Viernes, 9 de enero de 2015 | Hoy
CINE › DE TAL PADRE, TAL HIJO, DIRIGIDA POR EL JAPONES KOREEDA HIROKAZU
El descubrimiento que hacen dos familias de que sus hijos fueron intercambiados al nacer sirve al realizador japonés para poner en pantalla el dolor y las dudas de padres, madres e hijos. Y lo hace en un tono medido, ajeno a estridencias emocionales.
Por Diego Brodersen
“Esto solía ocurrir hace un tiempo, pero ya no es algo común.” Palabras más, palabras menos, eso es lo que el director del hospital les dice, a modo de particular consuelo, a dos parejas de padres que acaban de confirmar el peor de sus miedos. Es que sus hijos, a quienes criaron durante cerca de seis años, no son biológicamente tales, intercambiados al nacer por razones que De tal padre, tal hijo da a conocer a mitad de camino, en una de las escasas vueltas de tuerca melodramáticas de un film jugado a un tono medido, ajeno a estridencias y explosiones emocionales. Esa preferencia por el recato narrativo está perfectamente alineada con un ideal de clasicismo nipón que el realizador Koreeda Hirokazu viene desarrollando desde su ópera prima, Maborosi (1995), y que los espectadores locales han podido apreciar en estrenos comerciales como La vida después de la muerte o Nadie sabe. Noveno largometraje de ficción en su filmografía, De tal padre, tal hijo –ganador del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes 2013– vuelve también a una de sus obsesiones más sobresalientes: el entramado familiar y las relaciones entre padres, madres e hijos.
Pero a diferencia del gran Yasujiro Ozu, que solía dibujar lo trivial y ordinario en cada uno de los clanes representados en sus películas, Hirokazu ha demostrado interés por lo inusual, lo fuera de norma: el suicidio en Maborosi, el abandono parental en Nadie sabe, el asesinato en Hana, su única película histórica. Incluso en Still Walking (editada en DVD en la Argentina con el título Un día en familia), su película más cercana en esencia al espíritu de Ozu-san, hay más de un secreto familiar esperando ser destapado como si se tratara de una olla a presión. En su última película, lo excepcional cae inesperadamente como una bomba sobre el natural devenir de las familias Nonomiya y Saiki, cotidianidad no exenta de roces y resquemores, en particular en la primera de ellas. Es que el papá de Keita, exitoso arquitecto con cargo ejecutivo en una gran firma, es de esos adictos al trabajo que poco y nada de tiempo le dedican a su esposa e hijo, amén de ser dueño de un carácter exigente y poco cariñoso. La familia de comerciantes Saiki, en cambio, mucho más numerosa y cercana a una idea de clase media sobreviviente, tiene en su figura paterna a un personaje bonachón, menos interesado en ascensos sociales que en la convivencia y el afecto del día a día, algo que el hijo mayor, Ryusei, parece indudablemente disfrutar.
Hirokazu trabaja conscientemente a partir de esa clase de simplificaciones y opuestos de idiosincrasia y clase, condición que puede ser apreciada indistintamente –o complementariamente– como uno de sus fuertes y su mayor debilidad. Si el film pierde en potencia dramática merced a cierto esquematismo en la construcción de los personajes –y una tendencia a resolver cuestiones peliagudas con elipsis no siempre convincentes–, son precisamente esos elementos los que le permiten al realizador correrse momentáneamente del realismo psicológico para transitar los caminos de la fábula. Asimismo, De tal padre... evita la carga metafórica de otro film reciente con temática similar, la francesa El otro hijo, que transformaba el origen palestino y judío de los retoños en reservorios alegóricos de determinada situación política y social. Lógicamente, resulta claro desde un principio que la cuestión del enroque de hijos será uno de los planteos centrales del relato: ¿Keita o Ryusei? ¿Qué condición tiene más peso emocional, la consanguinidad o la crianza? ¿Es el hijo biológico desconocido más o menos vástago que aquel al cual se amó durante años?
Si bien De tal padre, tal hijo dedica tiempo en pantalla al dolor y las dudas de padres, madres e hijos, lo cierto es que el centro de gravitación dramático nunca deja de ser el de Papá Nonomiya, un dechado de miedos, conflictos y algún que otro trauma detrás de una fachada de esposo, padre y empleado impoluto. En ese sentido –y más allá de la espectacularidad de la situación que les toca atravesar a todos los personajes–, el film es en el fondo una reflexión sobre las penas, dificultades y felicidades de la paternidad, entendida ésta como sacrificio máximo en el altar del egoísmo. Tal vez por ello el cierre de la historia, abierto a múltiples interpretaciones, parece ser el único posible, como si Koreeda Hirokazu afirmara, con una simple imagen antes de los títulos de cierre, que padre no se nace, se hace al andar a los tropezones.
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