Sábado, 31 de enero de 2015 | Hoy
Por Rudy
¿Cómo está, lector, cómo va todo? Uy, lector, pero ¡qué pregunta le estoy haciendo! Me parece imposible –no sé, usted dirá– tener una idea más o menos mensurable del alcance de la expresión “Todo”. Mientras le escribo estas palabras, tengo la sensación (¿extraña, un poco neurótica tal vez, personal, colectiva, virtual?) de que “Toodo” es demasiado para una sola pregunta.
Y fíjese usted que yo se lo pregunté con la mayor de las inocencias, ingenuamente, casi como al pasar, como resultado de esa costumbre que –creo, espero– vamos desarrollando desde hace años, en la que todas las semanas, o casi todas, este suplemento, esta columna, y yo mismo como escritor de la misma, le preguntamos cómo está, cómo va, con cierta curiosidad sobre su estado personal, pero además, también, con cierta pregunta acerca de cómo ve usted “lo que pasa, lo que pasó, lo que está pasando, lo que va a pasar”.
Es cierto, lector, que a veces este mero interrogante puede ser un exceso. Es cierto, lector, que a veces uno le pregunta a alguien “cómo está” y el otro, a pesar de estar allí presente, no tiene ni la menor idea, no sólo de “cómo” está, sino de “dónde, cuánto, con quién” está, a veces uno ni siquiera sabe si está o no.
“¡Ser o no ser, ésa es la cuestión!”, la gran frase de Shakespeare, puede admitir también “Estar o no estar, ésa es la pregunta”, sin que al diccionario se le mueva un pelo. ¡Ser, estar, ésa es la pregunta, la gran pregunta, la “preguntota”, la preguntísima, la “preguntérrima” que hace que miles, millones, decenas de argentinos invirtamos nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestra energía en psicoanálisis, religión, filosofía, y “en la poesía cruel de no pensar más en mí”, diría el tango que nos acerca a otro de los rubros en lo que más invertimos, al menos los porteños, cuando queremos devanar nuestra existencia: el café.
Fíjese entonces, lector, cómo con solo preguntarle “cómo anda todo”, de pronto le estoy preguntando por su existencia, y quizá –no es ni de lejos mi intención– le estoy originando un gasto extra en terapia, café, o ambas cosas a la vez.
Quizás a partir de esta pregunta se pase usted el fin de semana preguntando por aquí y por allá: “¿cómo anda todo, cómo anda todo?”, y quizá reciba usted respuestas parecidas, o diferentes de está
Todo bien.
Todo mal, dice el diario.
Todo bien, mal, bien, mal, ¿te conté que soy bipolar?
¿Por qué me preguntás eso?, ¿pasó algo?
¡No me digas que vos no sabés..., justo te estaba por preguntar cómo anda todo!
No sé, la que sabe cómo anda todo es mi mujer.
No sé, todavía no me confesé.
Esperá que le pregunto a mi analista y te contesto.
¿Vos me preguntás por “todo”, por “Todo” o por “Todo”?
¿Acá, en Francia, en Grecia, en España?
Mal, parece que va a aumentar la rúcula.
Mal, parece que van a aumentar los rumores.
Mirá, yo estoy bien, así que todo bien.
n Mirá, estoy demasiado ocupado en ver cómo ando yo, para preocuparme por “Todo”.
¡Todo magníficamente mal!
¡Todo horrorosamente bien!
Todo increíblemente más o menos.
A mí me parece que todo bien, pero dicen que todo mal, deben tener razón.
Porque otra parte del asunto, lector, es considerar que de verdad existe ese “Todo”, o sea que uno anda “todo” de alguna manera. Algo así como que si uno está feliz porque acaba de recibir un emoticón con un corazón, el mundo de pronto es una maravilla. O si uno está mal porque le está por vencer el ABL, siente que Discépolo se quedo cortó cuando dijo que “que el mundo fue y será una porquería ya lo sé”.
No es casual que Freud use en su libro Introducción al narcisismo una frase que, si mal no recuerdo, es de Heine “concentrándose estaba su libido en el molar”, o sea que si al tipo le duele la muela, el mundo tiene forma de diente. Disculpe el lector por esta mención, pero es que yo cuando nombro a Freud me quedó más tranquilo, es una especie de cábala que tengo.
Decíamos entonces que uno, frente a esa pregunta por el todo, se siente, tal vez curioso, tal vez incómodo, pero seguramente, ciertamente, movido.
Y a veces, si la incomodidad no se soporta, uno quiere saber algo sobre la realidad, y pregunta, observa, espía. O trata de inventarla, y de que otros la crean. “Opera”, dicen en la jerga de los que dicen esas cosas.
Y entonces “Todo” se vuelve bastante loco. Entre los que operan, aquellos sobre los que operan, y los que asistimos, sin entender, a todo eso.
Enero vino así, vino con una masacre en Francia hecha supuestamente en nombre de una religión, pero no. Vino con dirigentes mundiales, reconocidos por su lucha a favor de los derechos del dinero, poniéndose de pronto la camiseta de los derechos humanos que tanto hicieron por vulnerar. Quizá cuando ellos dicen “humanos” no se refieren a los mismos “humanos” en los que pensamos otras personas, ya dijimos en esta misma columna, que “Todo” no existe, son los padres.
Después una denuncia terrible que no parecía contener nada realmente terrible. Alguien que interrumpe sus vacaciones pero no las interrumpe.
Una muerte. Terrible (porque de todo esto, lo terrible es la muerte, claro está).
Y luego se desata una serie de hipótesis policiales, políticas, filosóficas y farandulescas que –volvemos a Discépolo– se mezclan igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches.
Finalmente, la necesidad de ponerle un corte a todo un “servicio” que venía “serviciándonos” desde hace décadas.
Y ni siquiera eso, es “todo”.
Pero nosotros somos humoristas, entonces tratamos de entender, a través del humor. Y de compartirlo con usted.
Hasta la semana que viene, lector.
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