Jueves, 15 de enero de 2015 | Hoy
CINE › 13 PECADOS, DE DANIEL STAMM, REMAKE HOLLYWOODENSE DE LA TAILANDESA 13 GAME SAYAWNG
El realizador alemán arranca su película con el acelerador a fondo, involucrando al espectador en la historia de un hombre sometido a una serie de pruebas cada vez más complicadas. Pero su última parte cae en la tentación de una resolución esperanzadora.
Por Diego Brodersen
La cosa arranca bien arriba, durante una ceremonia en la cual se homenajea a un distinguido profesor universitario. Llamado a dar el habitual discurso, el veterano docente se despacha en cambio con un par de chistes zafados y, ante el espanto de la audiencia, toma un cuchillo de la mesa y corta piel, carne y falange de la presentadora. ¿Demencia senil, locura momentánea? 13 pecados, remake bastante fiel del largometraje tailandés 13 game sayawng (2006), de Chookiat Sakveerakul, traslada la acción de la Bangkok original a Nueva Orléans, manteniendo intactos concepto y tono básicos. Según la explicación de un investigador (interpretado por Pruitt Taylor Vince, el único actor de Hollywood con nistagmo), diseñada para desasnar un poco al espectador, desde tiempos romanos un grupo de poderosos viene entreteniéndose secreta y sádicamente con la vida de algunos pobres elegidos, un poco a la manera de los antiguos dioses griegos. Ahora le ha tocado el turno a Elliot Brindle (Mark Webber), un tipo buenazo y algo ingenuo al que, a punto de casarse y con su pareja cursando embarazo, lo rajan del laburo el mismísimo día en que imaginaba le regalarían un ascenso. O sea, un auténtico loser, como suele decirse en los países de habla inglesa.
Y así llega el primer llamado al teléfono celular, invitando al protagonista a jugar el mentado juego. La primera prueba es fácil: matar una mosca. La segunda algo asquerosa: comerla. Cosa que Elliot hará sin chistar, a pesar de que –metáfora de metáforas– en general no mataría “ni a una mosca”, por las dudas sea cierto que hay premios en efectivo, que la plata se necesita con urgencia. Los once desafíos restantes no serán tan sencillos, poniendo al héroe en situaciones cada vez más delicadas y en problemas con la ley. Afinando un poco la puntería luego de la alicaída El último exorcismo, el alemán Daniel Stamm se despacha con una de esas películas que parecen versiones ampliadas –y algo más crueles– de un capítulo de La dimensión desconocida o alguna otra serie de unitarios similares. En otras palabras, 13 pecados tiene poco tiempo para detenerse en explicaciones –al menos hasta su cierre moralista–, pisando el acelerador desde la primera escena e involucrando al espectador en un relato ingenioso y veloz, atractivo precisamente por su inverosimilitud y desparpajo, alternando escenas de suspenso clásico con otras donde el humor negro y el grand guignol toman el centro de la escena.
Por ahí aparece el gigantesco Ron Perlman como el detective que huele algo raro en el aire, transformando el relato, por momentos, en un juego de gatos y ratones. Aunque, como suele decirse, nada es exactamente lo que parece: 13 pecados, que forma parte de ese grupo de películas cuya historia transcurre en poco menos de 24 horas, guarda varias vueltas de tuerca para sus últimos minutos. Si el relato finalmente no es tan salvaje como parecía puede buscarse a los responsables en cierto empantanamiento en el último tercio de metraje y en su resolución esperanzadora, que borra con el codo de un falso humanismo la misantropía que había logrado esforzadamente construir. A diferencia de la original tailandesa, donde al pobre tipo no le quedan muchos caminos para la redención y el karma se pone cada vez más espeso y pegajoso. Desemejanzas entre la tradición cristiana y la budista, que les dicen.
13 Sins,
Estados Unidos, 2014.
Dirección: Daniel Stamm.
Guión: David Birke y Daniel Stamm.
Fotografía: Zoltan Honti.
Montaje: Shilpa Sahi.
Música: Michael Wandmacher.
Duración: 93 minutos.
Intérpretes: Mark Webber, Ron Perlman, Rutina Wesley, Devon Graye, Tom Bower.
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