Jueves, 4 de diciembre de 2014 | Hoy
CINE › EXODO: DIOSES Y HOMBRES, DE RIDLEY SCOTT, CON CHRISTIAN BALE, SIGOURNEY WEAVER Y BEN KINGSLEY
Después de Noé, la Meca presenta su segunda superproducción bíblica 2014. Superespectáculo impávido y ultradigitalizado, el nuevo mamotreto del director de Gladiador es un concentrado de problemas del Hollywood contemporáneo.
Por Horacio Bernades
Cuando anda necesitado de espectáculo, Hollywood lee La Biblia. Lo hizo en tiempos del cine mudo, cuando se consolidaba como el entretenimiento más popular del planeta, y echó (cuatro) mano(s) de ella en los años ’50, cuando recurrió al CinemaScope para pelearle público a la tele. Buscando otra vez un tamaño que pantallas cada vez más chicas no puedan reproducir, unos meses después de Noé la Meca presenta su segunda superproducción bíblica del 2014. Superespectáculo impávido, orquestado por un Ridley Scott cada vez más a años luz de Alien y Blade Runner, Exodo: dioses y hombres es un concentrado de problemas del Hollywood contemporáneo. Problemas que por su carácter modélico es útil catalogar.
1) Gran espectáculo sin sentido del espectáculo. En la primera parte de Exodo: dioses y monstruos, que transcurre en la Corte del faraón Seti (John Turturro), Ridley Scott cultiva de a ratos cierto lujo visual en interiores, de la mano de su director de fotografía, el polaco Dariusz Wolski. Así como un amago de monumentalismo en exteriores. Monumentalismo culposo, que deja a los gigantescos ídolos egipcios de fondo y al paso, para peor digitalizados (ver punto 5). Por huir de la espectacularización, el film de Scott cae –contando paradójicamente con un presupuesto de cientos de millones de dólares– en la menesterosidad escenográfica. En términos dramáticos, el cruce del Mar Rojo, que en la versión De Mille era memorable, en la de Scott es patético. En lugar de partirse espectacularmente en dos, como en Los diez mandamientos (1956), el mar de Exodo se va secando de a poquito, hasta quedar convertido en un charco como de Pampa Húmeda.
2) ¿Historia, mito, aventura? Típico guión en el que intervinieron demasiadas manos (cuatro pares), Exodo: dioses y hombres no termina de decidir qué está contando y cómo quiere hacerlo. Siempre muy serio, Scott se mantiene preso de un realismo en el que sin embargo termina poniendo en escena a... ¡Dios! Cuando Moisés se va a pensar al desierto y se le aparece la famosa zarza ardiente, los guionistas y Scott corrigen La Biblia, porque les resulta demasiado ridícula. En lugar de hacer hablar a la zarza, hacen aparecer a un chico bastante insoportable, que mandonea a Moisés (Christian Bale, que en casi toda la película luce un cortecito de pelo muy cuidado, mientras a su alrededor todos llevan las mechas más arenosas del mundo). Ese chico, al que sólo el protagonista ve, es, sí, el Señor.
3) Ojo con ofender a alguien. Si a algo teme Hollywood son los juicios, por lo cual todas sus grandes producciones se esmeran en borrar con el codo lo que escriben con la mano. Acá es todo un problema el carácter vengador del Dios de los hebreos, que desata sobre Egipto las famosas doce plagas, que terminan nada menos que con el asesinato de todos los niños que no sean miembros del Pueblo Elegido. Antes de ello, el bueno de Dios destruye todo y a todos: cosechas, plantaciones, campesinos. ¿Cómo defender a un Dios así? Recurriendo al “aquí no ha pasado nada”. Después de ese ataque de ira, el Pueblo Elegido, hasta entonces pueblo esclavo, marcha a la Tierra Prometida, gracias a la labor previa del Niño (otra que la corriente del mismo nombre). La propia película no sabe si simpatizar con sus héroes: el elegido Moisés y Ramsés, su medio hermano, nuevo faraón, actual rival a muerte y castigo del pueblo hebreo (el insoportable sobreactor británico Joel Edgerton), parecen intercambiables.
4) Cómo (no) construir personajes. En alguna enterrada napa del guión se entrevén dos elementos básicos del personaje Moisés. Uno es su problema identitario, a partir del momento en que descubre que no es de origen egipcio, como siempre creyó, sino hebreo. El otro es que, más que creer en Dios, como Charlton Heston, este Moisés se limita a seguir su mandato, sin entenderlo mucho ni saber muy bien a dónde lo lleva. Interesantes ambas características, en tanto harían de él un héroe moderno. El escaso desarrollo las disuelve en la arena. Aún más subdesarrollados están los personajes de Josué (Aaron Paul, socio de Walter White en Breaking Bad), Sigourney Weaver (esposa de Seti y mamá de Ramsés) y Nun, líder de los ancianos sabios hebreos (Ben Kingsley). Ninguno de ellos hace nada.
5) Digital es no-real. Lo único para lo que sirven los baños de digitalización en los que Hollywood sumerge a sus grandes productos es para borrar de ellos toda sensación de realidad, materialidad, fisicidad. Es lo que sucede aquí con los ídolos y monumentos egipcios y, sobre todo, con la escena de la caída al vacío de medio ejército egipcio, que debería ser sobrecogedora y espectacular y sin embargo no genera nada, porque es evidente que esos caballos y jinetes están digitalizados, no corren ningún peligro y no caen a ningún vacío.
Indecisa, desdramatizada, digital, dramática y visualmente pobre, contando algo más grande que la vida como si fuera más pequeño. Así es Exodo: dioses y hombres, epítome del Hollywood contemporáneo.
(Exodus: Gods and Kings, G.B./EE.UU./España, 2014.)
Dirección: Ridley Scott.
Guión: Adam Cooper, Bill Collage, Jeffrey Caine y Steve Zaillian.
Fotografía: Dariusz Wolski.
Música: Alberto Iglesias.
Duración: 150 minutos.
Intérpretes: Christian Bale, Joel Edgerton, Aaron Paul, Sigourney Weaver, Ben Kingsley, Indira Varma, María Valverde, John Turturro.
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