Jueves, 5 de febrero de 2015 | Hoy
CINE › NAOMI CAMPBEL, FILM CHILENO CON DIRECCIóN DE CAMILA JOSé DONOSO Y NICOLáS VIDELA
El documental narra la odisea de Paula Yermén Dinamarca, ciudadano/a chileno/a, a quien para terminar de sentirse mujer le falta sólo un corte, el del cambio de sexo. “Yo no quiero volverme mujer, yo ya soy”, dice la protagonista.
Por Horacio Bernades
Podría parecer casualidad pero no lo es: por primera vez en la historia de la exhibición cinematográfica en Argentina, dos films chilenos comparten cartel en Buenos Aires. Dos documentales, para más datos. La semana pasada se estrenó El vals de los inútiles, mirada tangencial sobre la lucha por la educación gratuita en el país vecino. Hoy toca el turno a Naomi Campbel (así, con una sola ele), que en la última edición del Bafici participó de la Competencia Oficial Internacional. La loable coincidencia en cartelera es producto de la existencia de distribuidoras y salas alternativas locales, pequeñas pero dispuestas a apostar a lo diverso. Lo diverso admite en este caso una doble acepción: la ópera prima de Camila José Donoso y Nicolás Videla narra la odisea de Paula Yermén Dinamarca, ciudadano/a chileno/a, a quien para terminar de sentirse mujer le falta sólo un corte, el del cambio de sexo. El carácter de odisea tiene que ver, en parte, con escaseces económicas, y tal vez en mayor medida con la escasa disposición de un establishment social que la película insinúa tan conservador como se sabe que es.
Por la forma en que le habla a la paciente, el cirujano parece un cura. No cualquier cura, sino de esos que prometen purgatorios. Le habla de situación dramática, de que es un tema muy serio, le dice que “como todo lo que sucede en Chile, no te va a salir gratis”, extendiendo la gratuidad de lo monetario a lo moral. El diálogo parece escrito, y casi seguramente lo está. En Naomi Campbel lo documental y lo ficcional se fusionan al punto de lo inextricable. Y al punto de ya no importar. Lo que importa es que hay un relato, que tiene un hilo narrativo pero permite la intrusión regular de insertos documentales –filmados por la protagonista en video casero y narrados en off–, hay una heroína y unos secundarios que orbitan a su alrededor, hay una progresión con zonas lacunares y una estética sostenida. Hay una película. Orgánica y muy meditada: cero espontaneísmo, aquí.
“Toy curá”, ríe Yermén mientras filma las calles de su barrio, en la primera de varias excursiones nocturnas. Traduciendo al castellano, está borracha. Ni aun así pierde Yermén el pie a tierra, una estabilidad que parece tanto física como emocional y que a la larga le permitirá reconvertir la derrota en un nuevo comienzo. Esa es justamente la idea que la obsesiona: cortar y dar de nuevo. De unos treinta y largos, cuarenta, Yermén vive en una casita modesta, en un barrio tan humilde que los vecinos cartonean. Trabaja como tarotista telefónica. Es instruida, sensible, inteligente, delicada y, por lo que puede verse, sumamente paciente. Sobre todo cuando le toca hacer de paciente.
“Yo no quiero volverme mujer, yo ya soy”, frena, gentil pero firme, a un productor de reality que, como el médico, insiste en plantear su situación como drama. Se entiende que una vez operada Yermén quiera irse de allí: las vecinas chusmean que es bruja, tal vez por lo del tarot, tal vez porque profesa una suerte de animismo ancestral, que la lleva a hablar de un resto de árbol como “puerta dimensional”. Y a practicar entre sus pliegues, cuando el tránsito esperado se pruebe imposible, cierto ritual mapuche. Adoración por el árbol, comprensible en quien se revela tan con los pies sobre la tierra que cuando conoce a otra chica que quiere operarse, convencida de ser igualita a Naomi Campbell, la oye desde una suerte de distancia empática, amable pero sin pegoteos.
Yermén tiene un “pololo”, que está pero no. No por nada se burla amargamente de la cobardía de los hombres. Notable la escena en que ella se sube sobre él, en el auto, y él le pide que lo penetre. “¿Pero qué decís, estás loco? ¿Sos maricón ahora?”, reacciona, escandalizada. Yermén tiene una amiga canchera y encantadora, que se llama Lucha y es comunista. El Chile que la película de Donoso y Videla pintan en escorzo tienta a hablar de las víctimas del post pinechotismo. Pero ojo, que la única política de la heroína es la defensa de sus derechos sexuales: cuando sus amigas hablan de pacos y milicos, ella parece ausente. De un enorme cuidado plástico y visual, Naomi Campbel ofrece encuadres pictóricos pero jamás esteticistas, un HD de cristalina definición, imágenes con mucho grano para contrastar lo documental y lo que vaya a saber qué es, una canción final de la sublime Beatriz Pichi Malén que parece cantejondo mapuche, un curso por entregas de la protagonista, acerca de cómo llevar un cigarrillo entre los dedos, y el suficiente rigor estético como para que a una serie de travellings que durante toda la película siguen a Yermén caminando “hacia allá”, se le contraponga uno que la recibe de frente, después de enterarse de que ese allá ya no existe. Ahora sólo existe el futuro.
Dirección y guión: Camila José Donoso y Nicolás Videla.
Fotografía: Matías Illánes.
Montaje: Daniela Camino y N. Videla.
Duración: 82 minutos.
Intérpretes: Paula Yermén Dinamarca, Ingrid Mancilla, Josefina Ramírez y Camilo Carmona.
Estreno en cines BAMA y Malba.
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