Vie 28.11.2014
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CINE › COREA Y FRANCIA EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL DEL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA

Dos melodramas, cada uno a su manera

En Sanda, de Park Jung-bum, la disolución familiar de la clase trabajadora hace pensar en una versión atenuada de Rocco y sus hermanos, mientras que en La chambre bleue, el actor y director Mathieu Amalric estiliza un drama pasional de Georges Simenon.

› Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

Podría pensarse que es demasiado lo que le pasa a Jeong-chol, protagonista del film coreano Sanda, que para su distribución internacional se conoce como Alive. En el pozo de construcción en el que trabaja, el capataz desaparece sin pagar y él encima se opone al resto de sus compañeros, que quieren cobrarse la deuda en materiales. Por lo cual queda marcado de allí en más como carnero y traidor. La esposa se le va, queda a cargo de una hermana suicida y la hija de ésta, a su mejor amigo hay un par de neuronas que no le hacen sinapsis y todos ellos terminarán poniéndolo en problemas mayores luego de que se conchabe en una planta sojera familiar. Demasiado, sí. Pero el opus 2 de Park Jung-bum, que interpreta con fiereza al protagonista, es un melodrama, y el melodrama es el género del demasiado. Incluyendo la duración, que es de 175 minutos. Presentada en los festivales de Locarno y Toronto, Sanda o Alive participa de la Competencia Internacional del 29º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. En esa misma sección se presenta la francesa La chambre bleue, en la que luego de su magnífica Tournée, estrenada un par de años en Buenos Aires, Matthieu Amalric, más popular como actor que como realizador (llegó a ser villano Bond en Quantum of Solace), se mete con George Simenon.

En la primera escena de Alive se ve a Jeong-chol talar un árbol y trasladarlo luego dificultosamente a una camioneta. Todo con mucho esfuerzo y en medio de la nieve, lo cual indica temperaturas bajo cero. Melodrama de disolución familiar de clase trabajadora, la película dirigida e interpretada por Park Jung-bum, presente en Mar del Plata, puede verse como una Rocco y sus hermanos con sus acentos político, social y económico atenuados. Más que una tragedia de pobres, Alive traza una épica individual contra la adversidad, con el muy pragmático protagonista haciendo todo lo necesario para sobreponerse al infortunio. Aunque esto signifique agarrarse a trompadas (y recibirlas), deslomarse haciendo lo que pinte, encerrar en una habitación tapiada a su hermana loca o, como queda dicho, ir en contra de los camaradas de armas. Jung-bum no le pide al espectador que se hunda en la falsa piedad y el emocionalismo, sino que observe cómo se arma y desarma el rompecabezas de la vida del protagonista y quienes lo rodean, con las suficientes elipsis como para que haya que completar los espacios en blanco.

Claramente influida por Cassavetes (The Killing of a Chinese Bookie, sobre todo), Tournée era una de esas películas en las que –por libertad, dinámica y encanto de unos personajes a contracorriente– dan ganas de quedarse a vivir. La chambre bleue no. Basada en la novela homónima de Georges Simenon e interpretada por el propio Amalric (que en ese rol está, como siempre, inmejorable), la película lo presenta en el papel de marido y padre burgués, flechado por una dama que le vuela la tapa de los sexos. Nada nuevo: la vieja historia del triángulo, que deriva en crimen. Coautor de la adaptación, Amalric narra de modo fragmentario, daría la impresión de que más que por convencimiento, para darle alguna vuelta de tuerca a una historia tantas veces contada. La acronología queda como un manierismo más de una película que, a falta de temperatura emocional y compromiso con lo que está narrando, opta por el adorno de la forma (saltos de raccord, planos detalle como de comercial de televisión, encuadres que parecen estudiados durante semanas) y por una frialdad que parece la de la casa del protagonista, puro vidrio y líneas rectas.

En su origen, una serie televisiva (cuatro episodios de una hora), P’tit Quinquin, incluida en la sección Autores (su autor es Bruno Dumont), es hasta el momento la película más sorprendente del festival. Si algo no mostró jamás en su obra el realizador de La vida de Jesús, L’Humanité y Fuera de Satán fue sentido del humor. P’tit Quinquin lo tiene en tal medida que hizo desternillar de risa a la sala entera del cine Ambassador, en sus dos funciones. El esqueleto de la historia es Dumont en estado puro: en una aldea rural normanda (región donde nació el realizador y donde suelen transcurrir sus películas) se sucede una serie de crímenes espantosos, que hacen pensar que el mal se ha adueñado de la Tierra. El mal, la brutalidad y la falla cromosómica. A alguna de las víctimas, el asesino las troza y se las mete en el culo a las vacas que van y vienen por la zona. Algunos personajes son idiotas, otros sufren alteraciones neurológicas congénitas. Pero sucede que esta vez todo ese morbo tan característico está puesto al servicio del absurdo, el disparate, la pura diversión.

Utilizando como de costumbre actores no profesionales, la serie adopta el punto de vista del protagonista, el pequeño Quinquin del título, y su barrita de amigos, unas pieles de Judas que se la pasan haciendo pequeñas maldades, tirando petardos y buscando pelea. Con su audífono de hipoacúsico y su labio leporino operado, Quinquin está perdida y profundamente enamorado de una vecinita. ¿Amor en el cine de Dumont, que no se reduzca al pone & saca al que esa efusión humana suele limitarse en sus películas? Sí señor, y sumamente conmovedor. ¿Disparate? Todo el posible, empezando por una pareja de investigadores compuesta por un inspector con más tics faciales que el Inspector Dreyfus de la serie La Pantera Rosa, y un ayudante más dado a filosofar que Matthew McConaughey en True Detective. Ambos, irremediablemente lelos. Siguiendo por un anciano que pone la mesa arrojando los cubiertos desde un par de metros de distancia, y por un cura y su ayudante interpretados por actores que hacen una escena entera tentados de risa. En el medio y más allá de las atrocidades que son el núcleo de la película, Dumont se las arregla para incluir a un chico musulmán que como respuesta al racismo de una vecinita se pone a disparar sobre todo el que pasa, al grito de “¡Allah Akbar!”. Lamentablemente ya no quedan funciones de P’tit Quinquin en Mar del Plata, porque como muchas otras películas tuvo sólo un par de pasadas, así que habrá que recurrir a Internet para gozar de esta reinvención de un autor cuyo mundo parecía cerrado para siempre.

¿Puede un corto institucional de poco más de un minuto tener el valor de una película? Es más: ¿puede ser acaso una obra maestra? Fernando Spiner, director artístico del festival, puso el institucional de la 29º edición del Ficmdp, que se proyecta antes de cada función, en manos de Esteban Sapir (Picado fino, La antena), que lo grabó en su color favorito, el blanco y negro. Aprovechando que el festival cumple 60 años, Sapir hace que las luces de un viejo auto, de los faroles callejeros o del faro proyecten en los muros de la rambla películas que fueron parte de él (Crónica de un niño solo, Juventud, divino tesoro, Jules et Jim, Il sorpasso, Busco mi destino), hallando vinculaciones escenográficas entre ambos espacios. Todo, con una extraordinaria banda de sonido, compuesta para la ocasión por Axel Krygier. La respuesta es, entonces: Sí, un institucional de poco más de un minuto puede ser una obra maestra.

* Sanda/Alive se exhibe por última vez hoy a las 14.30 en el Auditorium. La chambre bleue, a las 16.30 en el Ambassador 4.

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