› Por Horacio Bernades

Con considerable retraso se estrena en la Argentina El muerto y ser feliz, que en noviembre de 2012 tuvo a su cargo la apertura del Festival de Mar del Plata, tras su presentación en San Sebastián. Coproducción hispano-franco-argentina enteramente filmada en nuestro país, en su carácter de film de caminos el opus 3 del madrileño Javier Rebollo atraviesa una Argentina a la que muestra en estado de abandono, semirruinosa. Tanto como el propio protagonista, derruido asesino a sueldo y paciente terminal, a quien un reaparecido José Sacristán encarna de modo notable. Tanto, que el papel representó para él el primer Goya de su vida, anticipado por el premio al Mejor Actor en el festival vasco.

Septuagenario, Santos sale de un hospital porteño con una provisión de frascos de morfina para aliviar el dolor. En una oficina tan menesterosa como podría serlo la de un policial negro, un tipo (el colega uruguayo Jorge Jellinek, inolvidable protagonista de La vida útil) le hace un encargo y le paga por él. Lanzado al camino, Santos fracasará. Temiendo que su contratista vaya por él, el killer viejo y enfermo emprenderá una fuga hacia delante, a bordo de un Falcon rural de los ’70 que, como si se tratara de un fiel corcel (¿referencia al western, a las novelas de caballería?), tiene nombre: Camborio. Las rutas argentinas llevarán a Santos hasta el fin, en compañía de una chica llamada Erika, a la que levanta en una estación de servicio (la actriz uruguaya Roxana Blanco).

Amable y llevadero, aunque lleno de arbitrariedades, el de Rebollo –de quien en la Argentina se estrenaron sus dos films previos, Lo que sé de Lola (2006) y La mujer sin piano (2009)– se propone ser un film lúdico. Pero queda atenazado por un guión tan férreo como literario. Los diálogos suenan demasiado escritos y, si hay un protagonista en la película, parecería ser el relato off. En una de varias resoluciones caprichosas, lo asume una voz femenina no identificada... salvo en las escasas ocasiones en que lo hace un par de voces masculinas, tampoco identificables. Como en Historias extraordinarias –cinéfilo omnívoro, Rebollo está muy familiarizado con el cine argentino–, ese off anticipa lo que va a suceder. En el film de Llinás, lo narrado y lo visto se cedían la posta. En la película de Rebollo –coescrita por el realizador madrileño junto a su compatriota Lola Mayo y el argentino Salvador Rosselli–, lo que el off anuncia en una escena sucede en la siguiente.

Haciendo del pleonasmo una herramienta narrativa, Rebollo intenta juegos que por esporádicos no llegan a construir una lógica autónoma. Tras una escena en la que se tirotea a dos metros de distancia, y no mata ni lo matan, la narradora define a Santos como “un asesino que no asesina”. Minutos después, el hit-man comienza a nombrar en voz alta a todas las personas que mató en su vida. La chica del off lo describe como un tipo impaciente, y enseguida como paciente. ¿Quiebre deliberado de un verosímil clásico? Sólo si fuera sistemático, y no lo es. Otro tanto con respecto a algunas disyunciones entre lo que se dice y lo que se ve, así como abruptos silenciamientos de la banda sonora. El problema no son las disyunciones o silenciamientos, sino su carácter espasmódico.

El guión impone puntos de vista desde el off, dejando al espectador sin opciones y estableciendo situaciones que parecen “sacadas de la galera”. A pesar de todo ello, El muerto... no es una película que merezca tomatazos ni mucho menos. Es, simplemente, un film fallido de un director que, con dos films estimables a sus espaldas, parece haber intentado una forma de locura narrativa a la que su carácter autoimpuesto convierte en movimiento falso. Tanto Roxana Blanco como, sobre todo, José Sacristán se entregan a sus personajes con una coherencia que al film no le sobra. Convirtiendo en herramienta de primera calidad expresiva su legendaria “cara de acelga”, lo del veterano actor de Solos en la madrugada y La colmena es un regreso a toda orquesta, que la siguiente Magical Girl –que se verá en Mar del Plata en días más– no haría más que confirmar.

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